No sería honesto si no reconociera que, cuando se anunció, la convocatoria de una cadena humana para el Once de Septiembre me pareció de un riesgo excesivo. No tanto porque desconfiara de la capacidad de respuesta popular, como porque veía difícil, organizativamente hablando, la ocupación ordenada de 400 kilómetros de carretera. Sin embargo, en la víspera de la gran demostración, sería injusto no reconocer que el éxito organizativo ya es un hecho inapelable que merece todos los elogios. Todo se ha previsto hasta el más pequeño detalle: tramo por tramo, la ruta, el aparcamiento, los servicios, la seguridad, los coordinadores, las emergencias médicas, la difusión internacional… Y la conciencia de la alta responsabilidad política que asumiremos cada participante resolverá cualquier incidente y añadirá el entusiasmo en positivo que ya vivimos el año pasado.
La vía desde mi modesto punto de vista, debe servir, en primer lugar, como acto de reafirmación entre los participantes. En segundo lugar, debe conseguir que nuestras aspiraciones políticas se hagan visibles en el mundo entero y, de rebote, en España. En tercer lugar, además de empujar hacia adelante la gestión política e institucional de todo el proceso, sobre todo hay que darle fuerza. En un momento u otro, legalidad española y legitimidad catalana toparán de frente. Los negociadores españoles esgrimirán la Constitución, y nuestros negociadores tienen que ir con una gran mayoría detrás certificada democráticamente en una consulta, pero, aún más, sostenida en la calle con una voluntad de hierro.
Lo peor que podría pasar con el éxito de la Vía sería que: 1) La euforia nos llevara a darlo todo por ganado. 2) Confundiéramos la expresión de la voluntad de alcanzar una cima con el hecho de llegar. Ni siquiera la victoria del sí en una consulta es todavía una declaración de independencia, que habrá que hacer a través de una proclamación formal.3) La alegría nos hiciera olvidar que los momentos más duros del proceso aún no han llegado. Hasta ahora no hemos pasado de escaramuzas. La intoxicación de la opinión pública a través de rumores que inviten al desánimo puede intensificarse, y no se debe descartar la creación de un clima de tensión con pequeños episodios violentos. Y 4) Precisamente porque tenemos mucha prisa, nos precipitásemos. Haste makes waste , se dice en inglés. En catalán decimos: quien va deprisa acaba tarde. Ahora que ya lo tenemos bien enfocado y a tocar, el objetivo primero no es el calendario, sino la victoria. O, si se quiere, un calendario al servicio de la victoria.
Hay quien se pregunta cuánto tiempo más «podemos aguantar» esta espera. Esta pregunta debe completarse con otra: ¿cuánto tiempo aguantaríamos después si la independencia no se lograra manteniendo la seguridad jurídica de personas e instituciones, si nos llevaba al límite del ahogo económico, si ponía en riesgo la red de telecomunicaciones… Es por ello que me permito insistir en la idea de que ahora, lo más importante, es desarrollar una mentalidad ganadora. Todavía tenemos más miedo de perderlo -y eso nos hace nacionalmente hipocondríacos- que confianza en la victoria. Me gustaría pensar, pues, que la Vía nos ayudará a afirmar esta moral de victoria, hasta ahora inédita. Entre la población, y también entre el gobierno. La Vía mostrará que nuestra voluntad no es un globo que se puede desinflar, sino una roca que ya no se moverá.
Recordemos aquel final profético del Indesinenter [en latín: incesantemente, sin detenerse] de Salvador Espriu, publicado en 1949 y magistralmente cantado por Raimon: «Hará falta que diga / enseguida basta, / que quiera ahora / caminar de nuevo, / alzado, sin reposo, / para siempre jamás, / hombre salvado en pueblo, / contra el viento. / Salvado en pueblo, / ya el dueño de todo / no perro servil, / sino el único señor «.
ARA