Cuando la agitación actual que rodea a las elecciones iraníes finalmente termine, Occidente probablemente se aleje habiendo hecho un simple juicio en blanco y negro: ganaron los malos. Por supuesto, Occidente hizo lo correcto al respaldar a los buenos, los manifestantes callejeros. En consecuencia, Occidente no necesita cargar con ninguna responsabilidad por el resultado.
La tragedia de este tipo de razonamiento es que no permite ninguna complejidad o sutileza moral y política, y eso es exactamente lo que hará falta si han de resolverse los muchos problemas en torno de Irán. Es más, si Mahmoud Ahmadinejad sigue siendo el presidente de Irán, Occidente una vez más recurrirá a su método habitual de entenderse con los regímenes poco amistosos: imponer más sanciones. Pero esto conduciría a una tragedia aún mayor.
La única lección clara que surge de la polémica elección presidencial de Irán es que el país tiene una sociedad civil vibrante y por cierto dinámica. Muchos iraníes valientes estaban dispuestos a arriesgar sus vidas para defender sus creencias. Su capacidad para hacerlo confirma que Irán no es un estado totalitario cerrado como Corea del Norte. A pesar de muchos años de gobierno de un establishment teocrático (o quizá por esa razón), las mentes iraníes se mantienen abiertas y comprometidas.
De modo que existe una esperanza real de que Irán pueda cambiar, modernizarse y abrirse como lo hizo el resto de Asia. De hecho, la única estrategia viable a adoptar a largo plazo, por ende, reside en dejar de intentar aislar a Irán y, en cambio, llevar a los iraníes a comprometerse más con el Asia moderna.
En la opinión mundial iraní, existen tres grandes civilizaciones asiáticas antiguas: la china, la india y la persa (siendo Persia la más grande). Los iraníes anhelan tener un desempeño a la par de China e India. De modo que, si bien la intimidación occidental a Irán no funcionará, cuando los iraníes vean que su sociedad queda muy rezagada respecto de China e India mientras esos países se abren al mundo, pueden sentirse motivados a reconsiderar su rumbo. Cuantos más iraníes visiten China e India, más probabilidades hay de que Irán cambie.
De la misma manera, Occidente debería encontrar la manera de volver a involucrarse con la sociedad iraní, pero un obstáculo importante para que esto suceda es la ausencia de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos e Irán. La política exterior norteamericana supone que las relaciones diplomáticas con Irán son, de alguna manera, un acto de aprobación. En realidad, es todo lo contrario. La diplomacia se inventó precisamente para permitir las relaciones entre adversarios, no amigos. Nadie necesita inmunidad diplomática para hablar con sus amigos. La necesita para hablar con sus adversarios. Desafortunadamente, ningún político estadounidense parece dispuesto a explicar este pedazo de sentido común al público norteamericano.
Estados Unidos también debería aprender de otros ejemplos. Muchos norteamericanos aplaudieron al presidente egipcio Anwar el-Sadat por su coraje político al visitar Jerusalén hace tres décadas -una decisión por la que, en definitiva, pagó con su vida-, aunque la gran mayoría de los egipcios se opusieron acaloradamente.
Es útil recordar las palabras del presidente Richard Nixon cuando, antes de restablecer las relaciones diplomáticas con China, visitó Beijing: «Hemos sido enemigos en ocasiones en el pasado. Hoy tenemos grandes diferencias. Lo que nos junta es que tenemos intereses comunes que trascienden esas diferencias. Al discutir nuestras diferencias, ninguno de nosotros negociará nuestros principios. Pero si bien no podemos achicar el abismo que existe entre nosotros, podemos intentar tender un puente para poder hablar de un lado al otro».
Al involucrar a Irán, Occidente debería ignorar la naturaleza de su régimen. Es casi imposible que cualquier observador externo entienda la verdadera dinámica política interna de Irán. Justo cuando el mundo llegó a un consenso de que Ahmadinejad era simplemente un instrumento del Líder Supremo, el ayatollah Khamenei, Ahmadinejad designó un vicepresidente en contra de los deseos de Khamenei (aunque luego se retractó del nombramiento). Lo que sí sabemos con certeza es que el régimen está dividido.
Estas divisiones permitirán que surjan nuevas fuerzas en la sociedad iraní. De manera que deberían encontrarse todos los medios para llegar a la sociedad iraní en todos los niveles. Se debería alentar a los estudiantes iraníes a visitar y estudiar en universidades asiáticas, donde descubrirían la confianza que los jóvenes estudiantes chinos e indios tienen en el futuro -lo cual bien podría tener como resultado que los jóvenes iraníes reflexionasen sobre por qué no comparten ese optimismo.
Una razón final para que Occidente cambie el curso es que las sanciones occidentales cada vez más demuestran ser inútiles. Sólo el 12% de la población mundial vive en Occidente, y el poder se le está escabullendo sostenidamente. La decisión de julio de 2009 por parte del Movimiento No Alineado (integrado por 118 estados miembro) de realizar su próxima reunión en Teherán ofrece una demostración contundente de las percepciones no occidentales sobre Irán. Si Occidente persiste con sus sanciones, no hará ningún bien. Sólo hará sentir bien a los líderes occidentales. ¿Pero qué es, en definitiva, lo más importante: hacer bien o sentirse bien?
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Kishore Mahbubani es decano de la Facultad de Política Pública Lee Kuan Yew, Universidad Nacional de Singapur. Su libro más reciente es The New Asian Hemisphere: the Irresistible Shift of Global Power to the East.
Copyright: Project Syndicate, 2009.
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Traducción de Claudia Martinez