Votaré por ti, Salvador

La juez titular del juzgado criminal y correccional número 1 de Buenos Aires, María Servini de Cubria, hizo público el pasado jueves un escrito de 286 páginas con las que da curso a la acusación contra veinte jerarcas y ministros del régimen franquista por varios crímenes cometidos durante la dictadura, entre los que hay cinco personas directamente relacionadas con el proceso judicial y la ejecución de Salvador Puig Antich, el 2 de marzo de 1974. La juez pide la detención y la extradición a la Argentina para que puedan ser juzgados por delitos de lesa humanidad.

Los viejos franquistas son: José María Sánchez-Ventura Pascual, Alfonso Osorio García, Rodolfo Martín Villa, Jesús Quintana Saracibar, Jesús Cejas Mohedano, Antonio Troncoso de Castro, Carlos Rey González (el abogado de Alicia Sánchez Camacho), Jesús González Reglero, Ricardo Algar Barrón, Félix Criado Sanz, Pascual Honrado de la Fuente, Jesús Martínez Torres, Benjamín Solsona Cortés, Atiliano del Valle Otero y Abelardo García Balaguer. Los ministros de Franco requeridos, algunos de los que pensaba, francamente, que ya estaban muertos son: Antonio Carro Martínez, Licinio de la Fuente, Antonio Barrera Irimo, Fernando Suárez González y José Utrera Molina, este último suegro del ex ministro de Justicia del PP Alberto Ruiz Gallardón, quien dimitió porque, de hecho, es más integrista que el propio Rajoy.

Leer los nombres de estos sátrapas da miedo. Nos transporta al castillo de los horrores de la historia. Todos juntos son franquistas reciclados vía UCD o bien integrados en AP, el partido de los llamados siete magníficos, que encabezaba Manuel Fraga (Reforma Democrática) con Cruz Martínez Esteruelas (Unión del Pueblo Español), Federico Silva Muñoz (Acción Democrática Española), Laureano López Rodó (Acción Regional), Enrique Thomas de Carranza (ANEPA), Gonzalo Fernández de la Mora (Unión Nacional Española) y Licinio de la Fuente (Reforma Social), todos ellos ministros de Franco y retrógrados hasta decir basta. La juez argentina dice en su escrito que los veinte encausados convalidaron con su firma la sentencia de muerte por garrote vil de Salvador Puig Antich y que el proceso militar y el consejo de guerra vulneró de manera reiterada y sistemática el derecho de defensa. ¡Oh, por supuesto! Podría haber encausado a toda esta pandilla por los mismos motivos.

Estoy contento y triste a la vez por esta noticia. Me satisface que alguien ponga las cosas en su lugar después de los intentos de la FAES, la fundación de Aznar, y de su historiadores cómplices de endulzar el franquismo. La transición fue muchas cosas, sobre todo un cúmulo de debilidades, pero también un pacto de no agresión que permitió la reconversión de los antiguos franquistas sin pedirles ningún tipo de responsabilidad. La excusa para aceptar pasar la goma de borrar sobre el historial de los servidores de la dictadura y sus colaboradores fue Carrillo. Quiero decir Paracuellos del Jarama, aquel episodio sangriento de asesinatos masivos de finales de 1936 en la llamada Batalla de Madrid. La paradoja, visto en perspectiva, es que sólo Carrillo y Dolores Ibárruri, la Pasionaria, y unos cuantos comunistas más eran los únicos dirigentes de los partidos de la oposición que habrían podido ser juzgados por crímenes de guerra.

El pacto de silencio fue, pues, cosa de dos. De los franquistas y los comunistas, les guste o no escucharlo a sus herederos y a los que se inventaron el Memorial Democrático. Como también habría que decir en voz alta qué pasó aquel mes de marzo de 1974 en la que Salvador Puig Antich fue ejecutado con el método del garrote en la cárcel Modelo de Barcelona. La memoria es traicionera y desdibuja los hechos o bien nos hace creer, directamente, que hemos vivido episodios que en realidad han sido de otro modo. Y eso es lo que ha pasado con la historia de la detención, tortura y ejecución de Salvador Puig Antich. Lo expliqué en otro artículo en este mismo digital, ¿Por qué mataron a Salvador Puig Antich?, con motivo de la publicación del libro de Jordi Panyella sobre el caso. La oposición al franquismo, dominada por el PSUC, hizo muy poco para salvar la vida a aquel novio libertario que militaba en una organización llamada MIL y que llevaba pistola al cinto. La movilización vino después, una vez muerto, en los funerales multitudinarios en las parroquias de San Just i Pastor (5 de marzo), de Sant Andreu del Palomar (8 de marzo) y, sobre todo, de Sant Agustí (10 de marzo) donde se concentraron unas 4.000 personas. También hubo en la iglesia de Santa Anna de Mataró que derivó en una manifestación por las calles del barrio de Cerdanyola, en la de San Miguel, de Cornellà de Llobregat, en la de la Puríssima Concepció, de Sabadell, en Terrassa y un largo etcétera. Pero eso fue una vez muerto Puig Antich.

Antes de este final trágico, las discrepancias entre los opositores al régimen fueron de primer orden. Y sólo la extrema izquierda -y los católicos de base, que a menudo se peleaban- nos llevó a denunciar lo que estaba pasando. Lo resume muy bien el testigo, reproducido por Jordi Rabassa, del militante comunista Julio Noguera, un tortosino que acabó viviendo en Igualada: «Yo recuerdo el caso de Puig Antich. Tuvimos una reunión en el comité del PSUC de Igualada y dijeron: ‘Ha pasado esto, quizás deberíamos manifestarnos, y quizá deberíamos hacer algo para denunciar este hecho. Y la gente dijo que no. […] En aquella época, había la sensación de que aquellos grupos lo único que hacían era dar mala imagen de lo que era la auténtica lucha democrática. Aquellos tíos mataban y robaban por una causa […] Pero en el Partido Socialista Unificado de Cataluña y en el PC de España entendíamos así la idea democrática, la lucha democrática y de masas, y no ir atracando bancos por mucho que ese dinero fuera a parar a un fondo para la lucha de los trabajadores. No va por ahí, la cosa. […] Y, entonces, aquel muchacho había muerto por ello. Y nosotros habíamos sido un partido que siempre habíamos reivindicado la reconciliación nacional y la lucha pacífica, y si dábamos apoyo a los que reivindicaban la figura de aquel personaje, habrían podido decir: ‘Sí reivindicáis a gente estrambótica, y eso que estáis por la paz y por la…, ¿y vosotros estáis apoyando la lucha armada?’. Y entonces la gente dijo que no, que no, que no querían hacer nada por Puig Antich. Y yo lo sentía por Puig Antich, pero… Y así es, y esa es la verdad. […]».

Es por eso que también he sentido tristeza al saber que la jueza argentina buscará las cosquillas a los franquistas. No aprovechemos la circunstancias para olvidarnos de nuestra responsabilidad en todo ello. No sé qué habría votado Salvador Puig Antich si todavía estuviera vivo. Ni siquiera estoy seguro de si habría ido a votar el 9-N. ¡Es lo mismo! Yo iré a votar por él, como el 5 de marzo fui a la iglesia de San Just i Pastor para reivindicarlo. Esta vez no me quiero equivocar.

EL SINGULAR DIGITAL