Un perfecto ciudadano del mundo

Coincidí con él cursando los estudios superiores. Alejandro pululaba en toda agitación estudiantil. Lo recuerdo especialmente en la movida que se montó en Iruña con motivo del proceso de Burgos. En aquellas fechas, dudar de su aberchalismo hubiera sido para él imperdonable… En tiempos de la Transición ya había recalado en los círculos de la ORT. Años después, entregó sus simpatías al PSOE. Más adelante, coincidiendo con su ascenso a jefe de negociado de la entidad bancaria en la que trabajaba, «se desengañó» de la política y de sus mezquindades. Se alejó de cualquier aparato político y se declaró ciudadano del mundo. Fue entonces cuando se hizo llamar Alex.

La última vez que coincidí con él ya no llevaba bajo el brazo -su viejo hábito inveterado desde que se disfrazó de progre- «El País», sino el Mundo. ¡Ah, los años en que «egin» constituía su vitamina y parte de guerra cotidianos!

En cierta ocasión, trató de venderme la «metafísica amarga y antivasca» de los Arteta, Sabater, Ezquerra… Fue cuando opté por pasar de ese muchacho. No significaba que diera por perdido el tiempo gastado con él en rancias elucubraciones. Esto me ayudó a aguzar los sentidos para conocer mejor las entretelas de algunos que andan por ahí disfrazados de ciudadanos del mundo.

El concepto de «ciudadano del mundo», tal como lo plantearon los viejos filòsofos estóicos, comportaba unos contenidos notablemente «humanizantes». El moderno humanismo los ha precisado en un posicionamiento frontal contra la discriminación, el fanatismo, la explotación, la violencia… Asume como base la declaración de los derechos humanos. Reconoce la diversidad personal y cultural de los seres humanos, proponiendo salidas que garanticen, en cualquier caso, la libertad de elección de todo ciudadano, etc.

Resulta muy cómodo sentirse ciudadano del mundo; es el caso de Alex, cuando se trata del primer mundo y de tu complicidad con él. Es el mundo de la cultura, del derroche y del estilo de vida y del pensamiento político de la burguesía gringa y Europea y de todos sus acólitos. En el mundo cruel y real del hambre, de la guerra o del subdesarrollo, el tal ciudadano ni entra ni piensa.

Lo que realmente me resulta deplorable son las explicaciones que acostumbran a dar sobre las causas del subdesarrollo. ¡Tener que oírles, por ej., que si los españoles no hubieran pisado América aún estarían en el paleolítico! ¿O que la miseria de Africa se debe a causas tribales!

Es puro descaro y cinismo que este tipo de ciudadanos pasen por solidarios, progres, cultos, y se las den de apolíticos, y antinacionalistas. En realidad tal actitud no pasa de ser una forma de huir de cualquier compromiso, o de tener que armar complicadas respuestas. En cierta ocasión no le permití salir del atolladero. Con aires de santón del altruismo, me soltó que le resultaba ruin que yo le hablara de soberanía, en el preciso momento en que en Europa se camina hacia la desaparición de fronteras. Ni siquiera tuve que aclararle cuál era nuestra idea de soberanía, tan sólo le recordé su mala baba cuando unos minutos antes vociferaba contra la UE por no ayudar a España en el control de las fronteras de semejantes «hordas» de emigrantes». ¡Pero que c…! -le espeté- ¿No acabas de condenar las fronteras?»

Sería patético, si los resultados no fueran tan dramáticos, pura arlequinada, que esos ciudadanos del mundo (de cuando en vez se les cae el disfraz y aparece la capa castiza, la de la España cañí) nos tilden a los soberanistas baskos de fascistas y violentos. Sentencian -muy en línea con la zafiedad y mezquindad de un sector de la «intelectualidad» carpetovetónica- que nuestra historia y nuestra cultura no pasan de ser un puñado de vomitivas soflamas de Sabino el visionario.

Conscientes de que tienen toda la geografía de Euskalerría sembrada de cuarteles y cuartelillos -la madre de todas las violencias- y trufada de una judicatura manejada a su antojo, esos falsos ciudadanos del mundo nos niegan el pan, la sal y la palabra. Saben que sin «su estado de derecho» (para los baskos, nada democrático, pura violencia institucionalizada), todo su discurso se quedaría en una mera pataleta y que no les quedaría más alternativa que tragarse sus diatribas y su sangre envenenada.

No ignoran que la violencia de ETA (además de ser una nimiedad comparada con la ejercida desde la enorme maquinaria del estado) es rechazada por la inmensa mayoría de los ciudadanos baskos. Entre otros motivos, porque sirve de base para la ruindad de su discurso y para el manteniendo de tanta tropelía y difamación contra nuestro pueblo.

Curiosos estos ciudadanos del mundo, como el colega Alex. Grandes sufridores con las selecciones españolas, que beben cava extremeño cuando gana el Madrid y pierde el Barça; que odian todo lo que huele a basko y te meten su bandera hasta en la sopa. De ciudadanos del mundo, «na de na». Ciudadanos españoles, nacionalistas fanáticos hasta las cachas, rancios y castizos. Eso es todo.

Y a pesar de esto, ¿alguien les niega su perfecto derecho a sentirse ciudadanos españoles, perdón, «ciudadanos del mundo»?

Fascismo es la violencia y parafernalia que, apoyadas en la beligerancia de sus poderosos medios de difusión y en sus instituciones, han construido contra el ciudadano basko. ¿Han pensado alguna vez en el cumplimiento minucioso de los derechos humanos?

Pero, claro, el día que se solucionase el contencioso basko -sin transversalismos ni otras paparruchas ¡Buenos socios tenemos para transversalismos!-, ¿de qué iban a hablar, a vivir, todos esos pelanas, sin más oficio ni beneficio que hociquear por los vertederos de la maledicencia?