Creo que existe, entre esas cacareadas connotaciones del hecho vasco, una que en forma superlativa dirige nuestra historia desde hace no menos de 10 siglos. Es esa continua incapacidad de centrarnos en la totalidad, enajenarnos de las pasiones más egoístas y diminutas, de los intereses más particulares y las visiones más simplistas y abrazar, sí, abrazar nuestras causas comunes y sobre todo las que más nos interesan.
Sólo desde ella se explica que sigamos inmersos en eternos debates, en detalles superfluos nominativos, en versiones y visiones de historias contadas por terceros. Sucesos todos de hace 200, 500 u 800 años, y, cómo no, en desconfianzas fundadas y fundidas en los intereses de otros.
Y como consecuencia de la misma, una debilidad que permitió hacer pasar a Navarra de reino a provincia en 1841, y 37 años después arrancar la foralidad al completo a los 3 territorios históricos. Me he preguntado muchas veces por qué lo de territorios históricos, bien, pues sí, territorios históricos de otro reino, el de Navarra, desgajados por la fuerza y a los que hubo de mantener sus leyes y costumbres (fueros), no fuesen a querer regresar a su anterior hogar.
Qué libertades hubiésemos conseguido retener, de obligar al poder central a tener que negociar, no con las partes, sino con la totalidad. No fuimos listos, bien, es un problema, pero es aún mayor que no hayamos aprendido.
En este punto alguno dirá, ¿la totalidad? Sí la totalidad de la foralidad, pues la existencia de 4 entidades forales con matices legislativos y poder separado no es producto de la acción de la soberanía popular, sino la consecuencia de unos hechos históricos que han tenido por misión separar y dividirnos para que negociemos desde una posición más débil. Cuando Navarra pidió en 1516 la devolución de Álava, Gipuzkoa, la Sonsierra, etcétera, la única razón para negárselo es que la debilidad del reino navarro era un punto a favor del poder de los reyes españoles y hoy en día del propio Estado.
No en vano, nuestra historia aproximadamente desde 1880 es la de dos tipos que después de pelear hombro con hombro por sus libertades, ahora, ya despojados de ellas, discuten por menudeces imposibles de explicar a un foráneo observador. Detalles indiscutibles, discutidos mil y una veces. Dilemas hundidos en complejos y complejines indefendibles y querencias de países de pies de barro. Tal es la desmesura que en Navarra hay partidos políticos rebuscando en la pequeñez, en las miserias individuales de nobles del siglo XIII o XVI. Nunca se acuerdan de los alaveses, vizcaínos y guipuzcoanos que murieron en 3 guerras el siglo XIX para que pudiésemos salvar algo de la foralidad.
Ha existido una corriente de pensamiento vasquista, sobre todo fundada alrededor de la idea de Euzkadi, que en épocas pretéritas tenía por costumbre hablar de un proyecto de país que causaba un profundo recelo en la población navarra. Más que entendible. Es preciso aceptar con naturalidad que si Bizkaia hubiese sido históricamente un reino, Sabino Arana nunca hubiese hablado de Euzkadi, sino del reino de Bizkaia y de sus reyes y poderes. Y lo de Euzkadi nunca se hubiese oído. Creo que a nadie le cabe duda de esto. Por tanto aceptemos que, si bien el fondo de una idea de patria de los vascos no es erróneo, sí lo es su forma, y que a día de hoy no tiene sentido alguno mantener por vigente una creatividad del siglo XIX sin poso histórico anterior, cuando todos los territorios vascos en diferentes formas y épocas fueron parte integrante de un reino que, aún desmantelado, existe bajo un formula política como Navarra. Es decir, ¿vamos a inventar la rueda de nuevo? Si empleamos los próximos 200 años en fundar un concepto político propio, ¿va a ser mejor del que ya existe? Los 127 años de existencia de la idea de Euzkadi, ¿han creado un concepto político más fuerte que el concepto político del Reino de Navarra?
Quizá alguno piense, «Sí, pero Bizkaia también existe históricamente». Así es, pero si no nos hacemos trampas, hemos de reconocer que Bizkaia en su existencia está fundada en la necesidad de Castilla de enfrentar los territorios vascos para debilitar al reino de Navarra. No es casualidad que en el siglo XIX, cuando Navarra ya no suponía un peligro político a los intereses españoles, es cuando, mágicamente, los fueros de los territorios históricos pasan a mejor vida. Bizkaia, así como Álava o Gipuzkoa, pasaron de ser tenencias del reino de Navarra a sujetos políticos propios porque a Castilla le convenía en su equilibrio de poder. Si cuando en 1176 el señor de Haro tomó Bizkaia se le hubiese ocurrido imponer la ley castellana, el territorio en cualquier momento hubiese pasado de nuevo a la órbita navarra.
Este es un planeta poblado por más de 7.700 millones de individuos, de los que, haciendo un posible pero irrealista inclusivismo, no pasamos de 3 millones. Es decir, suponemos un 0,039% de la población mundial. Existen estudios científicos de un futuro incierto, en el que el decrecimiento es la única posibilidad, dada la complejidad de una transición energética a nivel planetario, en la cuenta atrás del cambio climático. Contamos con la certeza de que hay una corriente política en España que sólo crece y que apuesta de forma clara por la desaparición de cualquier régimen foral y cualquier singularidad. Si en este estado del bienestar, este tipo de fuerzas políticas sólo crecen, no hace falta más que una carencia de un bien cualquiera para que arrasen en unas elecciones.
Nos debemos una reflexión. Se nos ha agotado el combustible. Euskadi, la ikurriña, fondean hace ya algunos años sin viento que les empuje en el horizonte. La pérdida de fuerza de la idea es notable en los estudios de los sociólogos. Y si la idea no tiene fuerza, no va a formar parte del entramado ideológico de los que vienen, de los nacidos aquí y de los que llegan. La idea de la nación de los vascos precisa de un golpe de timón y lo precisa ya.
Estoy completamente seguro de que una reunificación de los territorios de Bizkaia, Álava, Gipuzkoa y Navarra en torno a un concepto político navarro sólo tiene ventajas para todos, y que incluso la existencia de una sola instancia política, y no cuatro, sólo nos fortalece. Y lo estoy porque lo contrario sólo nos debilita.
No podemos dar ese paso sin la claridad necesaria, esa reunificación nabarra (con b) no es para independizarse, ni para imponer nada a nadie, ni mucho menos una identidad o una lengua. Es una cuestión de inteligencia política, de respeto, jugada con las cartas boca arriba. Es un paso necesario al correlativo devenir del orden mundial, y un punto de inflexión en la búsqueda de nuestro yo identitario. Y lo estamos tardando en dar. La CFN sólo tiene que pedirlo, ojalá lo haga, y creo, sin duda, que estaremos en el día y la hora señalada para dibujar nuestro futuro, el de CAV y CNF en un sólido, vasconavarro, abrazo.
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