Un nuevo orden mundial
Pere Pugès
EL MÓN
Es evidente que avanzamos hacia un nuevo orden mundial y que la actual pandemia lo puede acelerar. Pero, ahora, no es esta la cuestión ni, tampoco, cómo y cuándo comenzó este gran cambio, sino, saber cómo será este nuevo orden, cuándo y cómo nos afectará y, sobre todo, cuál debe ser nuestro papel.
Cuando las cosas que habíamos dado por seguras se tambalean, la mayoría no vamos más allá de preguntar qué nos pasará, convencidos de que no podemos hacer otra cosa que adaptarnos a ellas de la mejor manera para sobrevivir, partiendo de que, desde nuestra insignificancia individual no podemos hacer nada para cambiar las cosas importantes y creyendo que la democracia, tal como la habíamos entendido hasta ahora, era un instrumento casi perfecto para decidir sobre nuestro presente y futuro, al menos el inmediato. Desde la perspectiva histórica dominante, podía parecer que, a pesar de los problemas a nivel global y las graves y crecientes desigualdades entre países y sociales dentro de cada uno, la humanidad siempre progresa. Desde nuestra privilegiada posición, podemos creer que seguirá siendo así, a pesar de situaciones concretas que queremos ver como temporales. Nos cuesta creer que no tenga que ser así, nos da miedo creer que no sea así, nos negamos a plantearnos que quizás no será así.
Deberíamos ser capaces de dejar de lado las angustias actuales y mirar, fríamente, los principales retos que tenemos planteados en esta primera mitad del siglo XXI, y cómo los estamos afrontando. Es un ejercicio necesario para valorar si necesitamos seguir por el camino del desarrollo que hemos seguido hasta ahora o tenemos que poner las bases de un nuevo paradigma que nos permita asegurar el progreso de la humanidad a partir de ahora, buscando la armonía, el equilibrio, con nuestro planeta. Si nos conformamos con superar esta crisis generada por el Covid-19 y creer que volviendo las cosas en su lugar será suficiente, tal vez perdemos una gran oportunidad para sobrevivir como especie, quizás una de las últimas…
Históricamente, en momentos determinados, la especie humana ha tenido que enfrentar grandes retos. Los que ahora tenemos delante, a escala global, son nuevos, sin embargo, también disponemos de nuevos conocimientos e instrumentos para superarlos. Pero, ¿de qué retos hablamos?.
- La globalización sin controles democráticos
- La explosión demográfica
- La sostenibilidad ambiental
- Las desigualdades sociales
- El control del conocimiento y la tecnología
- Las nuevas formas de dominación
(Para más detalles, véase https://www.futurcat.cat/wp-content/uploads/2018/02/Fascicle-1.pdf )
Quizás se podría añadir algún otro, pero estos seis, todos juntos, nos sitúan en un callejón sin salida del que sólo saldremos adelante si, como hemos dicho, definimos y aplicamos un nuevo sistema de valores que genere nuevas formas de organización política, social, económica, cultural… No es nada esperanzador ver cómo estamos encarando los primeros cuatro de estos grandes retos, muy ligados unos con otros. Al contrario, sólo con entrar en una primera concreción de cada uno y las vinculaciones directas entre todos ellos, nos daremos cuenta de la magnitud del problema.
Los actuales sistemas políticos y las diferentes ideologías que los sustentan, han sido incapaces de darles respuestas. Podríamos decir que ni han llegado a hacer un diagnóstico mínimamente sólida y creíble. Estamos ante un cambio de era que lo cambiará casi todo y las ideologías que han sido útiles durante casi dos siglos están condenadas a desaparecer a corto plazo.
Donde algo se mueve de verdad es en el terreno del control del conocimiento y la tecnología, con nuevas formas de dominación que van mucho más allá de las exclusivamente militares. Cada vez es más claro que todos los gobiernos, aunque hayan sido elegidos democráticamente, responden al dictado de núcleos de poder basados en los intereses económicos/financieros de élites cada vez más impenetrables. Hecho que no sólo no es ajeno a las tres grandes potencias, sino que son las primeras en aplicar políticas que llevan hacia un nuevo orden mundial basado en la restricción de las libertades individuales y el control estricto de toda la población.
El Covid-19 ha permitido a China, así como a otros países asiáticos con una base sociocultural similar, acelerar las formas de control que la tecnología actual ofrece y, encima, explicar sus bondades al conjunto de una población acrítica. La batalla por la supremacía en el control y la expansión del 5G, entre China y Estados Unidos, puede estar en el origen de esta crisis y sólo el tiempo nos ayudará a confirmar, o no, las teorías conspirativas que empiezan a circular por las redes sociales.
Estamos empezando a ver las soluciones que nos propone la minoría que ostenta el poder y parece evidente el futuro que nos espera si no hacemos nada. El mundo ha evolucionado gracias a la cultura, a la ciencia, a la extensión del conocimiento, de los derechos humanos… pero también a partir de reacciones inesperadas (también llamadas revoluciones) ante problemas que afectaban a una mayoría social, con posibilidades de cambiarlo. Pero hay otras posibles soluciones. Debemos ser capaces de construir un nuevo paradigma, un nuevo proyecto colectivo por el que valga la pena luchar y dejarse la piel. Un proyecto del que en el documento que antes he enlazado, ya se apuntan los cinco pilares fundamentales:
1.1La especie humana y el planeta Tierra
- Pensamiento global, acción local
- De competir a cooperar
- La profundización democrática
- De los estados-nación en las ciudades-estado
Son titulares que se explican por sí solos y que indican un camino diferente del que están trazando desde el poder. Nuestro planeta es la casa común, que debemos proteger y preservar para nosotros y las generaciones futuras. Nos debemos dotar de sistemas globales y democráticos para decidir cómo queremos el presente/futuro y debemos actuar como responsables de la parte de planeta que habitamos. Tenemos que cambiar el sistema competitivo que nos han inculcado (haciéndonos luchar los unos contra los otros) por el de la colaboración, trabajando conjunta y solidariamente, profundizando en los valores democráticos y practicarlos a diario, dotarnos de estructuras participativas y decisorias cercanas y transparentes, para ser capaces de ir más lejos, trabajando menos y ganando tiempo para ser más cultos, más felices. Y, eso, sólo será posible construyendo nuevos estados, más cercanos, más sostenibles, al servicio de sus ciudadanos y solidarios con el resto de pueblos del planeta.
Puede parecer utópico, un ideal irrealizable, pero nada es posible si antes no se imagina, y después se lucha por conseguirlo. Debemos pues ponernos en marcha, si no queremos que nuestro destino lo sigan escribiendo los que siempre nos han visto como sus peones, sus siervos, sus súbditos, sus vasallos.
Profecías científicas sobre lo que vendrá después del coronavirus
Jordi Barbeta
EL NACIONAL.CAT
“Para detener el coronavirus, tendremos que cambiar radicalmente casi todo lo que hacemos: cómo trabajamos, cómo hacemos ejercicio, cómo nos relacionamos, cómo compramos, cómo administramos nuestra salud, cómo educamos a nuestros hijos y cómo cuidamos de los miembros de la familia… Todos queremos que las cosas vuelvan rápidamente a la normalidad, pero quizás todavía no nos hemos dado cuenta de que las cosas no volverán a la normalidad después de unas semanas o meses. Algunas no volverán nunca más”. Así se explica Gideon Lichfield, editor de la Technology Review, el órgano del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Lichfield argumentaba sus afirmaciones con un informe del Imperial College de Londres, según el cual la opción menos mala para frenar la pandemia y evitar millones de muertes son las medidas de confinamiento y distanciamiento social que deberían mantenerse hasta que no aparezca una vacuna eficaz, que es lo mismo que decir que los confinamientos, alternando períodos más o menos drásticos, ¡deberán mantenerse al menos durante los próximos 18 meses!
Científicos de diversas especialidades, médicos, biólogos, matemáticos, economistas, sociólogos y filósofos nos ilustran con lo que vendrá. Lo que viene a continuación es una antología de los profetas más reconocidos.
Dice Slavoj Žižek, el filósofo esloveno predilecto de las nuevas generaciones de universitarios de izquierdas, que “esta crisis no es pasajera, y aunque se ha manifestado a través de una pandemia, es una situación que ha venido para quedarse. Incluso si esta ola retrocede, reaparecerá en nuevas formas, tal vez incluso más peligrosas. El coronavirus nos obligará a reinventar el comunismo basado en la confianza en las personas y en la ciencia. Ha sido necesaria una catástrofe a nivel mundial para repensar las características básicas de la sociedad en la que vivimos, y ante la crisis, la respuesta no debe ser el pánico, sino un trabajo duro y urgente para establecer algún tipo de coordinación global eficiente».
Un optimismo el de Žižek rápidamente refutado por Byung-Chul Han, filósofo surcoreano afincado en Berlín, teórico de La sociedad del cansancio (Ed. Herder) quien prevé: «El virus no vencerá el capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. China podrá vender ahora su estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo. Y después de la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza. Y los turistas seguirán pisando el planeta. El virus no puede reemplazar la razón. Es posible incluso que nos llegue a Occidente el estado policial digital al estilo chino. Si llegara a suceder esto, el estado de excepción pasaría a ser la situación normal. Entonces el virus habría conseguido lo que ni siquiera el terrorismo islámico consiguió del todo”.
Es la de Han una visión pesimista que Giorgio Agamben, filósofo italiano de referencia, asegura que responde a una estrategia premeditada de los poderes, hasta el punto de hablar de «la invención de una epidemia» en un artículo que concluye así: “Parecería que, habiendo agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los límites… Así, en un círculo vicioso perverso, la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerla».
El temor a la pérdida de libertades también lo constata Yuval Noah Harari, historiador israelí de la Universidad Hebrea de Jerusalén y autor del best seller Sapiens: Una breve historia de la humanidad. Sostiene Harari: “En los últimos años, los políticos irresponsables han socavado deliberadamente la confianza en la ciencia, en las autoridades públicas y en los medios de comunicación. Ahora, estos mismos políticos irresponsables podrían verse tentados a tomar el camino del autoritarismo, argumentando que simplemente no se puede confiar en que el público haga lo correcto… Si no tomamos la decisión correcta, podríamos encontrarnos renunciando a nuestras libertades más preciadas, pensando que esta es la única manera de salvaguardar nuestra salud”.
La idea que genera más consenso es, pues, que nada será como antes, pero mientras unos prevén una regresión en el respeto a los derechos fundamentales y las libertades, otros, como Miguel Ángel Moratinos, vislumbran un gran cambio que ha de reconciliar la especie humana: “Cuando se supere la crisis, no volveremos al mundo que conocíamos en el pasado, sino que iniciaremos un nuevo sistema de vida. El mundo será diferente. Quizás, si lo sabemos aprovechar, el coronavirus podrá ser el revulsivo que todos estábamos esperando para hacer ese paso necesario en la reforma de la gobernanza mundial… Si la Primera Guerra Mundial nos brindó la oportunidad de crear la Sociedad de Naciones, y la Segunda, las Naciones Unidas, ahora nos tocaría redefinir de nuevo el orden internacional”.
Casi todo el mundo confía en que tarde o temprano la pandemia será neutralizada porque los científicos encontrarán la vacuna. Sin embargo, nadie se atreve a hacer pronósticos claros de cómo se remontará el cataclismo económico. “Es correcto preocuparse por cómo el Covid-19 destruirá la economía. Las proyecciones ya sugieren que la economía estadounidense podría contraerse en más del 15 por ciento en el segundo trimestre y que la tasa de desempleo podría superar el 20 por ciento”, señala el profesor Ezekiel J. Emanuel, de la Universidad de Pensilvania. “Es probable que haya una pérdida masiva de puestos de trabajo —añade el premio Nobel Joseph Stiglitz— quizás del 25% como cuando la Gran Depresión, o quizás más, ya veremos, pero la gente no podrá pagar el alquiler, ni los servicios públicos, ni devolver los créditos para la compra de un automóvil, ni tampoco se devolverán los préstamos de los estudiantes y aún tendrán menos dinero para gastar en nada y habrá recortes masivos en los servicios públicos esenciales”.
La cuestión es si es posible una solución global. «Los costes humanos de la pandemia ya son inmensurables y es necesario que todos los países trabajen en colaboración para proteger a la gente y limitar el daño económico. Este es el momento de actuar con solidaridad», concluye Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Respetando todas estas opiniones, me quedo con una de las citas preferidas de Karl Popper: “No sabemos: sólo podemos conjeturar”. Pero, por alguna razón, mientras iba escribiendo este artículo no me quitaba de la cabeza la canción de Jim Morrison (The Doors) que suena con las primeras imágenes de Apocalypse Now. This is the end: «Este es el final, buen amigo / Este es el final, amigo mío / El final de los planes que habíamos elaborado / El final de todo lo que queda / El final / Sin seguridad ni sorpresa / El fin».
https://www.elnacional.cat/es/opinion/jordi-barbeta-coronavirus-profecias-cientificas_485364_102.html