Unidad para qué

«La unidad [independentista] no se puede plantear sin coherencia, sin integrarse en una estrategia más amplia, y mucho menos para hacer flotar a los que ya han demostrado la subordinación del ideal soberanista en la gestión autonomista «

Forjar un movimiento con proyección política, social, económica, sindical y cultural que centre su acción en la construcción de un Estado propio como objetivo a corto plazo requiere unidad. Así lo insinúa la experiencia seguida por otras comunidades nacionales que han logrado la independencia y parece que éste es el camino que habría también que recorrer en Cataluña y los Países Catalanes. El obstáculo con el que ahora nos enfrentamos, sin embargo, es que la invocación a la unidad que algunos sectores predican no se corresponde con ninguna estrategia independentista ni con el fortalecimiento del movimiento social que la debe propulsar.

Los años en que ERC podía haberse convertido en el motor político de este proceso, los dirigentes de este partido, en un acto de irresponsabilidad impropio en una formación de liberación nacional, prefirieron reforzar el orden español a través del PSC antes que tejer las complicidades necesarias para combatir este orden. Pudo más la tentación de algunos cuadros republicanos de ocupar las parcelas de un poder que hasta entonces les había sido esquivo, que el planteamiento de un conflicto político con todas las incertidumbres que ello hubiera representado. La retórica del gobierno de izquierdas, aliñada con una voluntad manifiesta de desalojar a CiU de todas las administraciones, no consiguió ocultar a los electores que en la cúpula de ERC no había otra hoja de ruta más allá de continuar gestionando el sistema autonómico. Fue en el municipalismo donde esta constatación adquirió unos matices aún más descarnados: tripartitos liderados por el socialismo allí donde se pudieron alcanzar, concejales republicanos gestionando áreas de gobierno de ciudades catalanas como lo haría cualquier político autonomista (retribuidos con las suculentas dietas de asistencia a los plenos y a los consejos de administración de las empresas públicas municipales), participación en los consejos comarcales y, lo más hiriente para una sensibilidad soberanista, el pacto con los socialistas para acceder a las presidencias de las diputaciones provinciales de Girona y de Lleida.

El modelo, pues, parece bastante alejado de la idea de construir la independencia desde el tejido local, potenciando órganos de representación de concejales soberanistas y acumulando recursos humanos y materiales para precipitar la ruptura con España desde los municipios. No olvidemos que, incluso el proceso de las consultas populares de estos últimos años, comenzó en Arenys de Munt completamente al margen de ERC.

La dirección de este partido, a pesar del descalabro electoral y la pérdida del gobierno de la Generalitat, no ha cambiado ni un milímetro ni el discurso, ni los dirigentes, ni la práctica política. Se sigue apostando por una acción conjunta con los partidos autonomistas de izquierdas, como lo demuestran las iniciativas legislativas que impulsan, van siempre a remolque de cualquier gesto autodeterminista que se plantee desde otros grupos políticos o desde la sociedad civil, continúan aferrados al PSC en los diversos ámbitos de poder local y en Barcelona, sin llegar a formar parte del gobierno, han contribuido cada año en la gobernabilidad de Hereu aprobándole los presupuestos. Esto sin mencionar el espectáculo denigrante que en estos momentos ofrecen algunos de los altos cargos republicanos del anterior gobierno llamando a la puerta de los partidos autonomistas para que les recoloquen en alguna tarea que les permita seguir viviendo de la administración pública con unas retribuciones similares a las que percibían cuando dirigían el país, una muestra más que evidencia cómo las cuestiones de subsistencia personal, el anhelo de profesionalizarse en el ejercicio de la actividad política, son pulsiones de mucha más intensidad que la voluntad de fortalecer el movimiento colectivo que nos debe llevar a la plenitud nacional.

La unidad no se puede plantear, pues, sin coherencia, sin integrarse en una estrategia más amplia, y mucho menos para hacer flotar a los que ya han demostrado la subordinación del ideal soberanista a la gestión autonomista, una posición por completo lamentable cuando, en connivencia con el orden español, sólo se limita a asegurar un bienestar personal incompatible con los sacrificios que el independentismo exige. Y aquí llegamos al final de la calle, y es que la ambición independentista que ya se palpa en la sociedad sólo tendrá su traducción política y, por tanto, determinante para culminar el proceso, cuando la actuación de las personas que la lideren sea firmemente consecuente con el objetivo, cuando las decisiones adoptadas tengan sentido en el marco de una acción colectiva clara y, sobre todo, cuando nadie vuelva a cometer el error de querer vivir del independentismo mientras no seamos independientes.

Es de desear que el próximo ciclo de crecimiento del independentismo político no signifique una mala copia de la orden autonomista y de dirigentes que sólo aspiran a consolidar su posición mientras el Estado propio queda difuminado en un horizonte de futuro vaporoso, sino que exprese la determinación inflexible de una vanguardia dispuesta a las más altas renuncias. Un dirigente de un movimiento de emancipación nacional que ha lidiado con conflictos armados, encarcelamientos y terrorismo de Estado decía, refiriéndose a sus bases: «Con todo lo que les hacemos sufrir, no les podemos engañar». En Cataluña, afortunadamente, no nos tenemos que enfrentar con estos retos para alcanzar la independencia, pero eso no justifica que, en la primera oportunidad, se traicione la ilusión de la gente.

 

 

Publicado por Avui – El Punt-k argitaratua