El hallazgo de Aldaieta en 1987 permitió la reformulación de la arqueología vasca. Los enterrados eran hombres, mujeres y niños vascones con armas de tipo franco
Enterramiento vascón según Gómez Baptista
El relato de la historia de Vasconia durante los llamados “siglos oscuros” (del V al X) ha dado un vuelco con las investigaciones de Mikel Pozo y Juanjo Larrea que resume mi libro Vasconia en los siglos oscuros. De ellas surge un nuevo relato sobre lo ocurrido en Vasconia desde la desaparición del Imperio Romano, en la primera mitad del siglo IV, a la constitución del reino de Pamplona, en los albores del siglo X. Hasta ahora, este medio milenio de nuestro pasado se construía con un puñado de breves escritos de autores francos, visigodos, musulmanes y asturianos. En ellos, los vascones aparecían y desaparecían como los indios en las películas del oeste. Siempre enemigos, siempre feroces, siempre extraños… y sin explicar por qué estaban allí.
El nuevo relato se basa en una relectura crítica de esos textos, pero sobre todo en los extraordinarios avances que la arqueología vasca ha realizado en los últimos años. Lo que no nos contaban las archiconocidas crónicas nos lo muestran ahora los yacimientos arqueológicos. Estos hallazgos se interpretan en el espejo de otros pueblos también periféricos del mundo franco, como los alemanes, bretones o anglos.
El fin de la “tesis indigenista”
En los años 70 podía decirse que los vascos no tenían arqueología propia. Todo cambió en 1987 con el hallazgo del cementerio de Aldaieta, en el corazón de Araba. Al principio se pensó en soldados visigodos y francos muertos en sus conocidas luchas contra los vascones. Lo mismo se había hecho un siglo atrás con el pamplonés de Argarai. Pero ahora, el análisis de ADN dejaba claro que los allí enterrados eran hombres, mujeres y niños vascones. Eso sí, con armas de tipo franco. En los últimos años, a Aldaieta se han sumado cementerios e iglesias halladas en un continuo que va desde la cuenca de Pamplona a la ría de Bilbao, pasando por la Llanada alavesa.
Todo esto ha puesto patas arriba lo que conocíamos sobre Vasconia en el medio milenio que siguió al colapso del imperio romano. La “tesis indigenista”, que explicaba la evolución del país en los siglos siguientes partiendo de una Vasconia poco romanizada, ha saltado por los aires. Los restos romanos aparecen ya por todo el país, especialmente en torno a la calzada que lo atraviesa en dirección a la Galia. Sí, la Vasconia cantábrica y pirenaica también recibió el influjo de Roma. Y es a partir de esos vascones romanizados –aunque seguramente no totalmente latinizados– de donde Pozo y Larrea explican la evolución histórica de la Vasconia de los siglos V a X.
El colapso de la Vasconia romana
A principios del siglo IV las invasiones de suevos, vándalos y alanos convierten a Vasconia –un territorio tranquilo hasta entonces– en un agitado territorio de frontera. La desaparición del poder imperial deja el país en manos de los líderes militares de los rusticanos, las milicias nativas que, a las órdenes de Roma, habían estado defendiendo la calzada Astorga-Burdeos. Una generación más tarde, las luchas de los bagaudas –que no son sino los rusticanos– ahondan la crisis y provocan grandes cambios en la organización social y política del país.
A partir del siglo V, los líderes militares de las milicias nativas se imponen a la aristocracia terrateniente y se convierten en los amos de Vasconia. Salvo Pamplona –que, como obispado, se constituirá en el centro rector del país– las ciudades, mansiones y villas romanas desaparecen y Vasconia pasa a articularse en una serie de poderes locales: los señores de la guerra vascones. En un ambiente de inseguridad, rodeados de enemigos por todas partes, el elemento militar adquiere protagonismo y la guerra se convierte en un recurso económico para compensar la pobreza del país.
A partir del 454, los textos enmudecen respecto a los vascones durante un siglo y medio. Son las tumbas de estos señores de la guerra que encontramos desde las orillas del Nervión hasta la cuenca de Pamplona las que nos esbozan la sociedad vascona. Estos líderes militares son ya cristianos y, a la hora de enterrarse, muestran su poder a través de un ritual similar al de los francos. En la Península es el único pueblo que lo hace. En las tumbas vasconas encontramos hachas “franciscas”, espadas largas y cortas y, sobre todo, lanzas.
Eso sí, en comparación con otros pueblos vecinos de los francos, las tumbas vasconas muestran una sociedad no muy jerarquizada y una riqueza más bien modesta. Los objetos de lujo que hallamos en ellas proceden sobre todo de la guerra, bien sea a través de servicios militares a visigodos o francos, bien de la rapiña y el botín. Y los restos de templos cristianos hallados en Pamplona, Alegría-Dulantzi o Basauri dejan claro no sólo la temprana cristianización del país, sino la compenetración del poder político-militar de los señores de la guerra con el eclesiástico del obispo de Pamplona.
Esta visión no cambia cuando a finales del siglo VI el poder visigodo se consolida en la Península. Los vascones se involucran con frecuencia en las guerras de estos germanos asentados en Hispania: desde las rebeliones de Hermenegildo, Paulo o Froya a la guerra contra los burgundios. La participación de los obispos de Pamplona en los concilios toledanos –fue la diócesis más ausente– responde a los pulsos político-militares del territorio y la implicación vascona en todas esas guerras visigodas. Tras una ausencia de siglo y medio, los vascones vuelven a las crónicas de los intelectuales francos y visigodos. Con una clara intención ideológica y legitimadora de sus reinos, ellos son los creadores del estereotipo de fiero vascón, un bárbaro, montañés, nómada y peligroso. También los inventores de su mítico origen.
Entre francos y musulmanes
A principios del siglo VIII, la conquista islámica pone un brusco fin al reino visigodo de Toledo. Su último rey, cómo no, se encontraba luchando en la zona de Pamplona. Los autores musulmanes y asturianos toman el relevo de las crónicas. Pero el relato tradicional construido sobre ellas también ha saltado por los aires con las tesis de Larrea sobre el origen del reino de Pamplona. Porque, mientras los territorios occidentales inician su acercamiento al núcleo asturiano, en la Vasconia oriental nace la primera estructura política de esta tierra.
Prueba de sus orígenes, no llevan nombres latinos o germanos, sino vascónicos como Eneko, Gartzia o Belasko. Tampoco el reino pamplonés surge de una sociedad hispano-visigoda cristiana enervada por la lucha religiosa. Muy al contrario, los señores de la guerra vascones aceptan el ventajoso pacto de sumisión y conviven al poder de al-Ándalus. Los tres cementerios hallados en Pamplona –dos cristianos, Argarai y Palacio del Condestable, y uno musulmán, Plaza del Castillo– dejan claro que hubo convivencia religiosa; que hubo vascones islamizados y que incluso los vascones cristianos se hicieron enterrar llevando anillos con inscripciones en árabe como En el nombre de Alá. Las crónicas (y las dos batallas de Roncesvalles del 778 y 824) muestran cómo, atrapados entre dos polos políticos –el de los francos y el de los musulmanes–, las élites vasconas prefirieron su colaboración con Córdoba.
En el siglo IX dos familias se afirman en el poder. Los Íñigo vascones (ahora llamados navarros) se asientan firmemente en Pamplona. A orillas del Ebro, lo hacen los Banu Qasi muladíes en torno a Tudela, Borja y Arnedo. Situados en la periferia de al-Ándalus, los Íñigo van a seguir participando en los circuitos de riqueza a través de la guerra. Con el botín refuerzan su liderazgo, recompensan a sus séquitos guerreros y dotan a sus iglesias. Los dirigentes pamploneses gozan de una doble legitimidad: de cara a Córdoba, son una especie de emires dependientes; de puertas adentro, son unos príncipes cristianos.
Las tensiones surgen cuando en los monasterios pirenaicos nace un cristianismo de combate que, azuzado por el mundo mozárabe y asturiano, persigue una guerra sin cuartel contra el infiel. Pese a todo, ambas estrategias consiguen convivir gracias a que se necesitan mutuamente.
Es la época en que nace una red de poblamiento estable a base de aldeas. El poder pamplonés va a conseguir controlar los grandes espacios vacíos por dos vías: haciendo de juez en los conflictos entre comunidades y dotando con territorios a abadías o monasterios. Así, el control de los espacios no cultivados da al poder político también poder socioeconómico. Este contexto de expansión campesina y ausencia de grandes señoríos nobiliarios nos sitúa ya en el reino de Pamplona de los siglos X y XI: una monarquía fuerte, unos aristócratas subordinados y unos campesinos libres y dinámicos. Los dirigentes pamploneses pueden llamarse ya reyes.
La lengua de los vascones
Pero ¿qué se habla en esa Vasconia? Para contestar no podemos recurrir a los documentos escritos. No es hasta el siglo X cuando una crónica musulmana nos dice que hablaban bašqiyya; es decir, euskera. Por otro lado, los lingüistas coinciden en que los dialectos históricos vascos no se originaron antes de los siglos oscuros. Si lo hubieran hecho, ahora serían lenguas distintas. Y, buscando una explicación, se debaten entre dos teorías. Según la de la Vasconización, el euskera llegó hacia el siglo V desde Aquitania, en la cara norte de los Pirineos centrales, y se expandió hacia el oeste. Según la del Vasco Común Antiguo, el euskera sería la lengua de la Vasconia prerromana, se habría fraccionado durante la romanización y habría vuelto a unificarse durante los siglos oscuros; es decir, en el contexto socio-político que hemos descrito. A partir del siglo VIII, esa especie de euskera batua (VCA) se dividiría nuevamente dando origen a los dialectos históricos.
Diario de Noticias