Un pueblo que no defiende su lengua, no se la merece

No resolvemos el tema de la lengua. Me sabe mal decirlo así, crudamente, sin tapujos, pero me parece que el autoengaño en el que vivimos tiene mala solución y no veo a Cataluña dispuesta a coger el toro por los cuernos para defender la lengua catalana con todas las consecuencias. El autoengaño ha ido arraigando entre nosotros gracias a dos factores clave: el pánico de la clase política dirigente a ir más allá de lo que se dice ‘ir maltirando’ y nuestra crédula predisposición a interiorizar el mensaje orgulloso de los altavoces oficiales. Creer que todo va bien resulta mucho más cómodo que creérselo. Esto, claro, tiene un precio carísimo que tarde o temprano hay que pagar, pero al tratarse de un pago aplazado, podemos comprar la mentira simulando que somos ricos. Ya se lo encontrarán quienes vengan después.

Hay quien piensa, o quiere pensar, que si la lengua salió adelante, con el régimen de 1939, también lo hará en el siglo XXI. ¡Santa inocencia! Las medidas que se tomaron después de la muerte de Franco formaban parte de un contexto sociopolítico en el que partíamos casi de cero y teníamos un montón de vías de agua que taponar. Pero el mundo de hoy nada tiene que ver con el de los años ochenta, basta con mirar cómo la evolución tecnológica ha modificado las diferentes formas de comunicación. El inglés se ha consolidado como el ‘idioma’ del planeta y el mercado ya sólo acepta aquellas lenguas que tienen mecanismos de autodefensa suficientemente potentes como para resistir.

¿Cuáles son los principales mecanismos de autodefensa de una lengua? Básicamente, dos: voluntad de ser y estructura política. El primero pide amor propio, el segundo pide un Estado. En tiempos antiguos quizás podía bastar con la voluntad de ser, pero en el mundo actual es necesario que esta voluntad disponga de unas herramientas que sólo están al alcance de los estados. Tener un Estado es condición ‘sine qua non’ de toda lengua para subsistir. Pero ¡cuidado! La tenencia de un Estado resulta inútil sin el primer requisito, que es la voluntad de ser. El caso más gráfico lo tenemos cerca y se llama Andorra. En Andorra, el catalán es lengua oficial única y, sin embargo, es absolutamente innecesaria para trabajar en infinidad de puestos. Se puede vivir en Andorra sin hablar un ápice de catalán, pero no se puede vivir sin saber español, lengua no oficial. Incluso son muchísimos los portugueses residentes que, vista la realidad, optan por aprender español en vez de catalán. ¡Qué ganas de perder el tiempo!, ¿no? Cuando el conocimiento de la lengua para trabajar detrás de un mostrador es un requisito inferior al de saber sumar y restar, o ni siquiera es un requisito, ocurre esto.

Entidades como la Plataforma por la Lengua, la CAL (Coordinadora de Asociaciones por la Lengua catalana), Somos Escuela, etc, hacen un trabajo inmenso; hacen tanto, que no sé en qué estado de postración estaría el catalán si no existieran. Y también realizan un gran trabajo el Consorcio para la Normalización Lingüística y el Voluntariado por la Lengua. Pero, por así decirlo en términos de salud, no pasan de ser el equivalente a un ambulatorio. Son vitales asistencialmente, pero las intervenciones quirúrgicas se realizan en los hospitales, que son la máxima autoridad; y la máxima autoridad de diagnóstico y ejecución en el caso de la lengua son las autoridades científicas y las gubernamentales, lo que nos lleva al meollo de la cuestión, ya que estas autoridades, inmersas en la vanidad (“el catalán va muy bien, el catalán va adelante, el catalán tiene una mala salud de hierro…”), siguen aplicando en 2021 la misma política lingüística de los años ochenta. ¡Exactamente la misma! De tal modo como si el mundo no hubiera cambiado y como si de seis millones de catalanes no hubiéramos pasado a siete y medio fruto, en buena parte, de la recepción de recién llegados hispanohablantes. Pues, a diferencia de lo que haría cualquier país receptor de similares dimensiones, no hemos tomado ninguna medida en consonancia. Vanidad y más vanidad, y, por supuesto, burla y descalificación de las advertencias de las voces discrepantes.

Mientras, nos echamos las manos a la cabeza al ver que España continúa con su manía secular de hacer desaparecer la lengua catalana o, en el mejor de los casos, reducirla al ámbito doméstico. “¡No hay derecho!”, clamamos. Muy bien, esta frase hará que España tiemble de miedo. Pero, por lo demás, ¿cuál es el plan de choque de los departamentos de Presidencia, Educación y Cultura catalanes contra las agresiones dictatoriales de los tribunales españoles para cargarse las escasas y aún vigentes medidas lingüísticas establecidas en los años ochenta? Ningún plano. No hay plan de choque. Ya hemos visto a Marta Vilalta, portavoz de Esquerra Republicana, haciendo ascos de las palabras de la presidenta del Parlament, Laura Borràs, que, con toda lógica, ha pedido que el conseller de Educación, Josep González Cambray, asuma la dirección de escuela Turó del Drac, de Canet de Mar, y se niegue a acatar órdenes dictatoriales. Pues no. La respuesta: sumisión, sumisión y sumisión, que significa agachar la cabeza, resignación cristiana y un discurso digno de un funeral: “No podemos hacer nada, debemos acatar a los tribunales, pero recurriremos”. ¿A quién van a recurrir? ¿Al mismo inquisidor?

¿A los tribunales franquistas, tribunales inquisidores, tribunales ideológicos, tribunales ultranacionalistas españoles, los llamamos “tribunales”? ¡Dios mío! Es el Govern quien debe dar cobertura a las escuelas, asumiendo toda su responsabilidad, con todas las consecuencias, para que no se acate ninguna sentencia que sea contraria a las leyes del Parlament de Catalunya. Nunca ha habido ningún esclavo que se haya liberado acatando las leyes injustas que le encadenan. Ninguno.

Sin embargo, soy consciente de que lo que digo es esfuerzo inútil. El govern de Cataluña agacha la cabeza, la escuela Turó del Drac y la alcaldesa de Canet de Mar reciben llamadas fascistas que les amenazan de muerte, el 25% de enseñanza en español será una realidad y no pasa nada. Y se están gestando el 30%, el 40%, el 50% … Pero no pasa nada. Sumisión absoluta. Señores y señoras del Govern de Cataluña, permítanme que se lo diga: un pueblo que no defiende su lengua, es un pueblo que no se la merece. Si creen firmemente en que sí la merecemos, si creen que los catalanes sí merecemos la lengua catalana, díganme, por favor, ¿por qué acatan las sentencias dictatoriales que la aniquilan?

EL MÓN