La China milenaria y misteriosa nos interesan cada vez más. Y en consonancia con este interés nos damos cuenta de lo poco que sabemos sobre su historia, su cultura y su realidad social. Como si fuera la cara oculta de la Luna, apenas sabemos de cómo se vive en China. Lo cierto es que si tomamos conciencia del poder planetario que esta gran potencia emergente acumulará en poco tiempo, tiene sentido asomarnos a su anunciado despertar.
China presenta hoy una modesta prosperidad, pero una gran ambición global para el futuro. Todos los indicadores sitúan a China como la futura gran potencia mundial. Razón de más para tener la curiosidad de saber con qué claves históricas y sociales avanza China. Dicho de otro modo, ¿cuáles son los valores chinos?
La mentalidad china, su “personalidad colectiva”, descansa sobre la triada, jerarquía, comunidad y armonía. Son valores que dan continuidad a la historia de China y que se conjugan para hacer posible un régimen en el que la autoridad es percibida como divinidad. “La virtud del gobernante hace que el hombre común se pliegue ante él como la hierba se dobla ante el viento que sopla” señaló Confucio, quien vivió hace 26 siglos. Un país tan enorme y con una población que siempre ha estado por encima del 20% de la población de la humanidad, hubiera sido probablemente inviable sin un sistema que comporta que el rey es rey y el siervo es siervo. El mundo confuciano es ordenado y en él cada cual ocupa su posición. En ese orden, los valores de la comunidad se anteponen a los intereses personales. Ello significa que lo colectivo prima sobre el individualismo, pero también supone una manera de tiranía en la medida en que lo personal, las decisiones propias, tan propias del anarquismo, del liberalismo y del socialismo democrático, quedan anuladas. Por otra parte, no es un tema baladí quién interpreta en cada coyuntura histórica los intereses de la sociedad.
Algo así hemos podido observar en el modo chino de enfocar y abordar la gran crisis de la pandemia. Los confinamientos colectivos, más allá de los resultados, son posibles por la disciplina de un pueblo educado para obedecer y movilizarse. En este caso el libre albedrío occidental no parece ser para el modo de pensar chino, una gran ventaja pues responde a la llamada de un individualismo que flojea en el cuidado y bienestar de los demás. Lo hemos visto durante la pandemia en los comportamientos de riesgo de contagio poniendo en peligro a personas mayores y de la propia familia.
Me atrevo por consiguiente a hacer dos críticas simultáneas: al colectivismo que somete a la libertad de las personas, y al individualismo del libre albedrío que amenaza con romper la comunidad. Los dos casos desvelan un defectuoso camino y la necesidad de repensar la relación entre lo personal y lo colectivo.
En todo caso he de reconocer que a China le va bien su modo de entender la gobernanza. Le permite mantener un sistema de partido único que es contrario a nuestra manera de entender la vida en sociedad que pivota sobre la libertad y el pluralismo. A esa idea de partido único pertenece el socialismo con peculiaridades chinas, defendido por el presidente Xi Jinping en el Congreso Nacional del PCC de 2017. Este socialismo tiene como objetivo la modernización y el alcanzar una sociedad modestamente acomodada. Se trata de un proceso que comporta un estado autoritario que los dirigentes chinos llaman de derecho socialista, un ejército popular más fuerte, y un nuevo tipo de relaciones internacionales donde China sea un actor estelar.
Pero todo lo que pueda pensarse sobre China ha de pasar necesariamente por el confucionismo, un sistema de creencias que es su legado. Confucio recorrió China dictando conferencias que contribuyeron a cambiar la tradición de una educación que hasta entonces era algo exclusivo de las clases altas. Para Confucio, armonía no era uniformidad. Reconocía la importancia de la diversidad, de las diferencias de pensamiento. En el libro Las Anacletas se recogen sus enseñanzas recopiladas por sus discípulos. La cultura china debe mucho al pensamiento de Confucio, que llegó a extenderse también en Corea.
Hoy día China cuenta con una infraestructura industrial, logística y social extremadamente sofisticada que representa el 28,7% de la producción industrial mundial. En 2049 estará a la cabeza de los países poderosos. Pero su modernidad se articula con el pasado milenarista, para bien y para mal.
Su modernización y los hitos históricos en el siglo XX han sellado la actual personalidad china: el enfrentamiento de China con Japón unió al país y lo hizo más nacionalista; la Larga Marcha de Mao Zedong dio el triunfo a la revolución maoísta en 1949; el cambio de liderazgo con la llegada al poder de Deng Xiaoping en 1978 y su salida en 1989, coincidiendo con la caída del Muro de Berlín, son hechos que marcan la concreción de un sueño como país que abandona el subdesarrollo y accede a un nacionalismo que restaura la nación que vuelve a mostrar sus grandezas. La Revolución Rusa colapsó con 72 años, la revolución china sigue más viva que nunca a los 73 años.
Ahora bien, el avance chino en el campo de las tecnologías más avanzadas y de extensión de su influencia económica a nivel mundial, expansión del comercio y concreción de alianzas, es analizado por Estados Unidos como la representación de un peligro extremo. A tal punto que la hostilidad hacia China está ya muy extendida entre la población norteamericana. China es ya el enemigo estratégico de republicanos y demócratas. En 2020, el Center for Economics and Business Research (CEBR) del Reino Unido predijo que China superaría a Estados Unidos para convertirse en la mayor economía del mundo en 2028, un umbral que persigue a la élite burguesa estadounidense. Se está preparando una guerra caliente para contener a China.
Para la periodista norteamericana, Deborah Veneziale, “la guerra por poderes en Ucrania puede verse como un preludio de esta guerra caliente. La movilización ideológica para preparar la guerra ya está en pleno apogeo en Estados Unidos. Las ruedas del neofascismo están girando y ha surgido una nueva era de macartismo. La llamada política democrática es sólo una tapadera para el manejo de un neoliberalismo de guerra”.
Es previsible que si la confrontación con China va en aumento, la tentación del presidente Xi Jinping sea volver a cerrar toda apertura en política y en el campo de los derechos humanos. Al contrario, China puede abrirse hacia ventanas democráticas “al estilo chino” si la estabilidad geopolítica y nacional se consolida y la seguridad del proyecto socialista con peculiaridades propias se fortalece.
Es cierto que Estados Unidos sigue siendo el país más poderoso, pero China continúa creciendo y reclama un nuevo orden internacional, nuevos equilibrios. El ritmo de crecimiento de China es superior. Según el FMI, la proyección de datos indica que, a finales de 2022, China habrá repuntado un 28,73% del PIB, en tanto que Estados Unidos lo hará en un 16%. Estos datos pueden explicar por qué aumenta el número de países que quieren fortalecer sus relaciones con el gigante asiático.
Así pues, en términos estratégicos, la principal ventaja de China consiste en su asombroso crecimiento económico, que le ha permitido eliminar la pobreza extrema en un país de 1.400 millones de habitantes. A la vez, ha fortalecido su poder militar y extendido su influencia en el mundo. Curiosamente, el rechazo ideológico contra Pekín es mucho menor que el rechazo contra Moscú.
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