Empiezo con un poco de contexto: estamos en la cuarta semana de confinamiento, la segunda para muchos trabajadores, y el Estado español ya habla de anticipar el relajamiento de las medidas de prevención, en coherencia con la línea que ha seguido hasta ahora: a destiempo, a medias, a contracorriente. Es la economía, estúpido. Por eso los autónomos sin ingresos han tenido que pagar el IVA y la cuota puntualmente, y por eso muchos confinados que han perdido su empleo deberán continuar cumpliendo con los bancos y las grandes energéticas, porque cuestionar esta ley natural que nos hemos dado entre todos sería hacer demagogia, o hacer populismo o, aún más, hacer de presidente de Canadá o de Portugal.
Hablando de presidentes y de economía, por lo tanto de política, rescato el titular que sacó ayer Ara de una entrevista a Miquel Iceta: ‘Después de esta crisis, el proceso no debe ser el tema prioritario’. Servidora no quería hablar, pero es que me hacen hablar, me empujan a ello, y más adelante desarrollaré una teoría sobre el asunto. El político de carrera del PSC hace referencia al proceso de autodeterminación catalán, para entendernos, como yo misma enl título de esta pieza, y no está de más recordar(nos)lo, porque el término ‘proceso’ así solo, vaciado de significado, y con sus derivados maliciosos, ya está tan arrugado que incluso nos da angustia a los independentistas mismos, pero tampoco nos atascaremos aquí.
Con los excesos del presente, es natural que los portavoces del régimen se hagan ilusiones, pero en cuanto al deseo verbalizado por Iceta -y compartido por el independentismo del «ahora (ya) no toca’-, diría que es todo lo contrario: después del coronavirus, la independencia será más que nunca una cuestión prioritaria, sobre todo para que no vuelva a suceder que ante una crisis monstruosa nos usurpen la capacidad de decisión como si fuéramos criaturas, o que nos hagan tragar muñecos disfrazados con medallas donde debería haber científicos, o que nos envíen la ultraderecha uniformada a hacer el mierda por nuestras calles, residencias y hospitales. Son sólo tres ejemplos de la larga lista que se me ocurriría, y que no se irán ni con lejía de la memoria de muchos catalanes.
La formulación sobre la independencia y las prioridades postcrisis no son más que una nueva versión adaptada, remasterizada, de aquella canción que contraponía el eje nacional al eje social, como si fueran agua y aceite. Se insiste en presentar la voluntad de autodeterminación catalana como un brote egoísta de unos sectarios que priorizan la banderita a los problemas reales de los ciudadanos. Para cuadrar el círculo, tal capricho sólo puede provenir de burgueses insensibles al sufrimiento de la clase obrera, unionista por definición. Recordemos a los paladines de ‘los problemas reales que interesan a la gente’, con sus incontables propuestas parlamentarias para mejorar la vida de los catalanes. Y recordemos también las leyes sociales y medioambientales tumbadas por el TC, porque, según el relato del españolismo de izquierdas, nos gusta provocar al Estado español con medidas progresistas que es absolutamente indiscutible que no nos competen: vueltas y máa vueltas para rehuir la conclusión inmediata de que las leyes más avanzadas, también votadas por ellos, nos competirían a la primera sin el veto de tribunales foráneos y arbitrarios. En mi casa, cerrar los ojos a esta evidencia es un ejemplo clásico de anteponer el eje nacional al eje social.
Con la independencia pasa como con el catalán, que cualquier excusa es buena para encadenar un enésimo ‘ahora no toca’. Siempre hay cuestiones *más importantes*, *más urgentes*, *más prioritarias* en la vida, y se podría colar si no fuera que la capacidad de autogobernarnos, al igual que la lengua que hablamos, es indisociable de la vida. Decía al principio que servidora no quería hablar del tema (TM), que me empujaban a hacerlo, y era por eso mismo: porque si no soy yo, será el Iceta de turno, el telediario del mediodía o el ‘primer soldado español’ los que me harán notar cuán atadas están las políticas del Estado que me gobierna y mi día a día.
Si hablamos de anteponer una banderota a las prioridades ciudadanas, el gobierno más de izquierdas de la historia de España nos está haciendo un máster acelerado, así que, de leccioncitas, las justas. Abandonad toda esperanza: con coronavirus o sin, aC o dC, el anhelo histórico de emancipación de los catalanes siempre toca, que por algo es histórico, y no dejará de tocar por una pandemia mal llevada. La voluntad de ser los responsables plenos de nuestras decisiones, de nuestros aciertos y errores, sin tutelas externas, es connatural a toda sociedad madura. O, si quieren, es una cuestión de lógica simple: tan lógica y tan simple como la idea de gobernar la proximidad desde la proximidad, en todas las acepciones del término.
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