La decisión del presidente Mas de asistir al acto de proclamación de Felipe VI significa un grave error desde todas las perspectivas, en la forma como se gestionó, con unas vacilaciones y una frivolidad impropias de la institución que Mas representa y de la trascendencia del momento que vivimos, y en el fondo, porque no se puede comparecer en el evento que simboliza el acatamiento del orden y desafiar el orden a la vez. ¿O es que el presidente no está dispuesto a poner en cuestión el sistema constitucional para defender la voluntad del pueblo de Cataluña? Uno de los argumentos sacados a colación para justificar la presencia de Mas en la liturgia que consuma la sucesión del jefe de Estado ha consistido en invocar la «lealtad institucional». ¿Pero qué lealtad institucional ha tenido España respecto a Cataluña en las últimas décadas? ¿Las autoridades españolas, representadas en carácter supremo por la corona, mostraron alguna lealtad institucional cuando arrasaron el Estatuto de Autonomía? ¿Muestran cada año alguna lealtad institucional cuando aprueban la ley general de presupuestos que perpetra el expolio fiscal? ¿Son institucionalmente leales cuando amenazan con destruir la inmersión lingüística en las escuelas o cuando exhortan a cerrar canales de televisión?
En este sentido, la actitud deferente de Mas respecto al cambio de reinado español denota una constante en la posición política de CiU que tal vez explica, más allá de las consecuencias de la crisis económica, su descenso electoral desde que se comprometió con la consulta, esto es, la propuesta de un proyecto soberanista sin asumir el conflicto que toda ruptura conlleva. La idea encabezada por Mas siempre ha consistido en suavizar la consecución de un nuevo marco político, desde la ambigüedad en la terminología empleada (siempre se ha hablado de «derecho de decidir», de «voluntad de votar», de «transición nacional») en las actitudes obedientes con las directrices impuestas por el aparato de gobierno español en diversos sectores. Así, no se ha promovido, por ejemplo, todavía ningún gesto de rebelión en el ámbito lingüístico de modo que la consellera Rigau, y pese a la presión ciudadana, ha terminado por aceptar la penetración del castellano en las aulas en un porcentaje suficiente para ser considerada también lengua vehicular o, en el ámbito económico, con una consejería de Economía que deja a la intemperie a los ciudadanos que no quieren ingresar sus impuestos en la agencia española y que todavía asiste a los consejos de política fiscal y financiera bajo la dirección del ministro Montoro. La presencia de Mas en la unción de Felipe VI quizás es coherente con esta narrativa de su gobierno alérgica a la ruptura pero es impropia de un líder independentista respecto a un Estado que incumple los pactos y que, en definitiva, niega la nación catalana. Mas no asiste a las grandes manifestaciones independentistas del 11 de Septiembre de 2012 y 2013 pero pasa por el aro de los mandatos constitucionales españoles. La gran cuestión que seguramente ocupa el centro de las preocupaciones del mundo soberanista es si con estos antecedentes de sistemática contención Mas tendrá el coraje de pulsar el botón de la separación definitiva cuando su gobierno tenga que organizar una consulta contra una resolución del Tribunal Constitucional o cuando los diputados de su partido hayan de declarar la independencia después de unas elecciones convocadas con esta cuestión como eje político central. De momento, los resultados electorales como los reflejados en las elecciones europeas demuestran que la mayoría independentista no se fía, que prefiere votar a ERC, aunque esta formación tampoco haya demostrado con claridad nada en términos de política secesionista (de la época de los tripartitos más vale ni hablar). En cualquier caso, gestos como el de esta semana no ayudan a la supuesta causa de Mas de alcanzar, como él llama, los «objetivos nacionales», y más bien contribuyen a asociarlo a la condición de último representante del antiguo régimen.
EL PUNT – AVUI