Hasta ahora, la historia colonial de la diáspora vasca (siglos XVI, XVII y XVIII) ha sido, en gran medida, una variante de la historia de las clases dominantes, fáctica y militar, una mirada aristocrática a partir de los documentos de los poderosos, que tuvo la función de visibilizar a los vascos de la nobleza que participaron en la conquista y colonización de América, de esta manera se disponía de un relato histórico, una mitología de origen, identificada con los vencedores que, mercenarios al servicio del imperialismo español, fueron responsables del genocidio indígena.
Pocos historiadores han afrontado la difícil tarea de retratar a los oprimidos que se muestran socialmente casi invisibles y en escuchar a esa mayoría que permanece muda sobre el pergamino y el papel. Llama poderosamente la atención la fuerte gravitación del paradigma positivista (una anacronía epistemológica en nuestros días) en nuestra historiografía, es decir que hoy en día, pleno siglo XXI, esta historiografía (positivista, imperialista y pro española) de la diáspora vasca sigua siendo hegemónica y son escasos los estudios críticos, científicos y académicos que debaten con ese relato caracterizado, en parte, por un relato negacionista camuflado en la reivindicación y la responsabilidad de los vascos en el proceso de conquista imperial como una gesta civilizatoria.
Este negacionismo existe y opera en la propia historia vasca silenciando la dominación histórica que sufre el pueblo vasco. Es preciso señalar las nefastas consecuencias derivadas de esta realidad, me refiero, en particular, al fortalecimiento y la legitimación de la dominación extranjera en Euskal Herria/ Navarra a través de la naturalización y normalización de esa dominación producida por esa historiografía. De esta manera la dominación material, estructural, es posible, en parte, por la legitimación y colonización existente en la superestructura, que otorga sentido a esa realidad.
Se percibe una tardía recepción de las teorías epistemológicas, de diverso origen disciplinar, de la segunda mitad del siglo XX que realizaron significativos aportes a la ciencia histórica como el marxismo inglés (Thompson, Hobsbawm), los estudios culturales de Edward Said, los aportes de Walter Benjamin, Gramsci, Foucault, Bordieu, De Certau, Nora, Halbawch, La Capra, etc, que resultan insoslayables a la hora de realizar una investigación histórica en cualquier universidad del mundo. Esta circunstancia se manifiesta no solo en metodologías de investigación y marcos teóricos, sino en el criterio selectivo que opera en las temáticas y procesos a investigar, por ejemplo, en la escasez de una reflexividad histórica acerca del papel de los vascos en el comercio de esclavos africanos en América. Es probable que este inicio tardío no se deba a la carencia de fuentes, pues los materiales disponibles para su estudio abundaron desde el principio mismo. Se le ignoró, más bien, debido a su estrecha asociación con el imperialismo europeo y la falta de interés resultante de un problema moralmente difícil de tratar. También es verdad que la reivindicación de la conquista y la colonización que llevó acabo el imperio español en América (y en hego Euskal Herria) no significó una contradicción para la mayoría de los historiadores vascos a quienes les fue permitido publicar sus estudios. En este sentido un análisis de la producción historiográfica navarra pro española relativa al V centenario de la conquista de navarra en 2012, evidencia esta intención negacionista mencionada más arriba.
Pienso que dentro de la multiplicidad de factores que determinan esa realidad, me refiero a la anacronía científica contemporánea de la historiográfica vasca de la diáspora, que encontramos en su mirada imperialista y negacionista, se encuentran causalidades que responden a la dimensión política de la ciencia histórica, en particular a las políticas públicas desde las cuales se construye y constituye la historia oficial, es decir al contexto de producción del conocimiento histórico en relación con las condiciones políticas que posibilitan y determinan su existencia y su naturaleza. Me refiero a la relación de la sociedad con su pasado que diseña el gobierno.
Esta hipótesis, que explica la naturaleza no crítica y anacrónica de la historiografía producida en instituciones públicas, adquiere validez en el análisis de gran cantidad de casos, por ejemplo, en la política pública relativa a las efemérides históricas. La existencia de éstas se debe a su funcionalidad como dispositivo con la capacidad de instrumentalizar y controlar ideológicamente a la sociedad a través de las fiestas locales, el folclore y símbolos identitarios con el fin de crear una cohesión social interna. Las fiestas locales fueron una de las tecnologías de los gobiernos para crear una comunidad nacional desde la ritualización simbólica.Quiero detenerme en un caso específico, quizá el más actual, contemporáneo, y polémico de todos, me refiero a la creación, en el año 2016, e implementación en la euskal etxeak del mundo del 8 de septiembre como “Día de la diáspora vasca”. Esta celebración, en gran medida, se materializó en frívolas reuniones vacías de contenido y carentes de sentido, que pretendían conmemorar la presencia vasca en el mundo a través del recuerdo del marino vasco al servicio del imperio español Sebastián Elcano, esta celebración, según entiendo, surgió como la efeméride más votada por la diáspora en una convocatoria que realizó el gobierno vasco. El origen democrático que otorga legitimidad a esta cuestionable decisión política, no absuelve responsabilidades, en todo caso evidencia un preocupante y deliberado desinterés oficial por nuestra historia o lo que es peor: contribuye a la asimilación vasca al imperio español como política pública del gobierno vasco, digo esto en función de la contradicción explícita y manifiesta que resulta del hecho de reivindicar a los vascos que migraron, en su mayoría de manera forzosa y como víctimas de violencias múltiples, con el recuerdo de Elcano que nunca migró, lo cual neutraliza y anula el sentido y el significado que supuestamente intenta representar la efeméride, silenciando diversas memorias colectivas e identidades que explican los motivos de esas migraciones , por otro lado, en mi caso, me resulta imposible celebrar el Día de la Diáspora recordando a un vasco al servicio del imperio español, el mismo imperio que conquistó a sangre y fuego Navarra en 1512, celebrando la sumisión como observó Martínez Garate… ¿Síndrome de Estocolmo, ignorancia de la propia historia o necesidad de disponer de una sociedad vasca que naturalice la dominación española?
Profesor de la UNLP (ARG)