¿Vox señala el pasado, o el futuro?

En absoluto discutiré que el franquismo no se acabó con la Transición y que el llamado «Régimen del 78» heredó en demasía su patrimonio: buena parte del Ejército, de la Policía, los Jueces, los Obispos, los altos funcionarios, de las grandes familias con tres, cuatro o cinco apellidos que siempre han controlado el Estado, los periodistas comprometidos en hacer «prensa patriótica» y, por supuesto, toda una ciudadanía apolillada, nostálgica de unos tiempos pasados que, con menos que mucha razón, identifican con el franquismo. Todavía hay quien se empeña en querer salvar aquella Transición -los habituales defensores del mal menor, del mejor eso que nada, del podía haber sido peor, de aquel se hizo todo lo que se pudo-, los hechos son tozudos. Desde el 23-F de 1981 que sabemos cómo se detuvo todo un proceso de cambio democrático; cómo la monarquía ha sido el pretexto -ahora quemado- para simbolizar una unidad forzada; cómo el autonomismo fue considerado por el Estado profundo como una derrota o, de entre muchas otras evidencias, cómo las cloacas del Estado han seguido estando generosamente regadas, desde el GAL socialista al Fernández Díaz del PP.

Ahora bien, tengo mis dudas sobre el acierto de asociar estrechamente el crecimiento en España de la extrema derecha en esta herencia franquista profundamente arraigada en las estructuras políticas de su Estado. En primer lugar, porque ya se había dicho y repetido que si en España no había habido partidos de extrema derecha significativos era porque la derecha conservadora los había integrado cómodamente en su proyecto nacional. Sólo cuando el PP ha perdido legitimidad tras destaparse su larga y profunda historia de corrupción, su extrema derecha se ha visto capaz de campar ella sola. De modo que, en todo caso, no se estaría manifestando un franquismo latente, sino que sería el mismo de siempre, pero descarado.

Pero, y en segundo lugar, también podría ser que Vox fuera algo realmente nuevo que, aprovechando oportunistamente los tics locales, es decir, las apariencias del franquismo-, de hecho expresara las tendencias globales que también se producen en la política europea y mundial. Lo digo, sobre todo, a la vista de cómo la extrema derecha avanza en países de raíces verdaderamente democráticas, sin pasados autoritarios recientes similares al franquismo. Pienso en los Países Bajos o Suecia, que al margen de Alemania, Austria o Italia en donde si que hay memoria de un pasado autoritario, la extrema derecha está ocupando espacios políticos muy relevantes. Y pienso en el proyecto de Steve Bannon, tan bien relatado por Llibert Ferri en la edición de EL TEMPS del 2 de abril. Efectivamente, Vox estaría fabricando lo que el mismo Ferri llama un «franquismo posmoderno», donde, desde mi punto de vista, el franquismo sería más un disfraz que el cuerpo real del partido. Dicho de otro modo: la cultura franquista ya atraviesa de Vox al PP y hasta Ciudadanos, y quizás también algunos aspectos de la supuesta izquierda del PSOE. Pero la especificidad de Vox no sería lo que tiene de común con el resto, sino el que tiene de diferente, de propio.

Si mi intuición tuviera fundamento, la insistencia en denunciar el franquismo de Vox podría terminar enmascarando lo que tiene de nuevo y más peligroso. Y esta cosa podría ser la de una cierta reacción a las imposiciones abusivas de una corrección política progresista que serían vividas como contradictorias con una experiencia cotidiana que las desmentiría. En este sentido, el caso de la victoria de Donald Trump nos debería hacer reflexionar. La captación del sentimiento -y del voto- de los que se sienten engañados por las falsas promesas del sistema, de los que se sienten forzados a un cambio de mentalidad abierta para la que no están aún preparados, de los que se ven expulsados ​​de sus espacios culturales de confort sin tener una alternativa donde sentirse acogidos, todo esto podría explicar mejor el crecimiento de Vox que la fuerza de unos restos franquistas que ya sólo puede recordar una mínima parte de la población.

Insisto, para evitar confusiones, que no estoy negando la persistencia de estructuras de poder franquistas, antidemocráticas y autoritarias en España. Cada día tenemos pruebas de ello. Pero afirmo que Vox es algo más que la expresión de estos restos, que no es algo viejo sino nuevo. Que subrayar el franquismo es menospreciar esta dimensión suya ‘postmoderna’, reactiva -de hecho, reaccionaria- ante los principios de la modernidad democrática. Es ignorar que detrás de la cabalgata de Abascal en plan de conquistador, los toros y la cacería, del antifeminismo, hay un uso inteligente de las redes sociales, está la manipulación de malestares sociales muy reales. En definitiva, que en Vox puede no haber tanto la amenaza de un retorno al pasado como la de un horizonte de futuro inquietante.

Publicado el 15 de abril de 2019

Núm. 1818

EL TEMPS