Una ciudad de las nuestras

Una ciudad que representa el ejemplo de cómo mostrar al visitante una cara de acogida afable y ser, al mismo tiempo, totalmente insolidaria con el resto de las ciudades europeas en la lucha contra el cambio climático. Una ciudad donde la apariencia no es lo que, en realidad, ocurre pues vive supeditada a lo que dictan sus cajas de ahorro tan bien relacionadas con los amos del ladrillo y que demandan insaciables suelo urbano para construcción de viviendas. Una ciudad donde poco importa que sus viviendas vacías sean ya excesivas y que sus precios tan elevados resulten una estafa para la inmensa mayoría de la población. Una ciudad donde la codicia de unos pocos gobierna sus destinos. Una ciudad que, cada día que pasa, emite más emisiones de CO2 a la atmósfera sin preocuparle las consecuencias lo más mínimo. En definitiva, una ciudad de las nuestras.

En el año 2005, las emisiones totales de gases de efecto invernadero alcanzaron, a nivel del Estado español, la cifra de 440,6 Mt de CO2 -equivalente. Este valor supuso un 52,2% de aumento respecto a las emisiones del año 1990 que se toma como año-base, o lo que es lo mismo, casi 37,2 puntos porcentuales de exceso sobre el compromiso adquirido en el Protocolo de Kyoto. Si tenemos en cuenta las tendencias actuales podemos estimar que para el periodo recién iniciado, 2008-2012, se estaría muy lejos de alcanzar el compromiso del Protocolo de Kyoto, situándose en el año 2010 entre un 70 – 80% por encima de las emisiones de1990.

En cuanto al año 2020, teniendo en cuenta la metodología propuesta por la Comisión Europea, esta reducción debería ser un 8% menor que los niveles del año 2005. Sin embargo, las previsiones actuales apuntan a que se superarían las emisiones de 2005 en más de un 30%, si siguiéramos como hasta ahora. Obviamente, estos niveles quedarían muy lejos del escenario que pudiera derivarse del compromiso de la Comisión Europea de reducción del 20%. Por consiguiente, es urgente el que en todos los niveles de gobierno, incluido el nivel municipal, le demos a la reducción de las emisiones de CO2 un valor estratégico prioritario. En especial, impulsando la energía, la edificación y el transporte sostenibles que son los sectores causantes del 80% de las emisiones de CO2. A nivel municipal, estas actuaciones adquieren capital interés y urgencia porque es el nivel donde menos se está trabajando por reducir las emisiones de CO2. Paradójicamente, de ello tiene bastante culpa la preponderancia de lo local sobre lo global, a la hora de luchar contra el cambio climático.

Hace casi un año, con motivo del Día Mundial de la Tierra, en diversas capitales europeas, miles y miles de personas se manifestaron con el slogan: Frente al cambio climático menos CO2. Otro de los slogan se anticipaba a la situación que sufrimos hoy cuando subrayaba que también el cambio climático provocaba sequía.

Las organizaciones ecologistas ponían como principal objetivo reducir las emisiones de CO2 de los países industrializados en un 30%, para el año 2020, y en un 80% para el año 205. De este modo, se persigue que la temperatura global no aumente más de 2 grados con respecto a las temperatura conocida en la época preindustrial. En el caso del Estado español, las organizaciones convocantes reprocharon que España fuera el país que más se había alejado del cumplimiento de los compromisos de Kyoto, por lo que consideraban urgente invertir y modificar esta tendencia, cuanto antes. La crítica no solo se refería al Gobierno español sino también al conjunto de gobiernos autónomos y ayuntamientos que, curiosamente, a pesar de los diferentes colores y sabores que los caracterizan, tampoco estaban haciendo gran cosa por luchar contra el cambio climático. La desidia demostrada por los ayuntamientos para poner en marcha acciones que persiguieran la reducción de las emisiones de CO2 también ha sido notoria. Tanto en ayuntamientos de izquierdas como de derechas la economía del ladrillo tan contraria a la reducción de emisiones de CO2 ha sido la joya de las políticas municipales a impulsar con el consentimiento de partidos políticos y cajas de ahorro que también, en su mayoría, los políticos controlan.

Verde que te quiero verde, sin más

Es cierto que en muchos ayuntamientos existen las Agenda Local 21 pero, pasados muchos años, hemos de constatar que, en materia de reducción de CO2, han sido un perfecto fracaso, actuando muchas veces las Agendas Local 21 como el perro del hortelano. En nuestro caso, dado el sesgo, intencionado o no, que tienen con respecto hacia las nociones relacionadas con el medio ambiente, los resultados con respecto a la aplicación de políticas municipales tendentes a la reducción de C02 no han podido ser otros que el fracaso estrepitoso conocido hasta ahora. La producción y consumo de energías renovables, el ahorro y la eficiencia energética, así como la productividad de los recursos todavía no han logrado la recepción necesaria entre las Agenda 21 Local, demasiado escoradas hacia el reduccionismo ambientalista, a la hora de impulsar el desarrollo sostenible.

En efecto, se trata de una constatación manifiesta el hecho de que muchas barreras actuales para reducir las emisiones de CO2 se deben a criterios ambientales. Son frenos al desarrollo de todo tipo de proyectos energéticos tendentes a reducir las emisiones de CO2. En la práctica, se trata de una aplicación muy restrictiva de las figuras de protección ambiental y de una interpretación incorrecta del concepto de sostenibilidad que, hasta hace bien poco, apenas ha tenido en cuenta las dimensiones económica y social de la sostenibilidad. Estas prácticas están frenando el desarrollo de las energías renovables. Por ello, sería necesario además de fortalecer el debate sobre la sostenibilidad, a nivel societario, elaborar cuanto antes el balance costes/beneficios, en clave de sostenibilidad, de los diferentes proyectos de infraestructura y, a su vez, dar coherencia a las distintas políticas de preservación ambiental. Es necesario asumir, cuanto antes, en nuestras políticas municipales que la principal amenaza es el cambio climático y que para combatirlo es urgente reducir nuestras emisiones de CO2, incluso al nivel municipal.

Por otro lado, nuestra experiencia nos dice que el hecho de confundir sostenibilidad con medio ambiente está causando innumerables problemas al desarrollo hacia un nuevo modelo energético basado fundamentalmente en el ahorro y la eficiencia energética, las energías renovables y la productividad de los recursos. Hemos de recordar que, en sus inicios, algunos movimientos ecologistas no pudieron escapar de la demagogia convirtiendo la ecología en una nueva religión, más o menos fundamentalista. Ello contribuyó a que al desarrollo sostenible se le diera un enfoque excesivamente ambientalista y, así, muchos municipios que adoptaron la Agenda 21 Local, en la práctica, la entendieron como si se tratara de aplicar normas de calidad ambiental (ISO, EMAS), reducidas solo al «medio ambiente» o a la «calidad ambiental urbana» y que conllevaban, preferentemente, planes de urbanismo y demoliciones controladas para mejorar el paisaje y la calidad turística, etc.

De esta manera, desde «lo local» se cerraban las puertas a «lo global» y, curiosamente, en nombre de ese pretendido desarrollo sostenible, a nivel local, es como apenas se respondía al principal reto que nos plantea el desarrollo sostenible y que es, precisamente, evitar el calentamiento global debido a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEIs). Es más, en muchos municipios que adoptaron la Agenda Local 21, se daba la paradoja que se encontraban con que, al desarrollar sus planes de acción para el desarrollo sostenible, aumentaban substancialmente sus niveles de emisiones de CO2 y los consumos de energía, lo que iba, frontalmente, en contra del desarrollo sostenible que debería pretender desacoplar el crecimiento económico de los consumos de energía y, a su vez, reducir las emisiones de GEIs para luchar así contra el cambio climático.

El cinismo disfrazado de ecologista

Lo mismo podríamos decir de los que se aponen gratuitamente y, por principios, a los parques eólicos aduciendo impactos visuales negativos. El desarrollo sostenible tiene su precio. No se puede vivir a costa de las energías que producen los demás como hacen algunos territorios, Debemos estar a la altura de las circunstancias. Un subjetivo impacto visual no puede ser obstáculo, ni excusa para frenar a nivel local el desarrollo de las energías renovables. Se trata de algo que es muy serio, se trata de nuestra supervivencia y no queda tiempo para andar pensando en qué ropa me pongo.

Otra modalidad de abuso, que ha se ha hecho desde la dimensión ambiental del concepto de sostenibilidad, ha consistido en hacer pensar a la gente que porque algo es «verde» -para muchos construido junto a la naturaleza- ya se puede considerar sostenible y de ello se han aprovechado muchos espabilados. Así es como se ha utilizado la propaganda de «sostenible» hasta para fomentar el negocio del ladrillo.

Esta propaganda suele consistir en aplicar unas sencillas técnicas de cosmética o de manicura ecológica para hacer para vender chalets, adosados o no, en zonas residenciales de baja densidad. Este engaño ha sido posible gracias a la desinformación y el poco conocimiento que la gente tiene acerca de lo que es el desarrollo sostenible. En efecto, a muchos profesionales del marketing se les ha ocurrido que lo sostenible también vende bien. Como ya hemos perdido el sentido de que llaman sostenible a cualquier proyecto que sea tan sólo una mejora, con tal que plante un árbol, lleve una placa solar en el tejado (la utilice o no), consuma biocombustible los domingos por la tarde o vaya pintado de verde. Si con dicho proyecto apenas -por no decir nada-beneficiamos a las generaciones actuales y futuras y no reducimos nuestras emisiones de CO2 es harina de otro costal. Todo es «sostenible» aunque prácticamente nada haya cambiado. ¿Cómo hemos podido llegar a esta situación tan nefasta?.

En suma, tenemos mucho que cambiar. Hoy en día, una manera fácil de chequear si un determinado ayuntamiento está haciendo, de verdad, algo por el desarrollo sostenible o está jugando a ser «verde» -y, así, a engañar a los ciudadanos- consiste en valorar las toneladas de CO2 que se reducen al año, fundamentalmente a través de políticas que persiguen la producción y consumo de electricidad y calor en base a las Energías Renovables, es decir apoyando a la energía sostenible. De igual modo, los ayuntamientos tienen mucho que hacer impulsando el Consumo Sostenible (Construcción, Residencial, Servicios y Comercio e Institucional) y el Transporte Sostenible (Sustitución de los abusivos y contaminantes modos de transporte como el coche y el camión por el transporte de mercancías y de pasajeros alternativo a la carretera). Esta es la única vía de reducir emisiones de CO2, una tarea sobre la que llevamos muchos años perdiendo el tiempo y sin hacer nada, salvo hacer como si se hace para aparentar ser «verde» y, así ganar votos a los ingenuos. ¡Qué diferencia de la actuación de los ayuntamientos de otros países europeos!. Allí sí que se asume, en las políticas municipales, la importancia estratégica de la reducción de la emisiones de CO2. ¿Para cuándo unos líderes municipales que sean responsables con las generaciones futuras?