Se ha dicho que “Benjamin se ha escondido en sus obras” y él mismo afirmó, en conversación con André Gide, que “sólo la muerte hará que de la obra salga la figura del autor. Entonces ya no se podrá desconocer la unidad de sus escritos”. Y, en efecto, sus relampagueantes y herméticas consideraciones contenidas en las tesis Sobre el concepto de historia (1940), su última obra, representan un ejemplo del sentido profundo y subterráneo de la corriente que inspiró todo su angustioso y dramático devenir intelectual.
1.-El contenido de las tesis
(conforme a la traducción española de Reyes Mate)
Tesis I
Sabido es que debe haber existido un autómata construido de tal suerte que era capaz de replicar a cada movimiento de un ajedrecista con una jugada contraria que le daba el triunfo en la partida. Un muñeco, trajeado a la turca y con una pipa de narguile en la boca, se sentaba a un tablero, colocado sobre una mesa espaciosa. Gracias a un sistema de espejos se creaba la ilusión de que la mesa era transparente por todos los costados. La verdad era que dentro se escondía, sentado un enano jorobado que era un maestro del ajedrez y que guiaba con unos hilos la mano del muñeco. Una réplica de este artilugio cabe imaginarse en filosofía. Tendrá que ganar siempre el muñeco que llamamos <<materialismo histórico>>. Puede desafiar sin problemas a cualquiera siempre y cuando tome a su servicio a la teología que, como hoy sabemos, es enana y fea, y no está, por lo demás, como para dejarse ver por nadie.
Tesis II
<<Una de las peculiaridades más notables del temple humano>>, dice Lotze, <<es, además del mucho egoísmo particular, la generalizada falta de envidia del presente respecto del futuro>>. Esta reflexión nos lleva a pensar que la imagen de la felicidad que tenemos está profundamente teñida por el tiempo por el que ya nos ha colocado el decurso de nuestra existencia. La felicidad que pudiera despertar nuestra envidia solo existe en el aire que hemos respirado, con las personas que hemos podido hablar, gracias a las mujeres que hubieran podido entregársenos. Dicho con otras palabras, en la idea de felicidad late inexorablemente la de redención. Lo mismo ocurre con la idea que la historia tiene del pasado.
El pasado lleva consigo un índice secreto que le remite a la redención. ¿Acaso no flota en el ambiente algo del aire que respiraron quienes nos precedieron? ¿No hay en las voces a las que prestamos oídos un eco de voces ya acalladas? Y las mujeres que cortejamos ¿no tienen hermanas que ellas nunca conocieron? Si esto es así, existe un misterioso punto de encuentro entre las generaciones pasadas y la nuestra. Hemos sido esperados sobre la tierra. A nosotros, como a cada generación precedente, ha sido dada una débil fuerza mesiánica sobre la que el pasado tiene derechos. No se puede despachar esta exigencia a la ligera. Quien profesa el materialismo histórico lo sabe.
Tesis III
El cronista que narra los acontecimientos sin hacer distingos entre los grandes y los pequeños, da cuenta de una verdad, a saber, que para la historia nada de lo que una vez aconteció ha de darse por perdido. Claro que solo a la humanidad redimida pertenece su pasado de una manera plena. Esto quiere decir que el pasado solo se hace citable, en todos y cada uno de sus momentos, a la humanidad redimida. Cada uno de los momentos que ella ha vivido se convierte en citas del orden del día, y ese día es precisamente el del juicio final.
Tesis IV
La lucha de clases, que no puede perder de vista el historiador formado en la escuela de Marx, es una lucha por las cosas rudas y materiales sin las cuales no se dan las finas y espirituales. Ahora bien, en la lucha de clases esta últimas están presente, pero no nos las imaginemos como un botín que cae en manos del vencedor. En tal lucha están vivas como confianza, coraje, humor, astucia o firmeza, y es así como actúan retrospectivamente en la lejanía de los tiempos. Esa finura y esa espiritualidad ponen incesantemente en entredicho cada victoria que haya caído en suerte a los que dominan. El pasado, al igual que esas flores que tornan al sol su corola, tiende, en virtud de un secreto heliotropismo, a volverse hacia ese sol que está levantándose en el cielo de la historia. El materialista histórico tiene que aplicarse a entender este cambio que es el más discreto de todos ellos.
Tesis V
La verdadera imagen del pasado se desliza veloz. Al pasado solo puede detenérsele como una imagen que, en el instante en que se da a conocer, lanza una ráfaga de luz que nunca más se verá. <<La verdad no se nos escapará>>, esta frase que proviene de Gottfried Keller (y que visualiza la imagen de la historia que tienen los historicistas) señala con precisión, en la imagen de la historia que se hacen los historicistas, el lugar en el que la imagen es atravesada por el materialismo histórico. Irrecuperable es, en efecto, aquella imagen del pasado que corre el riesgo de desaparecer con cada presente que no se reconozca mentado en ella. (La buena nueva que trae, anhelante, el historiador del pasado, sale de una boca que en el mismo instante en que se abre, quizá habla ya el vacío).
Tesis VI
Articular históricamente lo pasado no significa <<conocerlo como verdaderamente ha sido>>. Consiste, más bien, en adueñarse de un recuerdo tal y como brilla en el instante de un peligro. Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado, imagen que se presenta sin avisar al sujeto histórico en el instante de peligro. El peligro amenaza tanto a la existencia de la tradición como a quienes la reciben. Para ella y para ellos el peligro es el mismo: prestarse a ser instrumentos de la clase dominante. En cada época hay que esforzarse por arrancar de nuevo la tradición al conformismo que pretende avasallarla. El Mesías no viene como redentor; también viene como vencedor del Anticristo. El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza solo le es dado al historiador perfectamente convencido de que ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer.
Tesis VII
Fustel de Coulanges recomienda al historiador que quiera revivir una época, que se quite de la cabeza todo lo que ocurrió después. Mejor no se puede describir el método con el que ha roto el materialismo histórico. Es el método de la empatía. Nace de la desidia del corazón, de la acedía, que da por perdida la posibilidad de adueñarse de la auténtica imagen histórica, esa que brilla fugazmente. Los teólogos de la Edad Media la consideraban causa profunda de la tristeza. Flaubert, que la conocía bien, escribe: <<Pocos se imaginan cuánta tristeza fue necesaria para resucitar Cartago>>. La naturaleza de esa tristeza se hace más evidente cuando se plantea la pregunta de con quién entre en empatía el historiador historicista. La respuesta es que, innegablemente, con el vencedor. Ahora bien, quienes dominan una vez se convierten en herederos de todos los que han vencido hasta ahora. La empatía con el vencedor siempre les viene bien a quienes mandan en cada momento.
Para el materialista histórico, con lo dicho ya es bastante. Quien hasta el día de hoy haya conseguido alguna victoria, desfila con el cortejo triunfal en el que los dominadores actuales marchan sobre los que hoy yacen en tierra. Como suele ser habitual, el cortejo triunfal acompaña el botín. Se le nombra con la expresión bienes culturales. El materialista histórico tiene que considerarlos con un aire distanciado. Todos los bienes culturales que él abarca con la mirada tienen en conjunto, efectivamente, un origen que él no puede contemplar sin espanto. Deben su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado, sino a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. No hay un solo documento de cultura que no sea a la vez de barbarie. Y si el documento no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión de unas manos a otras. Por eso el materialista histórico toma sus distancias en la medida de lo posible. Considera teoría suya cepillar la historia a contrapelo.
Tesis VIII
La tradición de los oprimidos nos enseña que <<el estado de excepción>> en el que vivimos es la regla. Debemos llegar a un concepto de historia que se corresponda con esta situación. Nuestra tarea histórica consistirá entonces en suscitar la venida del verdadero estado de excepción, mejorando así nuestra posición en la lucha contra el fascismo. El que sus adversarios se enfrenten a él en nombre del progreso, tomando éste por ley histórica, no es precisamente la menor de las formas del fascismo. No tiene nada de filosófico asombrarse de que las cosas que estamos viviendo sean <<todavía>> posibles en pleno siglo XX. Es un asombro que no nace de un conocimiento que de serlo tendría que ser éste: la idea de historia que provoca ese asombro no se sostiene.
Tesis IX
Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. Representa a un ángel que parece estar a punto de alejarse de algo a lo que está clavada su mirada. Sus ojos están desencajados, la boca abierta, las alas desplegadas. El ángel de la historia tiene que parecérsele. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. Lo que a nosotros se presenta como una cadena de acontecimientos, él lo ve como una catástrofe que acumula sin cesar ruinas sobre ruinas, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer los fragmentos. Pero desde el paraíso sopla un viento huracanado que se arremolina en sus alas, tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. El huracán le impulsa irresistiblemente hacia el futuro, al que da la espalda, mientras que el cúmulo de ruinas crece hasta el cielo. Eso que nosotros llamamos progreso es ese huracán.
Tesis X
Los temas de meditación que la regla monástica asignaba a los monjes tenían por objeto inculcarles el desprecio del mundo y de sus pompas. Las reflexiones que estamos desarrollando aquí surgen de una preocupación análoga. En un momento en el que los políticos, en los cuales habían puestos sus esperanzas los enemigos del fascismo, andan por los duelos, agravando su derrota con la traición a la propia causa, lo que estas reflexiones pretenden es liberar a los hijos del siglo de las redes en las que les han aprisionado. El punto de partida de las mismas es que la fe ciega de tales políticos en la idea de progreso, su confianza en las <<masas que les sirven de base>> y, finalmente, su servil sometimiento a un aparato incontrolable, son tres aspectos de la misma realidad. Estas consideraciones quieren darnos una idea de lo caro que cuesta a nuestro habitual modo de pensar concebir una idea de historia que evite toda complicidad con aquella a la que susodichos políticos siguen aferrados.
Tesis XI
El conformismo que desde el principio encontró acomodo en la socialdemocracia, no contamina solo a su táctica política, sino también a sus ideas económicas. Fue una de las causas de su fracaso. Nada ha corrompido tanto al movimiento obrero alemán como el convencimiento de que nadaba a favor de corriente. Para los obreros alemanes el desarrollo técnico era la pendiente de la corriente a favor de la cual pensaban que nadaban. Solo había que dar un paso para caer en la ilusión de que el trabajo industrial, situado en la onda del progreso técnico, representa un resultado político. Gracias a los obreros alemanes la vieja moral protestante del trabajo celebra su resurrección bajo una forma secularizada. Ya en el Programa de Gotha se advierten señales de esta confusión. Ahí se define el trabajo como <<fuente de toda riqueza y de toda cultura>>. El propio Marx, temiéndose lo peor, objetaba que el hombre que no posea más que su fuerza de trabajo <<tendrá que ser esclavo de otros hombres que se han convertido…en propietarios>>.
Pese a todo, la confusión sigue extendiéndose y pronto vendrá Joseph Dietzgen proclamando que <<el salvador del mundo moderno se llama trabajo. En…la mejora del trabajo…consiste la riqueza que ahora podrá hacer realidad lo que hasta ahora ningún redentor ha llevado a cabo>>. Esta concepción marxista vulgarizada de lo que es el trabajo no se pregunta con el sosiego necesario cómo afecta el producto del trabajo al trabajador en cuanto éste no puede disponer de ello. Reconoce únicamente los avances en el dominio del hombre sobre la naturaleza, pero no los retrocesos de la sociedad. Esta concepción prefigura los rasgos tecnocráticos que encontramos más tarde en el fascismo. Entre éstos figura un concepto de naturaleza que rompe fatalmente con el de las utopías anteriores a 1848. El trabajo, tal y como ahora se entiende, desemboca en la explotación de la naturaleza, y con suficiencia ingenua se lo opone a la explotación del proletariado. Comparadas con esta concepción positivista, las imaginaciones fantasiosas, que tanta materia sirvieron para ridiculizar a Fourier, hacen gala de un sorprendente sentido común.
Según Fourier, un trabajo social bien organizado debería tener como consecuencia que cuatro lunas iluminaran la noche de la tierra, que los hielos se retirasen de los polos, que el agua del mar no supiera a sal y que las fieras salvajes se pusieran al servicio de los hombres. Todo esto ilustra un tipo de trabajo que, lejos de explotar a la naturaleza, está en condiciones de dar a luz las creaciones que dormitan, como posibles, en su seno. Del concepto corrompido de trabajo forma parte, a modo de complemento, el de esa naturaleza que, como Dietzgen dejó dicho, <<está ahí gratis>>.
Tesis XII
«Necesitamos historia, pero la necesitamos de una manera distinta a como la necesita el holgazán mal criado en el jardín del saber» (Nietzsche, Sobre las ventajas y los inconvenientes de la historia).
El sujeto del conocimiento histórico es, por supuesto, la clase oprimida que lucha. En Marx se presenta como la última clase esclavizada, la clase vengadora que lleva hasta el final la tarea de liberación en nombre de las generaciones perdidas. Esta conciencia, que vuelve a cobrar vigencia por breve tiempo en la Liga espartaquista, le ha resultado siempre escandalosa a la socialdemocracia. En tres decenios casi logró apagar el nombre de Blanqui cuyo timbre de bronce conmovió el siglo pasado. La socialdemocracia tuvo a bien asignar a la clase obrera el papel de redentora de las generaciones venideras. Con ello seccionaba los nervios de su mejor fuerza. La clase obrera desaprendió en esa escuela tanto el odio cuanto la voluntad de sacrificio. Uno y otra se nutren, en efecto, de la imagen de los abuelos esclavizados, no del ideal de los nietos liberados.
Tesis XIII
La teoría socialdemócrata, y todavía más en su praxis, estaba determinada por un concepto de progreso que no se atenía a la realidad, sino que tenía una pretensión dogmática. El progreso, tal y como se perfilaba en la cabeza de los socialdemócratas, era, en primer lugar, un progreso de la misma humanidad (y no solo de la destreza y conocimientos). En segundo lugar, un progreso inacabable (de acuerdo con la infinita perfectibilidad de la humanidad). Pasaba por ser, en tercer lugar, esencialmente imparable (capaz de recorrer una trayectoria en línea o en espiral gracias a su propia inercia). Todos estos predicados se prestan a discusiones y cada uno de ellos se podría aplicar a la crítica. Pero si ésta quiere ser rigurosa, debe ir más allá de esos predicados y buscar algo que le es común. La idea de un progreso humano en la historia es inseparable de la idea según la cual la historia procede recorriendo un tiempo homogéneo y vacío. La crítica a la idea de un tal proceso tiene que constituir la base de la crítica a la idea de progreso.
Tesis XI
La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no está constituido por el tiempo homogéneo y vacío, sino por un tiempo repleto de ahora. Así, para Robespierre, la antigua Roma era un pasado cargado de ahora, que él arrancaba del continuum de la historia. Le Revolución francesa se entendía a sí misma como una Roma que retornaba. Citaba a la Roma antigua de la misma manera que la moda cita un traje de otros tiempos. La moda tiene buen olfato para detectar lo actual sea cual sea el recoveco del pasado en el que esa actualidad se mueva. La moda es el salto del tigre al pasado. Sólo que tiene lugar en una arena en la que manda la clase dominante. El mismo salto, realizado bajo el cielo despejado de la historia, pasa a ser el salto dialéctico, la revolución tal y como la entendió Marx.
Tesis XV
La conciencia de hacer saltar el continuum de la historia es propia de las clases revolucionarias en el momento de su acción. La gran Revolución introdujo el calendario nuevo. El día con el que comienza un calendario oficia de compendio histórico acelerado. En el fondo, ese día es el mismo que vuelve siempre bajo la forma de días festivos, que son días de recordación. Los calendarios no miden el tiempo como los relojes: son monumentos de una conciencia histórica de la que no queda en Europa la menor huella desde hace cien años. En la Revolución de julio se registró un incidente en el que esa conciencia todavía se hizo valer. Al caer la tarde el primer día de lucha sucedió que en unos sitios de París, al mismo tiempo y sin previo acuerdo, se disparó contra los relojes de las torres. Un testigo ocular, que acaso deba su acierto a la rima, escribió entonces:
¡Quién lo creyera! Se dice que indignados contra la hora estos nuevos Josué, al pie de cada torre, disparaban contra los relojes, para detener el tiempo.
Tesis XVI
El materialista histórico no puede renunciar a la idea de un presente que no es tránsito, sino que es un presente en el que el tiempo está en equilibrio y se encuentra en suspenso. Esta idea define precisamente ese presente en el que él, en tanto en cuanto ese presente le afecta, escribe historia. El historicismo postula una imagen <<eterna>> del pasado; el materialismo histórico, en cambio, una experiencia con ese pasado, que es única. Deja a otros malgastarse con la ramera <<érase una vez>> en el burdel del historicismo, mientras él se mantiene dueño de sus fuerzas: lo suficientemente hombre para hacer saltar el continuum de la historia.
Tesis XVII
El historicismo culmina con todo derecho en la historia universal. De ella se separa quizá la historiografía materialista, en lo tocante a metodología, más que de ninguna otra. Esa historia universal no tiene ningún armazón teórico. Su método es aditivo: utiliza la masa de datos para llenar el tiempo vacío y homogéneo. La historiografía materialista, por su parte, se basa en un principio constructivo. Propio del pensar es no solo el movimiento de las ideas, sino también su suspensión. Cuando el pensamiento se detiene de repente en una constelación saturada de tensiones, provoca aquél en ésta una sacudida en virtud de la cual la constelación cristaliza en mónada.
El materialista histórico se acerca a un objeto histórico solo y únicamente cuando éste se le enfrenta como una mónada. En esa estructura él reconoce el signo de una suspensión mesiánica del acontecer o, dicho de otra manera, de una oportunidad revolucionaria en la lucha por el pasado oprimido. El materialista capta esa oportunidad con el fin de hacer saltar una determinada época del curso homogéneo de la historia; una determinada vida, de una época; y una determinada obra, de entre toda la actividad laboral de una vida. La ventaja de este procedimiento consiste en que la actividad laboral de toda una vida está guardada y conservada en la obra; y toda una época, en la vida; y el decurso completo de la historia, en la época. El fruto nutritivo de lo que se puede comprender históricamente tiene en su interior, cual semilla preciosa aunque carente de sabor, al tiempo.
Tesis XVIIa [descubierta por Agamben]
Marx ha secularizado la idea de tiempo mesiánico en la sociedad sin clases. Y ha hecho bien. La desgracia comenzó cuando la socialdemocracia elevó esa idea a <<ideal>>. La doctrina neokantiana definió el ideal como una <<tarea infinita>>. Y esa doctrina fue la filosofía escolástica de partido socialdemócrat-De Schmidt y Stadler hasta Natorp y Vörlander-. Una vez definida la sociedad sin clases como tarea infinita, el tiempo vacío y homogéneo se transformó en una especie de antesala en la que se podía esperar, con mayor o menor relajamiento, la entrada de la situación revolucionaria. La verdad es que no hay un solo instante que no lleve consigo su oportunidad revolucionaria. Solo exige que se la entienda como una oportunidad específica, es decir, como la oportunidad de dar una solución nueva a desafíos totalmente inéditos. Para el pensador revolucionario la oportunidad revolucionaria de cada momento tiene su banco de pruebas en la situación política existente. Pero la verificación no es menor si se efectúa valorando la capacidad de apertura de que dispone cada instante para abrir determinadas estancias del pasado hasta ahora clausuradas. La entrada en esa estancia coincide de lleno con la acción política; y es a través de esa entrada que la acción puede ser reconocida como mesiánica, por muy destructora que sea.
Tesis XVIII
<<Los cinco raquíticos milenios del Homo sapiens>>, dice un biólogo contemporáneo, <<representan con relación a la historia de la vida orgánica sobre la tierra, algo así como dos segundos al final de un día de veinticuatro horas. Medida con esa escala, la historia entera de la humanidad civilizada llenaría un quinto del último segundo de la última hora>>. El ahora, que como modelo del tiempo mesiánico resume en una exagerada abreviatura la historia de toda la humanidad, coincide rigurosamente con la figura que la historia de la humanidad ocupa en el universo.
Fragmento A
El historicismo se contenta con establecer un nexo causal entre diversos momentos históricos. Pero ningún hecho es ya histórico por el mero hecho de ser causa. Llega a serlo plenamente gracias a circunstancias que pueden estar separadas del hecho por milenios. El historiador que parta de este supuesto dejará de desgranar la sucesión de circunstancias como un rosario entre sus dedos. Él capta más bien la constelación en la que se encuentra su época con otra muy determinada del pasado. De esta suerte fundamenta un concepto de presente como ahora en el que se han incrustado astillas del tiempo mesiánico.
Fragmento B
Seguro que el tiempo al que los adivinos interrogaban para conocer lo que ocultaba en su seno, no lo experimentaron ellos no como homogéneo, ni como vacío. Quien tenga esto presente quizás llegue a comprender cómo se hizo la experiencia del tiempo pasado bajo la forma de recordación: precisamente así. Sabido es que los judíos les estaba prohibido escudriñar el futuro. La Torá y la oración les instruyen, por el contrario, en la recordación. Ésta desencantaba el futuro, al que sucumbían cuantos buscaban respuestas en los adivinos. Pero no por eso se convirtió el futuro para los judíos en un tiempo homogéneo y vacío, porque en ese futuro cada segundo era la pequeña puerta por la que podía entrar el Mesías.
2.-Del texto y sus versiones
En verdad, este texto constituye en cierto modo la quintaesencia del legado filosófico y de la desembocadura crítica de la obra de Walter Benjamin. Fue pergeñado en forma de escrito en los postreros meses de su vida, durante su última estancia en París en 1940, en vísperas de la ocupación alemana. Al parecer, nació como fruto de una invitación de Gretel Adorno, su incansable protectora intelectual y material, que en sus cartas le animaba a plasmar por escrito lo que había sido objeto de sus charlas en torno a la idea de progreso. Parece que, además de la incitación de la esposa de Adorno, se benefició de la lectura de
Las negaciones de la poesía, obra de Carl Gustav Jochmann, escritor casi olvidado del siglo XVIII, que plantea ya con agudeza la idea, luego recogida en las tesis, de que detrás de todo documento de cultura subyace la barbarie (Tackels, 2012, 483-486 y 494). Tampoco parece que le fuera desconocido el grabado del célebre “ángel de la historia” (Nota 1).
Y otra fuente muy directa que impulsó su escritura fue el nefasto pacto germanosoviético de agosto de 1939, el empujón final que abrió la puerta a la que se llamaría Segunda Guerra Mundial. Ciertamente, en fondo y forma, Sobre el concepto de historia culmina la forma de pensar de un intelectual sin parangón y siempre insumiso, capaz de acentuar la radicalidad de su pensamiento en durísimas condiciones de vida y de producción. El 15 de junio de 1940, poco antes de la invasión alemana, deja París, tras haber confiado a su amigo G. Bataille una buena porción de manuscritos (entre ellos el Libro de los pasajes) y después de alojar en su maleta el manuscrito de las tesis sobre la historia, del que había hecho varias copias con objeto de hacer llegar alguna de ellas a los miembros del Instituto de Investigación Social de la llamada Escuela de Frankfurt, a la sazón exiliados en Estados Unidos. Desde París se traslada a Lourdes y luego a Marsella.
En esta última ciudad pudo verse con su prima y amiga de plena confianza, Hannah Arendt, a la que confió una de las copias, que la escritora finalmente haría llegar a Adorno. Él mismo había enviado otra al domicilio de Th. W. Adorno en Estados Unidos, sin que, por razones desconocidas, jamás llegara a su destino. Gracias, pues, a Arendt pudo conservarse su trascendental escrito, pues el ejemplar que quedó en el maletín negro con el que W. Benjamin emprendería la huida a través de los Pirineos hasta llegar a Portbou, acabó desapareciendo sin dejar rastro. En efecto, el 23 de septiembre de 1940, bajo un estado anímico de sombrías perspectivas acerca de su porvenir, decide emprender la huida desde Francia a España por la “ruta Líster”. Tras un penoso viaje, más aun para un hombre endeble y enfermo del corazón, llegó a la localidad española de Portbou, donde una retahíla de azares desgraciados lo induce a poner término a su existencia en la posada Fonda Francia.
En el curso de la pesadilla pirenaica, sus acompañantes repararon en su obsesión por salvaguardar el famoso maletín negro en el que probablemente llevaba el manuscrito Sobre el concepto de historia. Su manera de aferrarse a él, como el metal al imán, es toda una alegoría de la importancia que el propio Benjamin atribuía a su obra y quizá la convicción personal de que el famoso maletín, sobre el que tanto se ha especulado posteriormente, contenía un precioso tesoro: la condensación de su incansable labor como intelectual crítico.
Nunca sabremos fehacientemente si en ese maletín viajaban las tesis sobre el concepto de historia. Este y el resto de las pertenencias de W. Benjamin pasaron al juzgado de Figueras y allí permanecieron hasta que, una vez cumplido el lapso legal de custodia, fueron destruidos. Por lo tanto, el texto se perdió porque “nadie fue a recogerlo” (Tackels, 2012, 515). Sin embargo, su benefactora, H. Arendt corrió mejor suerte que su primo y
pudo alcanzar los Estados Unidos, donde rápidamente hizo llegar a Adorno la copia que le había entregado el propio Benjamin en Marsella, aunque él mismo dudaba acerca de su publicación porque temía que su escrito no fuera bien entendido (como así fue). Las carencias financieras del Instituto de Investigación Social y, en opinión de Arendt, otras razones más bajas de “esa banda de cerdos de Frankfurt”, retrasaron la primera edición, en forma multicopiada, hasta 1942.
Esta primera aparición apenas llegó a tener unos pocos cientos de ejemplares y se publicó, según Michael Löwy, en un folleto que lleva por título En memoria de Walter Benjamin. Con ella Adorno y Horkheimer, una vez conocida la muerte de Benjamin, pretendieron rendir un homenaje a un amigo irreductible, esquivo y extremadamente heterodoxo, que rompía las costuras del cuerpo doctrinal de la llamada Escuela de Fráncfort. Este texto tan breve como complejo, pergeñado quizás como indignada respuesta al pacto Molotov-Ribbentrop y en mitad de la tormenta de acero que se avecinaba, tuvo, inicialmente una paupérrima acogida, que contrasta con la ulterior espléndida influencia. En efecto, lo que hoy es considerado como uno de los opúsculos centrales de la filosofía y la política del siglo XX (Löwy, 2005, 16), no se vertió a otra lengua hasta la traducción francesa a cargo de Pierre Missac para Temps Modernes en 1947.
Poco más tarde, Adorno, que tanto se beneficiaría de las ideas de su desventurado amigo, publicó en 1950 las tesis Sobre el concepto de Historia en la revista alemana Neue Runschau, sin que alcanzaran un eco apreciable. Habrá que esperar a 1955 para que el trabajo de W. Benjamin, reeditado por el mismo Adorno dentro de una antología de textos bajo el título de Schriften (Surhkamp Verlag, Fráncfort) empiece a romper el persistente cerco de ignorancia y olvido. Desde entonces su éxito no ha dejado de medrar. Un momento clave del mismo será la edición crítica de las obras completas de W. Benjamin (Gessammelte Schriften) a cargo de R. Teidemann y H. Schwepenhäuser con la colaboración de Adorno y de Scholem, dentro de las que se consagra la versión alemana canónica del texto de las tesis Sobre el concepto de historia, a la que posteriormente se añadirán complementos inéditos descubiertos tardíamente por G. Agamben. La primera edición española aparece en Editorial Sur de Buenos Aires en 1967 dentro de unos Ensayos escogidos, mientras que en España posteriormente constituyó un hito la traducción debida a Jesús Aguirre en la editorial Taurus en 1973.
Entre esos años, coincidiendo con una coyuntura histórica de ampliación del radio de acción de los movimientos de protesta en todo el mundo, las obras de Benjamin quedan incorporadas al bagaje de movimientos políticos, estéticos y otros de carácter revolucionario o inconformista. Por lo demás, el descrédito del marxismo tradicional, tras la caída del muro de Berlín en 1989, no afectó a la presencia de la obra benjaminiana que, en cambio, se ha beneficiado de una extraordinaria acogida dentro de las coordenadas de lo que ha dado en llamarse postmodernidad, al decir de F. Jameson, la pauta cultural de nuestro tiempo de capitalismo tardío. Su actualidad, en muy diversas latitudes y contextos socioculturales, sigue siendo plena. En cuanto a las traducciones al español Sobre el concepto de historia, de las cinco que hemos manejado, la superioridad de la de Reyes Mate parece evidente. Su autor nos dice: “propongo una traducción nueva de las Tesis que se entienda” (Mate, 2006, 47). Ciertamente, es así y cabe destacar que su tarea, nada fácil, está impregnada por el equipaje intelectual de alguien que, además de conocer la lengua alemana, sabe escudriñar los vericuetos complejos del pensamiento de Benjamin y, por añadidura, es capaz de imaginar un lector o lectora hispano inserto en unas coordenadas culturales muy distintas a las que rodearon al intelectual alemán.
En una palabra, es el quehacer de alguien que ha sabido compatibilizar lo específico del receptor o receptora de su traslación al español, pero sin traicionar la unidad fundamental a la que aspira todo lenguaje esclarecedor. Como se sabe, el propio Benjamin había pergeñado tempranamente una teoría de la lengua y de la traducción, según la cual nuestros lenguajes postbabélicos (fragmentos de un lenguaje común y originario) serían una pálida expresión de una verdad primordial, de un “lenguaje puro”, al que, por mucho que lo deseemos, nunca somos capaces de llegar. En todo caso, el traductor lúcido, como ocurre en el caso de Reyes Mate, es el que “crea obra”, el que, en palabras de G. Steiner, “hace surgir la chispa” que evoca la unidad primigenia del lenguaje. A todo ello se añade que en el libro de Mate se incorpora una versión trilingüe de las tesis: alemán (como las escribiera su autor), francés (la traducción hecha de algunas tesis por el propio Benjamin) y español. Lo que permite cotejar e incluso ver cómo cambian las cosas cuando el autor se expresa en otra lengua (la traducción francesa es muy suelta y poco literal). Tales virtudes (claridad del texto español y posible comparación con otras dos lenguas) facilitan enormemente la colosal labor hermenéutica que demanda un discurso nada lineal, lleno de misteriosos meandros y de fulgurantes imágenes.
Ese torrente de ideas nada convencionales obliga a un duro quehacer hermenéutico. Tanto Mate (2006) como Löwy (2005) realizan una tarea interpretativa de gran mérito y muy recomendable, aprovechable en grado sumo para quien busque orientación en la ardua tarea de internarse sin perderse en la espesa selva de metáforas teológico-políticas de Walter Benjamin. El estilo literario y el tipo de pensamiento de nuestro autor, fragmentario como el montaje cinematográfico y a base de estallidos alegóricos, envuelven al lector o lectora y obligan a practicar una suerte de espiral hermenéutica que se sabe cuándo comienza pero no cuando termina. De ahí que la lectura de esta obra jamás tenga un final y su exploración requiera una mirada plástica capaz de adaptarse a los saltos e interrupciones de un discurso envuelto en poesía y hermetismo, como si su autor, a fin de intensificar un potencial crítico irreductible e inconmensurable, huyera de la lógica del lenguaje filosófico habitual.
3.-Bibliografía seleccionada para el comentario
Esta nota bibliográfica no pretende en modo alguno la exhaustividad propia de un benjaminólogo recalcitrante. Por el contrario, muestra una senda sencilla para iniciarse e ir profundizando en la lectura del texto que nos ocupa. A tal fin es preciso, como hacemos en el primer apartado de nuestro escrito, unas pinceladas sobre el contexto de producción y distribución de Sobre el concepto de historia y sobre los avatares biográficos de su autor, que pueden obtenerse y ampliarse en forma de visión de conjunto a través de la consulta del libro de Tackels (2012) y del monográfico de la revista Antrhopos (VVAA, 2009). Esta última, además, proporciona sencillos cuadros cronológicos sobre la vida y obra del filósofo alemán.
La lectura de este trabajo de Benjamin no es tarea fácil y supone un ir y venir del texto originario (se citan las diversas versiones consultadas) a las interpretaciones y comentarios que sobre él se han efectuado. Entre estos últimos destacamos los excelentes ejercicios de comentario textual de las tesis aderezados por Mate (2006) y Löwi (2005), que poseen suficiente enjundia para ceñir y nutrir, en un primer momento, nuestro comentario. El camino más apropiado se nos antoja que llevaría a comenzar por el propio texto y establecer un diálogo interminable entre nuestras apreciaciones y comentarios y los de Mate y Löwy. La lectura del texto de Benjamin ni la de los exégetas que recomendamos ha de consistir en una progresión lectora de carácter lineal según un orden fijo. Las tesis pueden y deben leerse de manera desordenada y alternante con las interpretaciones: ir del texto a las interpretaciones y de estas al texto. Y, a modo de recapitulación final, es aconsejable resumir nuestra interpretación de cada tesis mediante un título, de modo que la suma de todos y cada uno de ellos nos permita escribir una breve síntesis expresiva sobre el contenido y significado de esta obra benjaminiana.
Por último, señalamos el interés de hacer catas en su magna obra inacabada (iniciada en 1927 y que deja en manos de Bataille en 1940) el Libro de los pasajes, porque contiene como el culmen de su esfuerzo intelectual tan brillante como imposible. Sin duda, consultar y adentrarnos en este extensísimo y zigzagueante libro nos permite entender mejor el espíritu crítico que atraviesa el flujo discursivo que corre por las entretelas de Sobre el concepto de historia.
Nota 1. El célebre “ángel de la historia” sería, pues, un motivo que va más allá del famoso cuadro de Paul Klee, que Benjamin guardaría como un tesoro entre sus pertenencias, pues el contenido del relato de sus tesis sobre los desastres del progreso que contempla el ángel, tiene una correspondencia indudable con el grabado de Cochin-Gravelot, como muestra Bolívar Echeverría (2009).
*Referencias bibliográficas:
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