Volar entre el aeroparque de Buenos Aires y el aeropuerto Carrasco de Montevideo te deja la sensación, al menos por la brevedad, de haber cruzado la Ría del Plata en una «tirolínea». Apenas le queda a uno espacio para hacer una breve recopilación de los conocimientos sobre Uruguay. Pocos lamentablemente, y limitados.
Uno, quizás por resabiado y por un cierto talante de «rojeras», iba sumido en la reflexión de Eduardo Galeano sobre la dramática historia de Sudamérica: «De dictadura en dictadura, de promesa en traición, se fueron sumando las desventuras y los años». ¿Cómo, en semejante circunstancia, olvidar las innombrables atrocidades cometidas por los milicos en las dictaduras de Bordaberry, Gregorio Álvarez, Aparicio Méndez y Alberto Domicheli? Tal vez, aún resuenen los gritos estremecidos de Vladimir Roslik y otros médicos como Carlos Alvariza y Manuel Liberoff, torturados hasta la muerte en el infierno de Fray Bentos. Hay demasiados tintes purpúreos en las entrañas y en el alma de Uruguay. Esos militares que robaban el país con una deuda externa de 716 millones de dólares para reintegrarlo, -parece que amenazadores y a regañadientes- con un pufo de 6.000 millones (sic) de dólares. Nunca se investigó. Por supuesto hermanados con lo mejor de la fauna del fascio: financiero uruguayos, organizaciones mafiosas, intereses vaticanos (según se demostró en los papeles encontrados en el despacho de Arezzo de Licio Gelli, gran maestro de la Logia Masónica)… ¿Quién ignora que la dictadura atiborró de plata los bolsillos militares? Ya; ya necesitan un buen varapalo… Pero mientras tanto -me decía el chofer de un remis- ¿cómo nos libramos de ellos?
Poco más podía decir de Uruguay ¡inculto de mí! Pero allí estaban nuestros amigos, para liberar a unos bascos semidespistados, de una pizca de ignorancia. Y sobre todo para calmar esa incertidumbre que se te cuela cuando desciendes por las escalerillas del avión, en un país para ti, al menos en aquel momento, misterioso.
Mi amigo Daniel Bengoa -descubriremos tus «ahaideak», no lo dudes-, agitaba incesantemente el brazo, intentando llamar nuestra atención. Pero quien de verdad, era inevitable, despejó cualquier temor, fue la sonrisa de Adriana, su mujer. Y no únicamente por el aroma y la luz de su rostro, sino fundamentalmente por el ritmo y el tono de miel de su voz.
Era evidente su apasionada premura por enseñarnos todo. Incluso aquello que sólo se aprende cuando uno se encarna de uruguayo, o tal vez de charrúa.
Circulábamos por las Ramblas de Montevideo. Allí tuve la sensación de que el verdor de Uruguay se enfrasca en un eterno idilio con el ocre de la Ría del Plata.
«Para luchar contra esta política neoliberal tenemos que resolver el problema del desempleo y el de los ingresos, aumentando el salario mínimo. Priorizar los gastos públicos en educación, vivienda, saneamientos básicos, reformas agrarias, culturas». Escuchaba a mi amigo algo inhibido, como si aquel discurso fuera para mí una cantinela. El podía comer con fruición y enfatizar. En mi caso, ya resultaba absorbente atender aquella variedad de asados, uno de los mejores que he probado en Sudamérica, y en un establecimiento absolutamente original, el «Mercado del Puerto».
Desde el cerro dominado por la fortaleza al héroe uruguayo Gervasio Artigas, te haces un resumen de la ciudad. Es una forma espectacular de admirar su anatomía. Un primer paso para acercarse a la historia de Uruguay que, sin serlo todo, sí es mucho, es la del propio Montevideo. Porque Montevideo no es únicamente la respuesta que dan los colonizadores españoles a la fundación de Colonia de Sacramento en 1680. Montevideo fue sobre todo la perenne e inevitable referencia a la capitalidad de los libertadores: Gervasio Artigas, José Viera, Venancio Benavides, Fructuoso Rivero y José Lavalleja con sus «treinta y tres».
No son, evidentemente, los monumentos artísticos lo que a uno le mueve a visitar Montevideo. Todos se reducen, como en el resto de Sudamérica, a neoclásicos, eclécticos historicistas, así los denominan. En realidad son todos «neo-lo-quesea». Claro, y los edificios coloniales, cuya estética, precisamente, no es algo que me entusiasme.
Son sus paisajes, todavía hoy día libres, y el alma de sus gentes, lo que nos espoleaba a visitar Uruguay. Ya Artigas, en 1811, decía tener mas fe en la sencilla América que en la compleja Europa cargada de odios. Desde entonces algo habrán podido cambiar los términos, no así el espíritu del mensaje. Y no es extraño que así pensara después de haber vivido 19 años entre la población indígena charrúa. Hoy, el uruguayo autóctono, el antiguo charrúa, es poco más que un testimonio.
Veamos. La población uruguaya fluctúa en torno a los 3.200.952 habitantes. Blancos de origen europeo, 88%; mestizos, 8%; negros, 4%. Al parecer, hoy en Uruguay sobrevive un mínimo de 300.000 descendientes de charrúas. Parece ser que la mujer charrúa nativa se relacionó con los europeos y nacieron los primeros mestizos, conocidos como gauchos.
Pero lo cierto es que muchos uruguayos se muestran orgullosos de tener en sus venas sangre charrúa. Y si no es en las venas, en el alma. Los charrúas -bien lo sabía Gervasio Artigas-, poseían un espíritu libre. Eran bravos luchadores por la tierra y por la libertad de conciencia. Nunca aceptaron ser ni esclavos ni sometidos. Tal vez por eso odiaban a los españoles. Nunca aceptaron la religión cristiana. Eso explica que en los archivos parroquiales no se encuentren nacimientos de charrúas.
El 11 de abril de 1831, en la «celada» de Salsipuedes, se ofició el gran genocidio charrúa, entre argentinos, brasileños e invasores guaraníes -los jesuitas siempre tuvieron gran ascendencia sobre éstos-. Tres escuadrones de guaraníes, atacaron a traición. Fue la gran noche negra del aborigen charrúa.
Pero su espíritu al parecer quedó siempre en el pueblo uruguayo, como un gran elemento de cohesión. Por eso mi impresión es que el pueblo uruguayo es emergente, como las calvas roqueñas de sus cerros, en un paisaje pertinazmente verde y ondulado. El espíritu de Tupac Amaru reflejado en aquel movimiento aplastado por los milicos no fue una simple contingencia. Yo he visto al uruguayo, independiente, laico, de mente libre. Lo comparaba con el argentino, aunque ya se sabe que las comparaciones… El argentino llora, el uruguayo lucha (que me perdonen mis grandes amigos argentinos; es tan sólo una opinión). El uruguayo ama a su tierra; es, si se pudiera decir, más uruguayo que el argentino argentino.
Habíamos visitado la fuente del puma en el parque de Minas y al ver la planta embotelladora comentamos que la Nestlé había intentado privatizar esas aguas. «No habrá tal. Esperemos que nuestro Tabaré Vazquez…». Yo me reí con fingida socarronería. Y fluyó, «emergió» el orgullo charrúa, que por reclamar como propio reclama hasta el tango y a su Carlitos Gardel (que serán suyos). «¿Qué voy a discutirte yo, amiga Adriana?». «Uruguay está harta de vender al Uruguay, y meterlo en los bancos suizos». «Claro; ya se sabe, los bancos suizos no guardan dinero -le contesté como aplaudiendo su gallardía-, sino que acumulan sangre de los pueblos que se oponen a tiranías diversas que los venden». Y me sentí orgulloso de mis amigos.
Nos fue suficiente contemplar, desde los aledaños de Piriápolis, las torres y urbanizaciones de Punta del Este, para darnos por satisfechos. Entiendo el orgullo que para un uruguayo puede significar poseer el lugar mas «chic» de la Ría del Plata. Amigos; que a nosotros nos abotargan las urbanizaciones por muy lindas que sean. Enseñadnos vuestros ceibos, si es que algún día no los fagocitan los eucaliptos, vuestros alcores de esmeralda, vuestros manantiales tranquilos, y la calma de vuestras pampas. Tal vez la próxima. Mientras, todos vosotros, riverenses, maragatos, fernandinos, mantened ese espíritu charrúa -amor a la tierra y a la libertad, lealtad, respeto al ser humano… Sin duda os dejaron algo más que las boleadoras. Acabad de sojuzgar a vuestras dictaduras. Creo haber leído en vuestro Juan Carlos Oneti que en vosotros es connatural el espíritu plebiscitario, los principios de solidaridad social y el control del estado mediante los representantes de los contribuyentes. Buen mensaje para impulsar Sudamérica.
Estos días, algo extraño en vuestros lares, la naturaleza se os ha desmadrado, dejando un rastro de dolor y muerte. Queda claro que sois un pueblo bravo, «siempre emergente». Desde Euskalerría nuestra profunda pena, nuestro aliento y nuestra admiración. Gero arte.