Colonos caminan hacia la ciudad cisjordana de Jericó, zona que según líderes religiosos es la tierra prometida a los judíos en la BibliaFoto Ap E n Ammán, la capital de Jordania, existe una pequeña casa con soleados patios y árboles; la cocina se encuentra al fondo de un pasillo. Aquí se encuentran mujeres que cubren sus cabezas con pañuelos que explican a las muchachas que acuden al lugar, aterradas por sus vidas y en la desesperación, la forma en que funcionan las leyes jordanas de matrimonio y divorcio.
En esta casa se ocultan los secretos de la sociedad y que no deben contarse: testimonios de mujeres que han sido víctimas del terror y la muerte y que permanecen dentro de las familias, la comunidad y los campos de refugiados. Estas historias no son para los extranjeros occidentales. Sin embargo, Nadia Sharouj, quizá la más extrovertida, valiente e inteligente mujer que ha surgido de esta organización, quiere hablar sobre las 4 mil mujeres que han pasado por el refugio, sobre sus colaboradores, que trabajan a cambio de nada, sobre sus abogados, que luchan por los derechos de las mujeres en las cortes, sobre sus 14 oficinas en el país que tratan de proteger a las mujeres del país de violencia y amenazas de muerte. La de Irbid es la oficina más ocupada, y está cerca de campos de refugiados palestinos.
Justo ahora, ella se enfrenta a una de las maldiciones del abuso marital: mujeres egipcias cortejadas por hombres jordanos en El Cairo. Ellas aceptan casarse con ellos pues los documentos jordanos son más valiosos que un pasaporte egipcio; sólo después se enteran, ya que llegaron a Ammán, que sus esposos son gitanos jordanos.
Estos hombres no quieren trabajar y esperan que sus mujeres los mantengan bailando en los bares, mediante la prostitución o la mendicidad, señala Shamrouj, furiosa. Las mujeres acuden a nosotros en busca de ayuda y la embajada egipcia aquí es muy buena. Encontramos la forma de que se divorcien y las mandamos de vuelta a Egipto.
Una de las abogadas de la organización fue amenazada por la familia de un gitano jordano que quería conservar a su esposa, mujer que estudiaba en la universidad de El Cairo y que ha retomado sus estudios para especializarse en leyes con la intención de ayudar a los grupos de asistencia a mujeres. La policía local la acusó de abandonar a su marido. Había nueve mujeres ocultas en el refugio de Shamrouj esta semana, y la mayoría de ellas temían ser asesinadas después de que se les acusó de crímenes de honor. La semana anterior había 18. Nadia Shamrouj está radiante mientras me muestra la casa, comprada por la organización de mujeres. Aquí, las mujeres traen a sus hijos para que sus padres puedan verlos, en casos de disputas familiares.
Tres parejas están sentadas bajo un árbol y platican quedo mientras una niña juega en la resbaladilla del jardín. Existe humanidad en este lugar. Hay un café Internet en la primera planta donde se vende chocolate y emparedados. Más adelante, sobre la misma calle, tienen una bibiloteca para mujeres y dentro del refugio hay un salón en que se enseña peluquería. Una joven trabajadora camina por los pasillos con un café de la tienda y un expediente. Dos de las refugiadas le sonríen.
Tratamos de darles capacitación a las mujeres para que puedan ganar dinero y seguir adelante con sus vidas, señala Shamrouj, y agrega en referencia a la joven: quizá encontremos empleo para ella. Cuando queríamos abrir el refugio, el gobierno y la policía nos presionaron porque querían tenerlo bajo vigilancia. Querían convertirlo en una cárcel. Pero dijimos que eso no era lo que haríamos.
Una mujer jordana palestina, que pide no revelar su nombre, habla sobre su feliz matrimonio con su primo, quien abrió varios negocios en Ammán y se volvió próspero. Cuando un hombre tiene suficiente dinero, quiere más mujeres, dice con tristeza. Su matrimonio se derrumbó cuando el hombre tomó una segunda esposa, y cuando ésta murió en un accidente automovilístico, una tercera. Es una historia en que figuran disputas familiares, amenazas de muerte y la huida de un hogar.
Tomó un taxi al sur de Aqaba, sola, espantada y con muy poco dinero. El taxista intentó encontrarle un apartamento, pero llegó otro chofer. Me espero otra sórdida historia de traición, pero me equivoco. “Los hombres discutieron sobre mi problema y dijeron: ‘como palestinos debemos ayudarnos’. Me trajeron gratis a Ammán y al refugio. Me quedé 14 días trabajando en la cocina. La organización me ayudó a arreglar mi divorcio y a recuperar a mis hijos. También me ayudaron a instalar una cafetería, además me volví modista y hasta compré un automóvil nuevo. Mi hijo está ahora en sexto grado”. Éxito.
La Unión de Mujeres Jordanas que instaló el refugió comenzó en 1945 y se disolvió 12 años más tarde cuando el rey Hussein impuso la ley marcial. Reanudaron labores en 1974. En 1981, el grupo fue disuelto de nuevo con la misma historia de siempre: una policía sospechosa de las agrupaciones femeninas y un gobierno deseoso de controlar todos los aspectos de la vida social de sus ciudadanos.
Fuimos a la Suprema Corte y nos dieron derecho de trabajar de nuevo, dice Shamrouj, una maestra de escuela que ha estudiado leyes. Nos reconstituimos en 1990, abrimos una línea telefónica de auxilio para mujeres seis años después y comenzamos a funcionar como refugio en 1999. Fue el primer refugio de su tipo en el mundo árabe.
El personal del refugio hace elecciones para nombrar a sus líderes cada tres años y ha cosechado la admiración de ONG y gobiernos europeos. Reciben donativos de asociaciones de España, Italia, Suecia y Estados Unidos. También recibieron dinero de Gran Bretaña, hasta la invasión a Irak. El Departamento de Desarrollo Internacional nos ayudaba, pero tras la invasión se decidió que no aceptaríamos dinero británico y le informamos al gobierno de nuestra resolución, explica Shamrouj, me parece, no sin experimentar cierto placer.
El embajador británico aquí nos llamó por teléfono y fuimos a verlo. Dijo que lamentaba nuestra decisión porque mucha gente en su país también estaba contra la guerra. El dijo que a nivel persona, se oponía. Respondimos que no podíamos continuar nuestra relación con Londres después de lo que había hecho.
Shamrouj organiza seminarios internacionales para trabajadores árabes defensores de derechos humanos. En julio, llegaron a Ammán mujeres provenientes de Bahrein, Líbano, Egipto y los territorios palestinos ocupados, para discutir sobre laicismo, sociedad civil y los derechos humanos de las mujeres en las comunidades islamitas. Ella y sus colegas viajan por el mundo árabe, mantienen contacto con otros refugios e intentan enseñar a las policías locales que su deber es proteger y no juzgar a las mujeres, que deben tratarlas como personas inocentes, y no culpables, que no deben arrestarlas como si fueran criminales ni devolverlas a sus familiares violentos.
En Jordania, el gobierno ha inaugurado su propio refugio y Shamrouj lo aprueba. “Nos enfrentamos a la ley familiar en el mundo árabe: en Líbano, Palestina, Egipto, Jordania, y debemos hacer que impere el derecho civil. Los jueces protestaron. Dijeron que no puede interferirse con la religión. Por eso ahora nos enfocaremos a contactar a la Liga Árabe. Aquí en Jordania hay cristianos al igual que musulmanes, y los cristianos sufren más asesinatos por honor per cápita que los musulmanes.
Quizá la mayor parte de la comunidad cristiana en Jordania está formada por refugiados palestinos.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca