Implicó a los americanos en el combate directo y los llevó a un callejón sin salida. No entendió que los norvietnamitas resistirían a toda costa, y nunca reconoció la derrota de su país
“Un país grande no puede hacer una guerra pequeña”. La frase es del duque de Wellington, pero al general Westmoreland (1914-2005) le gustaba usarla para hablar de Vietnam, sin saber que revelaba el gran error que le haría pasar a la historia. Westmoreland no quiso o no supo hacer la guerra pequeña que EE. UU. podía ganar en Vietnam, empeñándose en cambio en una guerra enorme que solo podía perder. Cuando llegó al país en enero de 1964, había 16.000 “asesores” estadounidenses y habían muerto 200. Cuando se marchó a mediados de 1968, dejó más de 530.000 soldados y 22.000 muertos solo de su lado. Y perdió igual.
Aunque ahora el nombre del general William Childs Westmoreland está asociado para siempre a la primera gran derrota de EE. UU., cuando llegó a Vietnam como segundo jefe en 1964 tenía aura de ganador. Había sido el general más joven de la historia de su ejército y había salido victorioso en la Segunda Guerra Mundial y en Corea. Incluso cuando ya llevaba dos años al mando en Vietnam, la revista Time lo nombró “hombre del año” y le hizo una entrevista que está llena de frases que hoy parecen proféticas, pero al revés.
“Si el enemigo puede vivir y luchar en estas condiciones, nosotros también”, decía entonces de los soldados estadounidenses que peleaban en la jungla, acosados por los mosquitos y las enfermedades tropicales, pero también por la desazón de no tener muy claro qué hacían allí. Esa sería la otra gran equivocación de Westmoreland: los estadounidenses, los que llevaban uniforme en Vietnam y los que los esperaban de vuelta en casa, no estaban dispuestos a pasar lo mismo que sus enemigos vietnamitas, que creían firmemente que estaban luchando por su país contra otro colonizador.
La guerra de desgaste
Westmoreland tenía una idea muy clara para ganar en Vietnam. Creía que, si lograba matar suficientes soldados norvietnamitas y guerrilleros vietcongs, el enemigo no podría sustituirlos a tiempo. Su voluntad de luchar se vendría entonces abajo y negociarían con Vietnam del Sur, el régimen aliado de EE. UU. Así que la misión era matar cuanto más y más rápido, mejor. En un campo de batalla que era principalmente jungla y aldeas, Westmoreland entendía que conquistar y mantener territorio era absurdo, había que matar.
Para matar más, había por supuesto que disparar más. Por eso Westmoreland convenció al gobierno de Vietnam del Sur de multiplicar por tres su ejército, pero también hizo que los militares estadounidenses, que se habían dedicado sobre todo a aconsejar a las tropas de su aliado, pasaran a combatir en primera línea. Al finalizar su primer año en Vietnam, EE. UU. tenía 180.000 militares allí; cuando lo relevaron del mando había solicitado ya 670.000.
El gran problema de Westmoreland era que el plan salía bien, pero la guerra seguía mal. Es decir: sus soldados cada vez mataban más, pero el enemigo no daba signos de debilitarse. Al acabar su primer año como comandante estadounidense en Vietnam, morían en combate 4.800 enemigos al mes, y cuando se marchó ya superaban los 8.100, pero los ataques continuaban y los soldados enemigos seguían llegando a Vietnam del Sur. Westmoreland disparaba con todo lo que tenía, que era mucho, pero sin resultado.
Como decía el historiador Stanley Karnow, “era un general ordinario en una guerra extraordinaria y luchaba como los generales estadounidenses habían luchado en el pasado: desatando toda la potencia militar de EE. UU. Sin embargo, al final, el general Westmoreland no entendía que se enfrentaba a un enemigo dispuesto a afrontar pérdidas ilimitadas. Él, el presidente Johnson, el presidente Nixon, los otros generales… creían que había un punto en el que si matabas los suficientes enemigos quebrarías su moral, pero descubrieron que daba igual. Podías ganar todas las batallas, pero era irrelevante”.
El gran engaño
Westmoreland seguía ganando batallas, pero estaba igual de lejos de la victoria. Además, seguía pidiendo más y más tropas y enviando a EE. UU. más y más ataúdes. Con todo, el general aprovechaba cualquier oportunidad para hacer declaraciones optimistas y pronto empezó a “cocinar” los informes para que fueran más esperanzadores. Para mantener la idea de que pronto los comunistas no tendrían soldados con los que reemplazar a los muertos, hizo que las estimaciones oficiales dijeran que el enemigo tenía menos tropas de las que tenía, en contra del criterio de algunos de sus oficiales de inteligencia y de la CIA.
Sin embargo, la realidad era tozuda. Cuando los comunistas lanzaron la Ofensiva del Tet, millones de estadounidenses pudieron ver desde sus casas por televisión cómo las tropas enemigas atacaban el corazón de las ciudades de Vietnam del Sur y todas las proclamas optimistas de Westmoreland se demostraron huecas. Cuando inmediatamente después el general pidió otros 130.000 reclutas y la movilización de los reservistas, la Casa Blanca le dio un “ascenso” para sacarlo de Vietnam y corregir el curso cuatro años después.
Sin embargo, era tarde. Las protestas internas en EE. UU., sobre todo por parte de una generación que se negaba en redondo a ir a la guerra, eran demasiado fuertes. Muchos estadounidenses ya no se creían nada de lo que decían el Gobierno y el Ejército sobre la marcha de la guerra y solo querían una “retirada honrosa”, mientras que el presidente Johnson había renunciado a presentarse a una reelección que veía perdida. En una cosa Westmoreland llevaba razón: “Nuestro talón de Aquiles es nuestra determinación”.
De vuelta en su país, el general Westmoreland cayó pronto en la irrelevancia. Johnson primero y Nixon después no querían saber nada de sus consejos. Cuatro años después de salir de Vietnam se jubiló e intentó entrar en política, pero fracasó estrepitosamente. Unos años más tarde demandó a la cadena de televisión CBS por 120 millones de euros por un reportaje en el que lo acusaban de haber manipulado los datos sobre la guerra cuando estaba al mando, pero acabó retirando la demanda.
El general William Westmoreland falleció en el año 2005, a los 91 años, después de pelear contra el alzheimer durante una década. Que se sepa, jamás reconoció que EE. UU. había perdido la guerra de Vietnam. Prefería decir que su país “no había cumplido su compromiso con Vietnam del Sur”. En su mente, le habían obligado a retirarse cuando iba ganando. Una vez más, la suya era la interpretación más optimista del papel de EE. UU. en Vietnam.
LA VANGUARDIA