Vanesa Freixa Riba (Rialp, Pallars Sobirà, 1977) es defensora del ruralismo como filosofía política. A menudo se la define como divulgadora y activista rural, pero asegura que, a partir de ahora, se quiere empezar a definir según sea ella como persona: humana y con muchas ganas de luchar por aquello en lo que cree. Actualmente vive en Olp (Pallars Sobirà), en una borda centenaria a 1.400 metros de altitud. Tiene un pequeño rebaño de ovejas y un huerto. Aparte, también es ilustradora. Entre 2009 y 2016 fue directora de la Escuela de Pastores de Cataluña, y ha codirigido el documental ‘El no al oso’ (2021), sobre la polémica reintroducción del oso pardo en el Pirineo. En marzo de ese año publicó ‘Ruralismo. La lucha por una vida mejor’ (Ara Llibres, 2023), donde hace un llamamiento evocador, reivindicativo e inaplazable para cambiar la forma en que vivimos.
-¿Qué es el ruralismo?
-Para mí, el ruralismo va más allá de la ruralidad en sí misma. Es una actitud, es estar más conectada con la vida, con los ciclos naturales, con una forma de vivir más lenta. Tenemos unas vidas muy aceleradas y desconectadas, y para mí el ruralismo es ser consciente de la hiperproductividad que nos envuelve. Una hiperproductividad que no sólo se refleja en la explotación de la tierra, sino en la vida misma, y que nos hace tener anhelos y deseos de cosas muy superfluas.
-¿Cuáles son tus orígenes?
-Nací y crecí en el Pirineo, sin ser muy consciente de lo que esto significaba. Era un entorno rural, y todavía existía una importante actividad primaria. Sin embargo, mi familia no se dedicaba directamente a ella. Mi madre era cantante de ópera y vivió un buen tiempo en Barcelona. Cuando se casó con mi padre, regresó al Pirineo, y se dedicó a ser ama de casa. Mi padre, como buena parte de la gente de la zona, trabajaba en una central hidroeléctrica, que en aquel momento era una buena posición profesional y económica. Yo cursé allí toda la educación hasta los 18 años, y después fui a Barcelona a estudiar Bellas Artes. Al igual que la mayoría de la juventud de entonces, no había duda de que tenía que ir a estudiar fuera, para en principio no volver.
-Pero regresaste.
-Sí. Desde pequeña vivo un fuerte vínculo con la tierra y los animales, y, aun estando fuera, seguía teniendo un vínculo constante con mis orígenes. De hecho, diría que me vinculé de una manera muy fuerte políticamente. A partir de ahí, fui creando desde cero proyectos de activismo para intentar mejorar nuestros entornos.
-Dices a menudo que se etiqueta a las comunidades rurales como desfavorecidas. ¿A qué se debe?
-Si hablamos de Cataluña, el 75% del territorio es rural. Sin embargo, la gran mayoría de los recursos y de las infraestructuras se concentran en las zonas más pobladas, es decir, en las zonas urbanas. Aunque los territorios rurales se han adaptado y actualizado, y que, poco a poco, se han provisto de algunos de estos servicios, se ha realizado de forma muy minoritaria y marginal. Todas estas comodidades sociales y económicas deberían suministrarse igualmente a las zonas rurales, para que la gente quiera venir y se vuelva a poblar, y se considere que tiene las mismas ventajas que un entorno más habitado.
-Las políticas que se realizan en los entornos rurales, ¿a qué necesidades responden?
-El despliegue de los servicios y de las infraestructuras en los entornos rurales se ha hecho para servir a las poblaciones urbanas, sobre todo en las zonas turistificadas. Es decir, vienen a ocupar los entornos rurales. Falta trabajo para reequilibrar el territorio: hay que tomar soberanía desde los entornos rurales, financiar mucho más sus municipios y dotarlos de mayor autonomía. Han desvertebrado la política municipal y la oportunidad de profesionalizar estos espacios para que se generen políticas propias y no políticas dirigidas desde fuera, en este caso desde los entornos urbanos.
-¿Por qué se ha producido esta pérdida de gobernanza del municipalismo de los territorios más despoblados?
-Por una autoestima bajísima. Es un proceso de hace muchas décadas, donde se ha dicho a los rurales que eran gente inculta, que no tenían capacidad adquisitiva, ni recursos, ni tenían cultura, ni conocimiento… Y, además, se les ha querido vender que su territorio no era bueno y que, por tanto, la mejor opción era marcharse a la ciudad. Todo esto cala profundamente. Los territorios que se consideran más bonitos se han turistificado, y los que no gustan tanto, los han convertido en vertederos o territorios sacrificados, y han instalado todo lo que no se quiere en la ciudad, aunque el consumo se haga desde la misma ciudad. En el libro quiero explicar cómo se han desarrollado todos estos procesos de colonización y dominación domésticos. Las instalaciones que tienen un impacto tan elevado deberían colocarse junto a las localidades donde se consume. Así se visibilizaría en serio el impacto que tienen y las consecuencias que conllevan.
-¿Dirías que existe un enfrentamiento entre el mundo rural y el urbano?
-Entre la política urbana y la política rural, debería haber mucho más. A veces, pienso que el mundo rural está dormido y que no se da cuenta del desprecio que sufre, de cómo no se tienen en cuenta sus poblaciones, ni cómo nos han contaminado nuestros entornos haciendo creer que era lo más beneficioso para nosotros; pero claramente sólo responde a las demandas de lo urbano.
-En uno de los capítulos de ‘Ruralismo’, citas: “Un ‘pagès’ intacto era la única clase social con una resistencia interna hacia el consumismo. Desintegrando las sociedades campesinas, se amplía el mercado” (John Berger, ‘Pig Earth’). ¿Es la estrategia que se está siguiendo con el mundo rural catalán en general y con el Pirineo en concreto?
-La realidad evidencia que ha habido un desmembramiento, una desruralización y un alejamiento de la actividad primaria. Este sistema capitalista nos ha convertido en agentes consumidores de servicios que cada vez más se concentran en pocas manos. Estas oligarquías se están haciendo propietarias de la tierra, de las viviendas, y, en breve, se harán propietarias del agua, si no lo evitamos. Está claro que los gobiernos son conscientes y cómplices de todo esto, y no están legislando ni haciendo políticas para revertir esta situación. Debemos rebajar nuestro sistema de consumo, que está destruyendo todo el planeta y también destruirá nuestra casa. Con este discurso, automáticamente pensamos en las cosas que nosotros vamos a perder como individuos, pero es que como individuos ya estamos perdiendo muchísimo. El sistema y el nivel de consumo deben decrecer, y debe plantearse la transición verde desde este decrecimiento y rebaja de consumo actual.
-Si rebajamos el consumo y el turismo, en este caso en el Pirineo, ¿cómo se mantendrán los puestos de trabajo de la población?
-Lo que hace falta es empezar desde ahora mismo a reorientar formaciones y profesiones, y hacer un proceso interno para definir el futuro del territorio, cómo queremos dibujarlo y qué actividades predominantes deben existir. ¿El 60% o el 70% de la actividad debe ser el turismo? ¿O el turismo debe ser una actividad más (y de bajo impacto), junto con la actividad primaria, la educación, los cuidados y la cultura, por ejemplo? Habría que invertir e incorporar a las agendas esta reorientación para garantizar las soberanías alimentaria y energética, principalmente. Pero el camino de la política va en una dirección totalmente opuesta. Un ejemplo muy claro es el proyecto del Hard Rock en el Camp de Tarragona: 30 hectáreas de complejo hotelero, seis casinos, la mayor piscina del sur de Europa… ¿Cómo se alimentará esto energéticamente? ¿De qué agua se nutrirá cuando ya están rebajando el riego en la zona del delta del Ebro? Se está descuidando por completo la transición energética y la mitigación del cambio climático. Es una vergüenza. No entiendo cómo en este caso no haya instancias superiores, un organismo supragubernamental o la propia Unión Europea, que pueda detener todo esto.
-¿Cuáles son las principales necesidades hoy en día del sector del campesinado y el pastoreo?
-Muchas. Quizá la primera sea el acceso a la tierra. Ahora mismo, la industria alimentaria, la banca y el sector de los seguros, tanto a nivel estatal como internacional, están acaparando la mayoría de las tierras. Las acaparan para utilizarlas como un bien de inversión, y eso está poniendo en juego el campesinado familiar y cooperativo, que están con el agua al cuello y deben acabar retirándose. Trabajan mucho para ganar muy poco. Los gobiernos saben que existe este acaparamiento, y no están llevando a cabo ninguna medida para frenarlo. La sobreproducción de alimentos existentes en Cataluña hace que tengamos un país principalmente exportador de alimentos, con todas las consecuencias ambientales que tiene el sector intensivo.
-¿Cómo se podría hacer frente a la demanda de acceso a la tierra?
-Una medida muy buena sería la aplicación de un banco público de tierras. Esta medida la tiene el Gobierno francés y funciona muy bien porque en cualquier compraventa de tierra, el primer organismo que tiene la potestad de comprar sea el Gobierno. Se aseguran que el pequeño campesinado que cobra menos de 20.000 euros de ingresos anuales reciba una renta básica agraria Y, al mismo tiempo, se le permite realizar una venta directa de los productos sin tener que realizar tantos trámites y burocracias.
-¿Qué necesidades siguen en la lista?
-Otra necesidad urgente es controlar el precio que cobra el campesinado por el origen de los alimentos. Se debería multar a los distribuidores que pagan por debajo del precio en origen al campesinado. Lo esencial debería ser público, y los bienes comunes y la alimentación lo son. Deberían penalizarse las cadenas de supermercados que pagan por debajo del precio de origen, que son la mayoría, y que es el 80% de la venta que se hace de los alimentos en nuestro país. También creo que los gobiernos deberían fomentar supermercados públicos, para que se tenga o no una conciencia de consumo de proximidad y agroecológico, se encontraran siempre a la hora de comprar. Así se fortalecería el sector, que es el que regenera la vida de las tierras y asegura la seguridad alimentaria de la población. El campesinado revitaliza la tierra, la regenera y la dignifica.
-Eres una de las fundadoras de la ‘Escuela de Pastores de Cataluña’, y en varias ocasiones has explicado que uno de los objetivos era dar respuesta a la falta de relevo generacional que sufre el sector. ¿Se ha visto reflejado desde el punto de vista práctico?
-Muchas personas que se han formado en la escuela todavía no han encontrado tierra para trabajarla. En Cataluña sólo hay 60.000 personas que se dediquen al campesinado. Esto representa sólo un 1% de la población. Del total, 5.000 realizan producción ecológica. Esto es irrisorio: se necesitaría muchísima más gente trabajando en este sector para garantizarnos la soberanía alimentaria como sociedad. No digo que todo el mundo tenga que ser campesino, naturalmente, pero una parte importante de la población sí que debería dedicarse a ello. Una de las razones por las que no hay más campesinado en Cataluña es porque la gente no se gana bien la vida. Si el sector estuviera dignificado y bien remunerado, sería muy distinto. ¿Pero hay formación en la educación pública sobre el sector primario? ¿Se enseña en las escuelas y en los institutos que el sector primario es una salida laboral más? ¿Qué es igual de digno? La respuesta es no.
-A escala global, mencionas que el movimiento internacional ‘Vía Campesina’ recoge que el 70% del pequeño campesinado del mundo, que sólo gestiona el 20% total de la superficie agraria, es la que realmente proporciona el alimento para las personas. Los datos son alarmantes.
-Es alarmante. Pero al mismo tiempo alerta de que el pequeño campesinado no derrocha. En el modelo agroindustrial, un 40% de la alimentación que se hace en el campo se desperdicia. Esto significa que mueren animales por el camino o que se destruyen producciones agrarias, por ejemplo. Que esa alimentación no acabe su producción y se pierda es gravísimo, porque está ocupando una superficie enorme de todo este planeta. Con el agravante de que el 70% de la tierra agraria del mundo está muerta o en proceso de morir, debido a la aplicación de biocidas. Se está escogiendo empobrecer la tierra.
-En ‘Ruralismo’ defiendes que vincular la alimentación a la política no es negativo, pero que vincular los alimentos a una ideología es un error. ¿Podrías contarlo?
-Esto en parte va vinculado a las opciones alimentarias, el vegetarianismo o el veganismo. Las respeto profundamente, pero también debemos tener claro que la fauna domesticada, aparte de la fauna salvaje, tiene un papel muy importante a la hora de regenerar los territorios. Creo que a veces no tenemos una visión suficientemente amplia sobre cómo funciona el sistema y la importancia de cada elemento en la regeneración misma de la tierra. Y también tenemos una desconexión y desafección entre lo que es la vida y la muerte, porque nos hemos apartado completamente de entender cómo se hace un alimento. Ahora bien, aquello a lo que sí soy totalmente contraria es que se maten 70 millones de animales anualmente en el Estado español. Es una salvajada. Sin embargo, desde mi punto de vista, esto va vinculado al sistema económico hiperproductivista que sobreproduce alimentos para la exportación.
-¿Cómo se alimentan las ciudades?
-Los datos recogidos más recientemente sobre la soberanía alimentaria en Cataluña son de la Diputación de Barcelona, recogidos en ‘Tierras que alimentan’ (2021). La autosuficiencia alimentaria media en Cataluña es del 44,6% y la de la provincia de Barcelona es sólo del 10%. Esto es gravísimo, porque significa que la mayoría de los alimentos que nos ponemos en la boca vienen de fuera del territorio catalán, y en buena parte de fuera del Estado español y de lugares muy lejanos de nuestra casa. Debería ser señal de alarma, y que con ello se defina desde una estrategia gubernamental otro modelo agrario para garantizar la soberanía alimentaria.
-Hay mucha literatura y ensayo sobre fugas de la civilización, volver a los orígenes y elegir tener una vida más austera y salvaje, como los casos de Henry David Thoreau o Lev Tolstoi. ¿Ves similitudes con tu caso?
-No quiero que se asocie el libro con un discurso inspiracional, ni que se me instrumentalice en este sentido. Mi libro no quiere inspirar, sino que quiere cambiar y hacer tomar conciencia de lo esencial: alimento, agua, abrigo y cuidados. Es un libro político en sí mismo. Hablo de mi vivencia personal, y está muy conectada con la naturaleza, pero lo que yo defiendo es implicarse en la sociedad y la comunidad: para mejorar la vida de la gente; y para que no fuera necesario marchar fuera para ir a desconectar y tener una vida más sosegada durante un pequeño período de tiempo.
¿Carne o verduras? Alimentos con ideología política
Vanesa Freixa
-¿Suscribes el lema “Ruralismo o barbarie”?
-Me parece un muy buen eslogan para agitar en un momento concreto, replantear las cosas y, a partir de ahí, que cada uno saque su propio significado. El mensaje final es el mismo: decrecer, en todos los sentidos, no significa ausentarse de muchas cosas que nos satisfacen en la vida; por el contrario: es una herramienta para ir hacia una justicia social y un bien común.
CRÍTIC
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