Volvamos con la “burguesía”

A raíz de un libro que pretende levantar acta de su fracaso histórico, al menos desde mediados del siglo XX, se ha vuelto a hablar de “burguesía catalana”, y algunos incluso se han referido a su “espejo roto”. Puestos a hacer revisionismo histórico, podían haberse remontado a la guerra de Sucesión en el trono de España, cuando la clase mercantil dirigente barcelonesa no tuvo como objetivo estratégico crear una república catalana a ejemplo de la Holanda de la época y se decantó por un representante u otro de las monarquías en liza (supongo que el recuerdo de la guerra de los Segadores todavía coleaba). De ahí la sumisión ‘botiflera’ (traidora) a los borbones, y toda la retórica sobre el pretendido crecimiento de la economía catalana durante el reinado de Carlos III, el recibimiento entusiasta de Barcelona a Carlos IV de España en 1802, o la utopía de una reforma de España desde la periferia a lo largo del XIX hasta la crisis del 98. (Un historiador nuestro que intentó estudiar el socialismo en España entre 1833 y 1868 se encontró con una especie de militancia parecida a la de una sociedad colombófila…) Tampoco es casual que los análisis referidos no mencionen el miedo a las clases dirigentes catalanas a los movimientos populares, en forma de alborotos, ‘jamancias’ (1), incendios, huelgas, atentados y procesos revolucionarios. Cuando les hizo falta, armaron el Sindicato Libre y financiaron la dictadura de Primo de Rivera. Y cuando estalló la revuelta militar fascista de 1936 y la revolución ocupó las calles y la propia Generalitat fue sometida a su ritmo (para bien y para mal), en Burgos y San Sebastián faltó gente y algunos de sus intelectuales hicieron espías de Franco. Después de la guerra veríamos que, entre los empresarios monárquicos de toda la vida y los nacionalistas de la Lliga, se habían amortiguado todas las tensiones, y se podía ver de la mano a los Rivière, que hicieron una depuración brutal en su fábrica de casa Tunis, con los Ventosa, cuyo patriarca, glosado oportunamente por Josep Pla, fue hecho procurador por Franco en 1943. Llegados a los tiempos del transformismo monárquico del franquismo, España ya era, para aquellas clases dirigentes, un mecanismo de recomposición entre crisis y crisis, a la vez que un dique de contención según los equilibrios de fuerza entre fábricas, calles, grises y partidos de régimen, vía represiva con el dictador, vía representativa con el borbón. En consecuencia, hubo burgueses que mantuvieron el viejo nacionalismo moderado democristiano; hubo quienes intentaron crear partidos ‘ex novo’; los hubo que se cobijaron bajo el paraguas de un nuevo partido de Estado; y los hubo que ayudaron al empresariado español a forjar su organización gremial. Pero ningún grupo, organización o líder fraguó una unidad política que representara los intereses generales de la burguesía. Al fin y al cabo, esta clase fracturada, desorientada y sin poder en el Estado cedió la administración de sus intereses locales, una vez impuesto el Estado autonómico, a unas clases medias que, por medio de las mayorías parlamentarias en la Ciutadella, se erigieron en intermediarias entre el Estado y Cataluña, entre empresas y sindicatos, entre las masas urbanas y el traspaís, entre el imaginario nacional y el dominio estatal. Hablamos, claro, del pujolismo: quien quiera llamarlo “burguesía”, porque Pujol hizo de “banquero”, pueden decirlo sin demasiados miramientos, pero, finalmente, su papel fue el de fuerza auxiliar entre la sociedad catalana explotada, maltratada y desgajada, básicamente, como instrumento de pacto con las fuerzas políticas del Estado. Igualmente, adquirió una autonomía respecto a todos los grupos sociales para representar el «espíritu» de Cataluña más o menos tópico, pero logrando unas concesiones del Estado nunca imaginadas (radiotelevisión, enseñanza, mossos). En tanto que bastante auxiliar, las crisis económicas sistemáticas (reguladas desde el Estado), las crisis del sistema representativo (reguladas desde el Estado), y las crisis nacionales (que llaman “territoriales”: reguladas desde el Estado) hicieron añicos su intermediación a raíz de la crisis constitucional-estatutaria de 2006-2010. En tanto que fuerza con autonomía propia, el pujolismo no podía superar la contradicción entre las capacidades que él mismo había despertado y la realidad de la dominación española.

La irrupción de un movimiento de masas en Europa de carácter nacional, como el de Cataluña, constituía una revolución política que ponía en cuestión los mecanismos tradicionales de representación liberal y, a la vez, abría las compuertas a unas transformaciones económico-sociales de un empuje aún por evaluar. Pretender que ese movimiento necesitaba una “clase dirigente” ya revelaría una notable y notoria temeridad intelectual; discutir el “fracaso” de una “burguesía” porque no pudo encabezarlo sería propio de tartufos del pensamiento, o sea, impostores; compararla con el auge de Madrid sería una estafa piramidal; e ignorar, finalmente, que aquella «burguesía» hizo la enésima fuga, al obedecer al golpe de silbato de un nuevo caudillo fascista, el 3-O de 2017, para salir corriendo hacia otro «Burgos», con sedes sociales a hombros, convierten en inútiles las especulaciones en forma de libro. Al fin y al cabo, la “burguesía” no necesita intelectuales: ya tiene La Vanguardia; ni dirigentes políticos, sino grupos de presión empresariales; ni partidos, porque ya dispone de los del Estado. Y, si tiempo atrás, Pujol podía servirles de cojín, ahora los saltamontes que gobiernan la Generalitat no pueden hacer ni unos míseros juegos de montaña y el ayuntamiento de la capital ya es un grupo de amigos (y amigas) dispuestos (y dispuestas) a conservar la silla al precio del desgobierno de una ciudad sin dirigentes.

¿Habría que analizar en qué manos está la revolución democrática por la república catalana independiente? Está claro: en manos de las masas populares movilizadas y autoorganizadas que conservan viva la memoria histórica de la nación y se hicieron poder colectivo directo sacudiendo una vez más su “burguesía”… aun sin proponérselo.

VILAWEB

(1) https://ca.wikipedia.org/wiki/Jam%C3%A0ncia

 

Julià de Jòdar: «NUESTRAS ÉLITES NO HAN CREÍDO EN EL PODER DE LA GENTE»

Antoni Trobat.

Fotos: Jordi Borràs

Julià de Jòdar (Badalona, ​​1942) es un intelectual singular. Conocido por unos como exdiputado de la CUP –dimitió junto a Josep Manel Busqueta, en 2016– y por otros como escritor consagrado en medio del universo de los ‘lletraferits’ (amigos de las letras) catalanes, en realidad se saben relativamente pocas cosas. Entro en su casa, en la calle Casp, y me ofrece una taza de té verde en una habitación espaciosa pero llena de libros. Visualizo de todo: mucho arte y mucha filosofía, una traducción italiana de Saul Bellow, una especie de tapiz medieval inglés y una portada de ‘Serra d’Or’ con Ferrater. Le reconozco que le he leído poco –sólo dos obras. La conversación comienza en la Badalona de los años veinte.

-El origen familiar. Es del barrio badalonés del Gorg, dicen.

-Soy nieto de gente llegada de Murcia, de Cartagena, más concretamente, y de Vélez-Rubio, en la provincia andaluza de Almería. Los abuelos maternos, los que venían de Cartagena, iban hacia Francia y se quedaron aquí. Esto era alrededor de 1929. Mi abuelo materno acarreaba pavos. Mi abuela había llegado a tener un puesto de aves en la plaza Nova de Badalona. Por la parte paterna, el abuelo era un buen carpintero. Había trabajado en la Legión, en África, y decían que había conocido a Franco. Éramos, por tanto, una familia trabajadora y menestral. Mi padre fue tintorero, del ramo del agua. Contra la idea de Pérez Andújar (1) sobre la cuestión de las periferias, debo decir que viví dos. Cuando fui a vivir a Artigues, barrio entre Badalona y Sant Adrià, a los ocho años, era un barrio colonial, de viviendas obreras con jardincillo de carácter modernista. Con estropicios. Era un barrio con nombres andinos, que hacía de periferia de mi barrio de nacimiento, que a su vez era periférico del centro de Badalona.

-¿Qué marca deja la clase?

-Podría pasar por un desclasado, pero nunca he podido dejar la clase a un lado. Me he intelectualizado, eso sí. Pero la forma de plantearme los conflictos y las relaciones ha sido basada en la clase. Mi clase. Nunca he perdido el antagonismo. Nosotros sabíamos qué hora era por las sirenas de las fábricas. En casa dejaron de hacer de tintoreros (porque mi padre estaba perdiendo la salud) y pusieron una tienda. Recuerdo a muchas mujeres trabajando en las fábricas del textil, de la metalúrgica ligera y de la lata. Y una fábrica, Gottardo de Andreis, de dueños italianos. Esto imprime carácter en un barrio y en una ciudad. Durante los años veinte y treinta sus calles iban rebosantes de jóvenes fogosos forjados en el pistolerismo. El nuestro era un barrio de sindicalistas y de faieros.

-¿Faieros de la FAI (Federación Anarquista Ibérica)?

-Sí. De la familia política del Vivancos, que era la gente de Garcia Oliver. Imagínatelo. El barrio quedó vacío de hombres jóvenes al terminar la guerra. Muertos, en prisión o en el exilio, casi todos. En el Camp de la Bota el municipio con el mayor porcentaje de fusilados fue Vélez-Rubio, el pueblo de mi padre. Gente que al emigrar a Cataluña se habían distribuido entre el barrio de la Salut, en Barcelona, ​​y el nuestro, en Badalona. Mi padre era de las Juventudes Libertarias. Luchó en el frente de Madrid. Lo hirieron y volvió vía Alicante hacia aquí. Su hermano era sindicalista de la CNT. El nudismo, el deporte y la vida asociativa calaron fuerte los años de la República. Mi madre siempre tenía presente que con 16 años los ácratas del barrio, ¡le hacían leer a Nietzsche! De ahí vino el hecho de que en casa insistieran en que estudiara, como mínimo, el bachillerato.

-¿Qué clima político se vivía de niño y joven en su barrio?

-Era un barrio de perdedores de la guerra. En los años cincuenta, la policía hacía aún incursiones para meter palizas y mantener el orden. Había un tipo de la policía que le llamaban ‘El Chato’, siniestro, que se dedicaba a ello a fondo. La represión seguía.

-De un tiempo a esta parte hay un resurgimiento –antes de citar a Pérez Andújar– de un cierto ‘neoorgullo charnego’. La activista feminista Brigitte Vasallo ha firmado recientemente un artículo sobre el tema en CRÍTIC (2).

-De esto hablé con ellos. Conmigo que no cuenten para eso de la ideología del charnego. Yo no he hecho de la cuestión algo personal. Cuando íbamos al centro de Badalona a realizar el bachillerato, sólo éramos cuatro chicos de mi barrio. Castellanohablantes entre nosotros. Todo lo demás eran chicos de casa buena y de extracción catalanohablante.

-¿El catalán donde lo había aprendido?

-En la calle, en la tienda de mi padre, con la gente de los puestos del mercado y jugando al futbolín. No recuerdo en mi barrio exclusión alguna por razones de lengua o de origen. La clase unía. La industrialización homogeneizó. No conozco a nadie que no aprendiera el catalán en el trabajo. Era algo natural. Para mí es limitativo y defensivo, apelar al ‘ser charnego’. Si tú quieres resolverlo, lo que hace falta es meterse en la corriente general. ¿Qué interés hay por resurgir, precisamente ahora, determinados constructos ideológicos? Lo encuentro, al menos, extravagante. Trabajé entre 1958 y 1960, en Sant Adrià, en una fundición. Tenía, cerca, masías y fundiciones, espacio rural, y hacia el mar, los barrios de chabolas de la playa como el Somorrostro o Pekín… Aquello era un auténtico crisol cultural de todas las Españas. Nunca recuerdo peleas, ni problemas. Que haya gente nacida en los años setenta que diga que se siente ‘charnega’ o ‘acharnegada’ no lo puedo entender. Convertirlo en ideología o en atributo cultural, menos aún.

-Entrevisté a August Gil Matamala para este medio hace dos años. Él y usted ha estado siempre en un mismo entorno. Juntos, en la Transición, animaron a grupos de afinidad teórica. Con uno de ellos, Equipo Contracorriente, produjeron en 1977 el documento ‘Hecho nacional y lucha de clases’. Con otro, el ‘Col·lectiu Comunista Català’, dio una visión anticipada de la Transición en el panfleto ‘La liquidación del franquismo y la construcción de un nuevo Estado’. Con un tercero, ‘La Nova Falç’, publicó las hojas de agitación ‘Lliuta Lliure’. ¿Cómo vivió la Transición?

-Me pasaba lo que me ocurre ahora. Vivía con la sensación de que los despachos secuestraban la calle. La Assemblea de Catalunya era algo muy potente, con mucha diversidad pero también con mucho control por arriba. August ya había salido del PSUC en 1968 después de la invasión de Checoslovaquia y que empezaran, antes, a mediados de los sesenta, las renuncias de Carrillo.

-Se situaba, sobre todo, por lo que sé, en el anticapitalismo.

-Entre el 70 y el 74 hubo luchas muy potentes en las comarcas del cinturón metropolitano… Harry Walker, Roca Radiadors… Había gente muy potente. No logró la influencia del PSUC ni eran prácticas muy extendidas, pero las Plataformas Anticapitalistas eran muy activas. Se nos hacía muy difícil integrarnos en dinámicas meramente electorales. Los procesos materiales nos afectaban mucho. Vivíamos en contacto con gente que sufría, que estaba allí. Viendo el despliegue del nuevo régimen…

-¿Conoce un documental llamado ‘ Morir de dia’? ¡Hay testigos de gente que en plena Transición estaba convencida de que en España habría una revolución maoísta! Cuesta entenderlo.

-No. Pero sé de lo que me hablas. Yo creo que era una falta de análisis algo riguroso. Esto respondía a las condiciones de deterioro del clima sociopolítico de la época. El régimen estaba muy a la defensiva. Era muy agresivo. En ese momento hay una gente muy joven, dentro de la veintena, que en los barrios realiza procesos que se viven como auténticas revoluciones personales y culturales, de todo tipo. Las personas más jóvenes que nosotros lo vivieron así. Con una radicalidad íntima, diría yo. No hacían análisis políticos muy refinados. Sencillamente exigían su lugar en el mundo nuevo que parecía empezar…

-¿Y ustedes?

-Nosotros, en la treintena o en la cuarentena, veníamos de procesos personales diferentes… Conocíamos bien al personal que estaba intentando subir al carro del nuevo poder… Era una locura. Surgían multitud de partidos que no habíamos visto en la vida. Que sólo generaban confusión y, al mismo tiempo, en las primeras elecciones de junio del 77, Esquerra Republicana, todavía ilegal, no pudo presentarse… La Reforma de 1976, en diciembre, ya se hace en condiciones de auténtica represión. Cuando vemos las matanzas de Atocha, en diciembre del 77, la reacción del PCE todavía nos escamó más. ¿Estaban cambiando muertes por legalizaciones? Este tipo de pacifismo, de contemporización con el régimen, no lo entendíamos.

-Bien, era lo que hacía el PCI en Italia… Orden…

-Todo esto venía de la teorización de 1973 tras la caída de Allende. Entonces, Berlinguer, el secretario del PCI, afirmó que iniciar el camino hacia el socialismo era imposible incluso teniendo el 50+1 de la sociedad…

-Me suena…

-Decía más o menos que no te podías mover si el imperialismo no te daba permiso. El reformismo no reaccionó. No reaccionaron ante la muerte de Puig Antich. No reaccionaron ante la muerte de los de ETA y del FRAP en diciembre del 75.

-En Palma he oído contar que los militantes del PCIB-PCE tapaban las pintadas por Salvador Puig Antich que hacía gente de otros grupos de izquierda revolucionaria.

-Haciendo contrapropaganda. Decían que Puig Antich era una especie de predelincuente. Cuando le asesinan, en Barcelona se está presentando la revista satírica ‘Por Favor’, la misma noche, en L’Oca, un lugar de moda del momento… ‘Ajoblanco’, que sale en octubre, la dejan salir… y eso que era contracultural. Estas señales eran importantes. La falta de acción vemos que sentaba las bases para que aterrizaran los grandes partidos. No nos desencantamos. Sencillamente veíamos que los grupos de izquierda radical no tenían bastante fuerza. También te diré una cosa: como nosotros no éramos de mentalidad grupusclista ni mesiánica, sabíamos que la revolución no estaba al alcance de la mano, pero sí creíamos que podían darse las condiciones para un importante protagonismo de la clase obrera y de las clases populares en la nueva etapa. La realidad nos obligó a resituarnos.

-Y se abre al independentismo explícito…

-En esa época ya entramos en contacto con el independentismo de izquierdas. Antes, para nosotros, la cuestión nacional era defendida sólo por la lucha cultural. No la trabajábamos a escala política. Hasta que en el Baix Llobregat no se empezaron a atar las dos vertientes, la social y la nacional, no encontrábamos espacios comunes. A través del panfleto ‘La liquidación del franquismo y la construcción de un nuevo Estado’ nos dimos a conocer entre el mundo independentista. Recuerdo que Carles Castellanos nos contactó. El Comité Catalán contra la Constitución es donde toda esa relación entre el anticapitalismo y el independentismo de izquierdas cristaliza. Formábamos parte del PSAN-Provisional, nosotros, gente anticapitalista de CCOO, las COAS, y los de la Organización de Izquierda Comunista… Que eran ‘consejistas’, habían tenido gente joven muy combativa, obrera, ¡con muchas mujeres! Luego la cagaron volviéndose sectarios, una organización de ámbito español muy de aparato. Intentaron duplicar e imitar la experiencia de Bandera Roja: control desde arriba…

-¿Qué se hizo?

-En un partido como el que intentaban construir la clave es que el sistema te ayude o te tolere. Si no, realmente no tienes nada que pelar. Uno de sus cabecillas acabó en el PSC, trabajó en la Administración de Castilla-La Mancha y ha acabado haciéndose millonario saliendo en las listas Falciani… Es el célebre Diego Fàbregas (3), ‘El Pájaro Loco’.

-¿Pero de esa generación no ha quedado ningún hilo conductor? ¿Con la CUP no se ilusionó de nuevo la extrema izquierda de los setenta?

-Yo creo que con la CUP ha habido un depósito de expectativas. Mucha gente ha estado expectante. Mi parte joven [sonríe] me hace no ser exactamente optimista, pero casi siempre considero que vale la pena ayudar a quien arriesga, a quien se mueve. Pero en mi caso hay algo más, un cierto desdoblamiento.

-¿Qué quiere decir?

-Te lo contaré siendo lo más gráfico posible. En diciembre de 1970 se produjo el encierro de intelectuales en Montserrat. Faltaba un mes para que naciera mi hijo mayor, y supongo que por eso no fui. O eso pensaba yo. Pero existían motivos más profundos. Unos días antes, estaba en un bar en Nou de la Rambla, en la calle Lancaster, y una chica de las que estaban allí me enseñó una foto. Estaba yo en el paseo de Gràcia, en una ‘mani’, con un adoquín en la mano. La habían hecho unos activistas libertarios y la habían enviado a un fancín antirrepresivo francés para que la publicaran. ¡Pensé durante mucho tiempo! Y lo digo porque entre donde yo teóricamente tenía que estar, que está con los intelectuales en Montserrat, y la foto con el adoquín, había una tensión que es como si no hubiera terminado de resolver nunca. Esto marca bastante mi posición: entre la radicalidad de la insurgencia callejera y el compromiso y los límites de la actividad intelectual.

-Durante muchos años, antes del boom ‘cupero’, en el mundo literario catalán era el independentista de izquierdas que no era de ERC.

-Siempre he sido individualista. Muy poco gregario. Nunca he podido militar en ninguna parte. Sin carné ni ataduras orgánicas…

-Hay quien me ha dicho que en los años ochenta y noventa en su grupo de afinidad con Gil Matamala se le pierde la pista.

-No estoy de acuerdo. Hay una continuidad. Después de la fase posfranquista, nosotros nos inventamos la revista KO, una cabecera subversiva. Sólo tuvimos fuerza y ​​dinero para hacer tres números. El último, de marzo de 1980, llevaba un homenaje a Yolanda González, militante trotskista asesinada por la extrema derecha en Madrid. En esta época hicimos campaña contra las primeras autonómicas, las de 1980. Era el momento que desde Xirinacs hasta Magda Oranich, todo el espacio de izquierda nacional intentaba presentarse. Y, claro, tanto el BEAN como Nacionalistas de Izquierda se estrellaron.

-¿Cómo vivió ese intento?

-Nosotros lo veíamos ingenuamente. Quizá éramos elitistas. No creíamos en ello. Nosotros considerábamos, como dos años antes, que no tenía sentido. A partir de 1984 entramos en ‘Nova Falç’ (Nueva Hoz). Nunca perdimos la continuidad. De ahí, a la experiencia de la Asamblea de Unidad Popular (AUP). En esa época la idea de hacer municipalismo desde abajo con la idea de encontrar la solución a la cuestión nacional la valoraba con escepticismo. Pecaba, tal vez, de ser demasiado teoricista. Recuerdo debates muy duros con la gente de Arbúcies o de Sant Pere de Ribes, que eran muy pragmáticos. Excesivamente, para mí.

-Y el hilo sigue hasta la Plataforma por el Derecho de Decidir, la PDD.

-La PDD es el poso de muchas cosas. El inicio real del ciclo actual. Destacaron Mónica Sabata, Jaume López, Víctor Cucurull, Carme Forcadell… La PDD tuvo el problema de siempre en los movimientos cívicos de masas del independentismo contemporáneo. La eterna pregunta: ¿cuál debe ser la posición respecto a los partidos? Recuerdo que la manifestación por las infraestructuras de 2007, la segunda, fue potentísima. Se sumaron, hecho innovador, los sindicatos mayoritarios. La PDD introdujo el concepto del derecho a decidir; situó el terreno de la cuestión en la radicalidad democrática. ¡Este aspecto, el independentismo no lo había explicitado así nunca! Establecía por primera vez una dialéctica entre la práctica autoritaria del Estado y nuestra práctica democrática. Ahora me sorprende quien se sorprende de que el Estado sea poco democrático… ¡No puede serlo! Nuestro drama es que no se han articulado los mecanismos internos del choque frontal. ¡Íbamos hacia el choque, no hacia el tránsito! Cuando a un Estado le deshaes la puesto, sólo puede reaccionar autoritariamente. Tú debes estar preparado para este choque.

-Hay quien dice que el movimiento soberanista llega tarde.

-A veces pienso que la historia se ha burlado un poco de nosotros. Nos ha dado muchos instrumentos para llegar hasta aquí –autogenerados por nosotros, con nuestro esfuerzo colectivo, por supuesto–, pero por alguna razón nos cogen a contrapié. La Europa de hoy no es la de las revoluciones democráticas de 1848 o de la Revolución Rusa. No estamos integrados en una corriente general. Si en Escocia hubiera ganado el sí, habría arrastrado cosas…

-En la Europa del XIX o durante buena parte del XX, después del 1-O habría habido cientos de muertos y todo habría sido diferente…

-Efectivamente. Con muertes, Europa habría actuado de una forma distinta. Pero nada me hace pensar que se necesiten muertes. Los poderes públicos no deben ser paternalistas. La gente llega a donde quiere llegar. Los poderes deben adecuarse a la gente. Decir al pueblo «no llegues hasta aquí» o «cuidado, que el Estado se volverá fuerte contra nosotros» no es significativo de nada si no haces lo que hacía años que decías que harías. Porque, si no lo haces, nadie te garantiza que el otro no va a seguir golpeando. Se frenó el 27 de octubre, pero el Estado no ha frenado. Cuando llegó el momento, se frenó. Pensando que alguien forzará al Estado español a sentarse o que te da miedo la sangre caliente, que decía Sagarra. Ya sea porque no te gusta la sangre caliente –que es lo que les ha pasado a nuestros políticos autonomistas todos estos años– o porque, efectivamente, esperas que haya alguien que te quite a ti la pesada tarea de enfrentarte al Estado y haga de mediador (recuerda que éste es el último mensaje que recibe la CUP el 10 de octubre poco antes de las cinco de la tarde). El 27 de octubre ya teníamos suficientes datos para saber que todo era serio. Y, si es serio, tienes que ponerte en serio. Los juegos de manos jurídico-políticos sólo te ponen en manos del enemigo. El Estado es un Leviatán. Impersonal. Están Sorayas, Rajoys y jueces, pero la maquinaria es impersonal. Es la razón de Estado, que lo atropella todo. Cuando ellos pueden permitirse no dejar salir a Quim Forn o Jordi Sánchez, esto es de una gravedad enorme lo mires como lo mires. Son actos de puro franquismo. Paradójicamente, sólo revela la fuerza que el independentismo tiene hasta el 3 de octubre.

-El 3-O es importante.

-Miles de no independentistas salen a la calle para defender la democracia y la voluntad popular.

-¿El Estado habría ido más allá?

-Como no lo hicimos, no lo sabemos. Te quedas prisionero de tu miedo. Si tú estás imbuido de miedo, es fácil que te pase lo que temes. Como no pruebas otras dinámicas, no sabes si el otro habría retrocedido. Podrían haber retrocedido. Podría haber salido una instancia europea que dijera “los quiero a todos sentados en Suiza pasado mañana para negociar”. La gente está madura. Si proclamas la independencia el 27 de octubre, la gente la defenderá en la calle. Si se hubiera proclamado, la gente habría ocupado las plazas y la vía pública. Nuestras élites no han creído en el poder de la gente. Investir a aquel o a este otro es un engaño. Subjetivismo. Lo que llaman Proceso se ha producido porque una gran masa social se ha movilizado durante años por la independencia, ha defendido el derecho a voto el 1-0 y ha votado el 21 de diciembre. ¿Y qué han votado? Los dirigentes deberían ser muy humildes. ¿Proclamar la independencia y suspenderla? ¿En nombre de quién? ¿De la gente? La gente nos ha traído hasta aquí… No hemos adquirido, creo, todavía, conciencia histórica del papel que tiene la misma gente en los cambios. El sistema de poder, heredado del autonomismo, se ha movido poco. Las actuales negociaciones tienen mentalidad autonomista. El poder debe volver a la gente. Los dirigentes actuales del grueso del soberanismo deberían ser conscientes de que quizás no están fuera del sistema, sino que son parte de él.

-¿Había suficiente capital social y humano, realmente, en la calle?

-Imagina a un atleta. Cuando alguien que se entrena para una prueba física lleva meses, años, preparándose y, en el último momento, en el último instante antes de medirse, le dicen que se anula la competición. Claro: lo destrozas. Le entrará de todo física y psicológicamente. Temblores, diarreas. Entrará en un estado depresivo. Esto le ha ocurrido, le han hecho, al pueblo catalán. Toda la energía brutal acumulada en los últimos 12 años, desde 2006, con las ‘manos’ de la PDD, no se ha podido poner a prueba. No creo en los cánticos que ampliar la base social. Yo creo en rupturas guiadas, acompañadas, por minorías. Aún no les hemos demostrado en las mayorías que pueden sentirse guiadas.

-Gente amiga, lúcida, que votaría sí, se siente decepcionada por un giro identitario y poco sensato del soberanismo. «Los nacionalistas me han expulsado del independentismo», me decían hace días no pocas personas.

-Quien dice esto no sabe lo que es un movimiento nacionalista. El contenido étnico o nacionalista puro nunca lo ha tenido el independentismo. Si esto existiera, se habría realizado la marcha sobre Barcelona el 3-O y el Millo estaría exiliado en Madrid. Un movimiento nacionalista que quiere crear un Estado nuevo va a la toma del poder directo. Esto lo que ha sido es un movimiento cívico de base democrática y encabezado por las clases populares combinado con el cansancio de una parte de las élites dirigentes catalanas a partir del último intento estatutario. El 3 de octubre, lo repito, si hubiéramos sido un movimiento nacionalista que excluye a los ‘indepes’ no nacionalistas, habría salido un caudillo a gritar “Ocupad Barcelona”. ¿Ha habido persecuciones? ¿Alguien ha atacado a Ciudadanos? Vete a un sitio con un movimiento nacionalista fuerte y diles, como afirman el PP y C’s, que les quitarás la escuela en su lengua… Verás lo que te hacen.

-He visto que, en algunas ocasiones, se ha interesado por la cuestión de los Països Catalans. Ahora bastante incómoda.

-La resistencia de las clases populares valencianas y mallorquinas al intento de hacerlas desaparecer por parte del Estado español es muy seria. Esto implica un humus nacional-popular más auténtico y con menos contradicciones que el catalán-barcelonés. Es verdad que a menudo hemos hablado de que tenemos, es obvio, tempos, ritmos, diferenciados. En algún momento, algunos historiadores catalanes que habían pasado por Valencia como Josep Fontana o Ernest Lluch hablaban de los distintos ritmos con la idea de que eran distintos desarrollos económicos (industrialización, burguesía…). Ellos sólo contemplaban la dinámica económica, pero Joan Fuster sí capta el humus popular, histórico, dialéctico. La institucionalidad en Cataluña fagocita la fuerza popular, le absorbe sus elementos más sustantivos y singulares. En el País Valenciano y en Baleares, con los poderes históricamente a la contra, no es así.

-Me interesa el hecho de que ha escrito en la ‘Monthly Review’, cabecera muy mítica de la izquierda norteamericana. No habrá muchos catalanes que hayan escrito en ella.

-Tiene que ver con mi fascinación por la autonomía italiana (4). El primer texto que hice para ellos fue una aproximación a la lucha nacional de catalanes y vascos. Después, en 1979 detienen a Toni Negri por algo relacionado con el asunto Aldo Moro (fue encarcelado por un juez del Partido Comunista Italiano) y le dirigí una carta personal vía la ‘Monthly’. También recuerdo un artículo sobre EP Thompson, donde criticaba que su excelente ensayo sobre la formación de la clase obrera inglesa, ¡obviaba cómo se estaba construyendo el Estado inglés en el mismo momento!

-En 1997, pasados ​​los cincuenta, irrumpe en la escena literaria. Con la novela ‘El ángel de la segunda muerte’, la primera de su trilogía.

-A los 37 años empecé a escribir un libro que se llamaba ‘La pira de los días’. En 1984 me presenté a pelo al Premio Josep Pla. Josep Maria Castellet, que estaba en el jurado, me dijo que ni se lo habían mirado… Luego se lo llevé a Jaume Vallcorba y me hizo reconsiderar el libro. Vallcorba me había sugerido que lo reconvirtiera en una recopilación de relatos cortos, ya que había muchas historias pequeñas que funcionaban solas. Yo creía que lo que era necesario era esponjarlo. Así que convertí el volumen inicial en una trilogía. En noviembre del 97 salió el primero… y ya no he parado de escribir.

-¿Nunca es tarde para publicar?

-Yo soy lento, de maduración creativa. Hay que saber lo que se quiere explicar. Y durante mucho tiempo no lo sabía. A los 25 años tengo ya cosas escritas, en castellano, de la época. Pero no lo tenía claro. Me aclaré a raíz de la lectura de un poema de Gabriel Ferrater, ‘In memoriam’, que me hizo pensar en mí, en la memoria y el legado de la Guerra Civil en mi familia. Luego está el tema de la elección de lengua… No dominaba suficientemente el catalán escrito. Me puse a ello y me costaba. Desarrollé un estilo ‘espriuense’ (de Salvador Espriú). ‘Espriuejo’ mucho, creo. ¡En novela es mejor no ‘espriujear’ mucho!

-Desde entonces ha ganado premios importantes, pero es difícil de clasificar. Nunca ha sido de capillas de escritores. ¿Con quién se ha relacionado?

-Siempre he tenido poca relación con escritores. A los veintitantos años la tenía buena con Terenci Moix.

-Poco se habla de él. Se le reivindica cero.

-Estaba especialmente dotado de talento e imaginación, pero no sé si tenía las herramientas muy desarrolladas. Había leído mucho a Henry James o Scott Fitzgerald. Era algo más que el personaje frívolo que parecía en los programas de televisión de los años noventa. Se creyó demasiado el papel de ‘enfant terrible’. ¡El mundo literario te ríe las gracias y después por detrás te jode! Si quieres atacar las raíces de esta sociedad, no te conformes con escandalizar a las señoras de Convergència: ¡ataca a los patrones que te explotan! Por el mismo precio habría podido poner a caldo a las estirpes ricas de los propietarios de Planeta y otros… En lugar de eso, hacía libros sobre Antonio y Cleopatra. ¡A ver qué sacaría de hablar de Lara! Esto no lo hizo, desgraciadamente. Al contrario, se hizo muy amigo suyo.

-Democracia y cultura. Una chica o un chico de una periferia urbana o rural, ¿puede ganar un premio literario prestigioso en nuestro país?

-No.…Otro tema son los premios pequeños y medianos. Pero sí, el caso paradigmático es Francesc Serés, que logró entrar en el circuito gracias al Premio Ciutat de Badalona. Los premios sirven para entrenarse. Si hablamos de premios grandes, suelen ser endogámicos.

-¿Asignatura pendiente, pues?

-No sé si la cultura es democratizable o no. Mientras la literatura sea una mercancía y mientras el escritor sea explotado por un editor, hay poco que democratizar. Por otro lado, hay mucho margen. Las consejerías de cultura podrían hacer mucho. No puede ser que la cultura sea la hermana pobre. Si es un ‘florero’, que sea bueno. Resplandeciente. Lo que hace España con el Instituto Cervantes. Puestos a hacer de ‘florero’, hagámoslo bien. Pero, si queremos hacerlo bien, pongamos en marcha buenos presupuestos, transparencia, intervención directa de las entidades y de los ámbitos. Esto implica hacer un mapa en el que todo el mundo pueda decir algo. Tiendo a ser algo liberal, porque no puedo ser dirigista.

-¿Qué opina del concepto ‘industria cultural’?

-No me gusta, pero existe, al igual que existe la industria eléctrica. Si somos realistas y hay lo que hay, al menos que esté bien hecha, que tenga dignidad y que no se haga al servicio de los lobbys y de intereses oscuros.

(1) https://www.elcritic.cat/entrevistes/javier-perez-andujar-detesto-aquesta-dicotomia-entre-classe-obrera-castellanoparlant-bona-i-burgesia-catalanista-dolenta-11456

(2) https://www.elcritic.cat/opinio/brigitte-vasallo/allo-popular-allo-divers-allo-charnego-13187

(3) https://ca.wikipedia.org/wiki/D%C3%ADdac_F%C3%A0bregas_i_Guill%C3%A9n

(4) https://es.wikipedia.org/wiki/Movimiento_aut%C3%B3nomo

CRÍTIC

https://www.elcritic.cat/entrevistes/julia-de-jodar-les-nostres-elits-no-han-cregut-en-el-poder-de-la-gent-11903