Vuélvelos a retratar, Felipe…

Nuestro gran showman Felip Puig vuelve a remover los charcos de la política catalana (entenderán que no hable de oasis: en este país minúsculo y de escaso exotismo, resultaría una metáfora por completo temeraria). Hay un Narciso muy terco en el interior del honorable consejero, un pequeño ser que no tolera ni el tiempo libre ni la vida tranquila, y que se alimenta con alegría a base de alborotar a la juventud más progre: su último tinglado ha sido esta simpática web de Colaboración ciudadana contra la violencia urbana, recopilación de imágenes de adolescentes atrevidos que harán las delicias de todos los profesionales delatores y de los educadores nostálgicos de un pasado inexistente, en el que todos los niños sabían declinar en latín y sentarse bien en la mesa. De momento, hemos vivido un concurso de opiniones previsibles: los unos condenan la ruptura del derecho a la privacidad y toda presunción de inocencia, mientras que los fieles mozos del consejero defienden la exhibición de imágenes de gamberros como una práctica habitual todo el mundo. Este año es fácil ser un buen tertuliano de manual: ante cualquier cosa, puedes escudarte en el incumplimiento de una ley o, simplemente, apelar a la ubicuidad planetaria como justificación moral.

 

Evidentemente, no hace falta ser muy perspicaz para ver las intenciones propagandísticas de un consejero que se alimenta gozoso exhibiendo la pusilanimidad de sus antecesores comunistas y permisivos. A mí ni me ofende el exhibicionismo sarkozyniano de Puig, ni me escandaliza el debate sobre el derecho de la propia imagen. Hace mucho que vivo en un mundo donde la política es reclamo publicitario y mi rostro se exhibe en cientos de páginas mucho más sórdidas que la de Interior (el hábito, ya lo sabemos, también hace la moral). Porque más allá de este debate tan aburrido, del sempiterno duelo entre seguridad e intimidad, estamos en el centro de una discusión básicamente icónica (que después, pero sólo después, se convierte en ética). En esta famosa web del departamento, los mozos fotografían jóvenes de asociaciones como ‘Alerta Solidaria’ que basan gran parte de su acción política precisamente en la propia imagen como herramienta de manifestación. Los jóvenes que Puig pretende desenmascarar o delatar a través de una fotografía son los hijos privilegiados de una sociedad nacida en Facebook donde la gratuidad de la propia imagen (y aun su difusión pornográfica) es un valor capital de uso. Visiten cualquiera de las webs de los alborotadores a los que acosa el consejero: ¡están llenas de imágenes!

 

Hace pocos días, un grupo de los jóvenes que salían fotografiados en la web del departamento de Interior hicieron una rueda de prensa a cara descubierta y a plena luz del día, justo en el centro de la plaza de Cataluña, rodeados de cargos electos de la Esquerra Independentista y de otras asociaciones políticas. Lo que para los activistas significaba o pretendía ser un acto evidente de provocación (a saber, desafiar a los policías de paisano que los vigilaban de cerca exhibiendo su rostro sin vergüenza) es, en mi opinión, un simple acto de reivindicación icónica narcisista. Los jóvenes, contrariamente a su voluntad, se encuentran muy lejos de una lucha por defender la propia intimidad: por el contrario, ¡quieren ser los dueños únicos de su imagen! Vivimos, en resumen, ahogados en una estricta lucha de narcisismos, en la que el poder intenta exhibir unas imágenes de activistas políticos que reclaman la patente única de su exhibición.

 

El conseller Puig y sus niños malcriados viven exactamente el sueño del gran filósofo Warhol, que preludió la obsesión por el dominio de la propia imagen retratando compulsivamente iconos de la vida moderna. Muchos de ellos se enfadaban, y el pintor les recordaba que él sólo retrataba iconos visibles, no sujetos éticos. Esta revolución de la imagen tiene un punto bastante visible en las manifestaciones de la juventud, sean violentas o no. Las pancartas y los eslóganes han sido sustituidos (o complementados) por todo de trastos tecnológicos que captan imágenes. Estas herramientas ya se han convertido en la cinematografía documental del presente. Porque el manifestante no sólo quiere ser dueño de su mensaje, sino también de cómo exhibe su propia efigie. Su narcisismo nos dice precisamente que él quiere ser el delator de sí mismo. Y, de momento, ganar las cuatro fotografías de feria que tiene el honorable consejero en esta web de pacotilla es relativamente fácil. Cúrratelo más, consejero, que el invento da un poco de risa. Vuélvelos a retratar…

 

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