Una habanera, Wilma Céspedes

-El sistema se paró en el tiempo. Al pueblo hay que darle revolución, comida y desarrollo. Con bonitas cifras o con sueños no se come. ¿Qué hacemos con una juventud desmotivada?

Wilma era una hacendada con Baptista.

-Antes de la revolución teníamos dos carros, un barquito y una hermosa hacienda en Trinidad.

Abrazó la revolución con todo el ardor caribeño de tantos otros paisanos. Cooperó con los guerrilleros de Sierra Maestra donde conoció a Fidel y al Ché. Hoy, a sus ochenta años, vendedora ambulante de literatura de la revolución.

-Tengo que ayudar a mis hijos. Mi marido hace años que se esfumó; ya saben, «Cherchez la femme»… Ni sé si vive. Hay que trabajar mucho para vivir medianamente. Con ustedes los españoles nos va bien.

– Vascos, si no le importa…

-¡O Vascos! Ya me perdonarán ustedes -flexionó dulcemente su voz-. Y qué suerte. No saben, lo que significan para mí ustedes, los de Euskadi…

-Digamos en este caso de Euskalerría, o Basconia si usted lo prefiere; somos nabarros.

-¡Ay, y qué vieja pendeja estoy! Miren las veces que les he explicado a mis hijos esto mismo. Imperdonable -enfatizó- ¡Que en mis venas haya sangre vasca! Que mi abuelo era de allí. Vino a guerrearnos allá por los 90 de nuestra primera guerra de liberación. Mi abuela era una rica criolla, muy caprichosa y el abuelo, guapo y avisao; pues eso, que, como dicen ustedes, dio un buen braguetazo -se carcajeó-.

Se le iluminaban sus pupilas de un tenue azul. Se intuía una gran entereza en los rasgos decididos de su rostro. Ni la edad, ni los avatares de su vida habían logrado quebrar la tersura de su piel, levemente encendida. Resultaba encantador aquel tic, tan femenino, con el que acomodaba su cabello tan sedoso, tan níveo y esclarecido. Y aquella elegancia, con tan sencillo atuendo: «Porque ser revolucionario no significa ir por ahí de cutre y desarrapado». Algo que por lo general, observé, tienen muy claro la generalidad de los cubanos.

-Wilma Céspedes Amatriain, para lo que gusten. Hubiera sido bueno conocer la tierra de mi abuelito. Dicen que es tan hermoso todo aquello.

– Bueno también se dicen otras cosas no tan buenas.

-Ah, lo del terrorismo; bueno, un buen cubano sabe lo que hay que hacer para eliminar el terrorismo, encauzar América latina, eliminar el hambre en Africa, suprimir la deuda externa… Los gobernantes del mundo, está bien claro, necesitan vitalmente el terrorismo para justificar sus fechorías; si no, se lo inventan. Fidel era terrorista cuando lo del Moncada y miren el Ché, si hubiera fracasado en Santa Clara, de héroe habría pasado a terrorista. En su caso de ustedes…

-Pues pensamos parecido; son muchos los vascos que creen que la política de los españoles necesita de ETA.

Se expresaba con una mezcla de calma y de convicción que encandilaba. Sentíamos que en sus palabras se encendían de puro coraje, no de amargor. El coraje por el atolladero en que se situaba el proceso revolucionario. Eso sí, abrigaba la convicción de que más bien antes que tarde, esto se iba a relanzar. Había señales esperanzadoras.

-Nadie lo dice, pero todos sabemos que Fidel chochea.

En breves momentos se sumió el sol de la Habana. La anciana recogió su talabarte. Ya las callejuelas, arrojaban sobre la plaza de Armas el aliento de la noche.

Si exceptuamos las zonas más referenciales para el turismo, primorosamente restauradas, la Habana causa dolor. Son las incontables calles y barriadas donde el deterioro y la ruina se encarnan en tantas construcciones con apariencia de haber sido ricas viviendas coloniales. Ni siquiera Santiago, con un centro urbano agobiado por la contaminación, llega a semejante nivel de decrepitud. Otros enclaves, Camaguey, Santa Clara, Bayamo, Cienfuegos, por citar algunas, muestran otra imagen más digna, bella y respetable. Incluso algunas, como Trinidad, son auténticas joyas coloniales.

-Pero yo amo a la Habana como lo haría con un hijo feo y destartalado -enfatizaba Wilma-. Debajo de toda esa mugre, late un gran corazón. El cubano habanero conoce sus debilidades, se carcajea de sus flaquezas, hace música del llanto y se ríe de su música… Comparte todo, hasta su necesidad. Durante el día ejerce de pícaro o de biznero (1) y a la noche deposita en la mesa de su madre el producto de sus picardías; coge la guitarra, salsea y toda la casa a menear el fambeco (2). Bebe en la misma copa la amargura y la alegría. ¿Qué podemos hacer con una ciudad donde como mucho entramos un millón, que se acoplen millones de pendejos? La mitad del empleo se lo comen entre milicos, policías, taxistas y empleados en el turismo, todos funcionarios. Los demás, picaresca, mera picaresca. Hoy vendes puros o artesanía, mañana te disfrazas de pobre a quien se le muere una hija y al día siguiente a rebuscar en los contenedores de los hoteles; teatro no nos falta. ¡Ay mi amor!, no puedes vivir mucho tiempo con ellos, pero es imposible vivir sin ellos. Hace falta otra revolución para poner orden en este caos y poner los brazos de tres cuartas partes de la fiana (3), soldados y chivatos a levantar fábricas y arañar la tierra… Con el permiso de los gringos, por supuesto.

Wilma era una mujer que nunca dejaba de soñar y esperar. Una de esas mujeres que te enamoran hasta los tuétanos. Poesía, estoicismo, sentido y conformidad con sus límites.

-Claro que me hubiera encantado conocer el país vasco. Siempre he creído que en mi sangre queda mucho de él, de sus gentes soñadoras, emprendedoras, luchadoras.

– De todo hay -le maticé con una modestia más bien protocolaria-.

-Evidentemente, me fijo en lo bueno, en lo que me ilusiona. Lo malo es más vulgar y universal, para verlo no hace falta viajar. Lo cierto es que, como usted comprenderá, a mis 80 años, en estas circunstancias políticas y sin fula (4) …

Ciertamente, una vez superado el primer impacto desolador que se desprende de lo que esperas y ves en Cuba, se redimensionan conceptos y primeras impresiones. Cuba es mucho más que una esmeralda del caribe, es ante todo un paraíso amasado con montañas profundas, misteriosas cañadas y extensas plantaciones (¿llegará algún día la Revolución para los inacabables monocultivos de caña?). Una belleza compleja que camina desde los verdes matices hasta el intenso azul de sus mares.

Pero no deja de ser un mundo adormecido. Las revoluciones, si no evolucionan, se truecan en dictaduras o vuelven a las viejas miserias. Esto lo saben los cubanos, y la impresión es que no se van a resignar. Uno tiene la creencia de que las simientes, tarde o temprano, despiertan. Al menos si encuentran un buen sustrato y un sol que las ilumine.

Hubo unas palabras que sí dejaron perpleja a la buena Wilma. ¿No quiso o no supo responderme?

-Porque eso sí y me enorgullece. Conozco a muchos cooperacionistas vascos que vienen por aquí, jóvenes, solidarios, desprendidos, ilusionados. ¿Será el alma de su tierra?

-Tal vez -le respondí-. Y yo le aseguro que tan sólo esperan una pequeña reciprocidad, que a su vez Cuba sea por lo menos tan solidaria como ellos. ¿Lo es? ¿Lo ha sido? ¿Lo será?

Suspiró, pero no fue capaz de articular el más mínimo vocablo. Sonreí al entender esa pequeña frustración. Ni las revoluciones, ni las personas, nunca han constituido un paradigma, ya es mucho que aspiren a serlo.

Como la dulce Wilma iluminando una de las calles de la vieja Habana, a las revoluciones tal vez les baste con eso, con iluminar.

1)Que negocia con cualquier cosa.
2) Culo.
3) Policía.
4) Dinero.