La relación Estados Unidos-China presenta numerosos aspectos: unos polémicos actualmente, otros cooperativos. Un ámbito que brinda una oportunidad para la cooperación es el de la política energética y el cambio climático, porque los dos países representan más del 50 por ciento del consumo total de carbón, mientras que su participación combinada en las emisiones de gases que provocan el efecto de invernadero y en la economía mundial asciende al 40 por ciento.
Para que se logre un acuerdo internacional con miras a proteger el clima del mundo, se necesitarán medidas mucho mayores encaminada a reducir las emisiones de CO2 por parte de los Estados Unidos, además de compromisos vinculantes por parte de China para reducir su carga de carbono. Ahora bien, sin la cooperación EE.UU.-China, un acuerdo mundial sobre el clima quedará hipotecado. Por eso, un punto muerto en la relación EE.UU.-China es un problema a escala mundial.
China ha participado con mucha renuencia en las medidas mundiales encaminadas a reducir las emisiones totales. Las profundas reservas del Congreso de los EE.UU. sobre la aprobación de un proyecto de ley relativo al clima han resultado exacerbadas por las posiciones de China, en particular sobre cuestiones como, por ejemplo, la supervisión internacional y la rendición de cuentas sobre sus emisiones, que China considera una afrenta a su soberanía.
Pero no nos confundamos: pese a su papel menos que constructivo en la adopción de medidas multilaterales, China no ha permanecido cruzada de brazos en relación con las cuestiones energéticas y medioambientales. En los diez próximos años, China construirá centrales eólicas con un total de 100.000 megavatios (diez veces más que los EE.UU.), una capacidad nuclear de 50.000 megavatios, energía solar fotovoltaica de 10.000 megavatios y energía solar térmica de 10.000 megavatios.
Además, China reducirá su utilización de la energía en un 40 por ciento y va a invertir 440.000 millones de dólares en tecnología de energía limpia, además de 9.000 millones al mes en investigación e innovación energéticas. Los chinos están experimentando en gran escala con tecnologías innovadoras de conversión del carbono, energías solar y eólica y secuestro de carbono.
Esas medidas empequeñecen las iniciativas que se esperan de los Estados Unidos. Aun así, en un futuro próximo China construirá también centrales de carbón con un total de 500.000 megavatios (más que todas las existentes en los Estados Unidos), con gran riesgo para la atmósfera y el medioambiente mundiales.
Los graves datos matemáticos de las acumulaciones de gases que provocan el efecto de invernadero en la atmósfera no permiten, sencillamente, otro decenio perdido. Para afrontar esas amenazas en este decenio, el mundo –y, en particular, los EE.UU.– debe crear una cooperación sólida y sostenida con China en materia de reducción de emisiones.
La forma mejor de hacerlo es mediante relaciones institucionales basadas en la confianza, además de una profunda comprensión de las necesidades y las capacidades mutuas. Las reuniones entre Obama y Hu en Washington parecen haber mejorado la atmósfera para los debates actuales sobre el clima, pero, dada la dura y directa competencia entre los dos países en materia de tecnología energética, para aprovecharla será necesario que encuentren también nuevas formas de coligarse en torno a metas comunes con miras a la estabilización atmosférica, aun cuando procuren atender sus innegables necesidades nacionales. En una palabra, lo que hace falta es una iniciativa conjunta y en gran escala en materia de innovación, ciencia aplicada, desarrollo y demostración.
El componente de los EE.UU. debe entrañar una nueva campaña sostenida en pro del desarrollo con energía limpia en la que participen empresas grandes y pequeñas, laboratorios nacionales, universidades y organizaciones no gubernamentales (una versión ampliada y sostenida de las inversiones energéticas del Departamento de Energía conforme a la legislación de Obama sobre el estímulo económico). Su objeto debe ser el de acelerar y revisar la nueva generación de tecnologías de energía limpia, además de cumplir con el nivel de reducciones de la demanda que serán necesarias para disminuir la contaminación por gases que provocan el efecto de invernadero.
Si bien será onerosa, esa iniciativa contribuirá a dar a las empresas y los bancos la seguridad que necesitan para invertir el capital que esas tecnologías innovadoras requieren. Si se lo estimula así, el mercado interno de energía barata y con gran reducción del carbono sería una fuerza multiplicadora en gran escala en la economía de los Estados Unidos o de cualquier otro país.
Una iniciativa de los EE.UU. que no tenga la garantía de obtener el apoyo gubernamental sería insuficiente y sólo si los EE.UU. crearan una cooperación con China se alcanzarían la escala y la velocidad idóneas para afrontar esa amenaza, pues la realidad es que China construirá su enésima central antes de que los EE.UU. construyan la primera suya, lo que significa que los grupos, las instituciones e incluso los organismos gubernamentales de los EE.UU. deben empezar a cooperar con empresas y organizaciones chinas e incluso financiarlas a veces.
Semejantes cooperaciones reducirían a la mitad el costo y el tiempo de la experimentación y del aprendizaje para los EE.UU., al tiempo que evitaría la reduplicación y el despilfarro. El costo de esas medidas sería una fracción de lo que los EE.UU. gastarían en un solo proyecto de demostración en gran escala, pero crearía –y eso tal vez fuera lo más importante a largo plazo– el marco de cooperación y confianza necesario para que el mundo logre un gran acuerdo planetario sobre el clima.
El mercado internacional de la tecnología es brutal y competitivo. Todos los países deben recurrir a una estrategia de choque para lograr ventajas, pero el medio ambiente mundial no mejorará tan sólo con medidas nacionales aisladas. Requiere nuevas y más profundas formas de colaboración y los EE.UU. y China son las piezas más importantes en el gran mosaico que se debe montar.
Copyright: Project Syndicate, 2010.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
S. Julio Friedman is leader of the Carbon Management Program at the Lawrence Livermore National Laboratory.