Un mensaje, dos iglesias antagónicas

Fueron Rockefeller y Reagan (en connivencia con la jerarquía vaticana) los primeros en romper hostilidades contra la teología de la liberación. A partir de ahí las condenas y señalamientos por parte del Vaticano no han cesado: Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez, Ernesto Cardenal, Roger Haigt…y en estos días Jon Sobrino.

En el Concilio de Nicea, año 325, la ingerencia de los intereses políticos de Constantino fueron definitivos. A partir de aquí, la iglesia dejó de ser una entidad incardinada en los padecimientos y en el agobiado cuerpo de su grey.

Con tal impulso político, surgió una élite de legisladores, pastores de almas y señores de las conciencias. Fue la renuncia al espíritu, al mensaje y a las esencias fundacionales. Esta casta sacra (teólogos, exegetas, apologetas y todo ese mundo de artífices de entelequias) elaboró, sin solución de continuidad, códigos, tratados, dogmas y catecismos. A la parroquia, perdida en un universo aberrante de conceptos y propuestas (demasiados tabúes) le bastaba con cerrar los ojos, creer a pies juntillas y abstenerse de preguntas. Tratar de comprender los designios y los misterios de Dios era pura soberbia.

Esta trayectoria, se sustentó en un descomunal patrimonio económico, en su magisterio dogmático y moral (su imperio sobre las conciencias) y en su presencia política en cortes y estados. Es la Iglesia que hoy conocemos, justamente en las antípodas de lo que parece desprenderse (y en este caso lo de menos es su autenticidad; son lo que son) de los relatos evangélicos.

Lo cierto es que la historia de la jerarquía eclesial es una historia negra. Atroces guerras y colonizaciones genocidas, crímenes e inquisiciones, conciencias honestas torturadas y acalladas. Siempre amancebada con el poder terrenal, sin hacer ascos caso de tratarse de dictaduras. Hoy, cuando fustiga a personajes comprometidos con la liberación y dignificación de los desheredados, como Pedro Casaldáliga o Jon Sobrino, resulta escandalosa su complicidad y «caritativa comprensión»con eclesiásticos abyectos.

Por ejemplo (hay infinidad), el Nuncio de Su Santidad, Aldo Cavalli, no muestra ningún empacho en concelebrar con Raúl Hasbún. Muchos se acordarán de él. Hasbún era íntimo colaborador del grupo fascista Patria y libertad, orquestador de la más fanática campaña contra Allende y que asesinó, entre muchos otros, a Orlando Letelier. Este clérigo fue acusado de participar en las torturas de la Villa Grimaldi. Fue protector de Paul Schäfer, acusado de crímenes, torturas y abusos sexuales con niños. Responsable moral de la muerte del obrero José Tomás Henríquez, etc. etc.

Este siniestro visionario, que tanta pleitesía rinde al Opus Dei desde sus púlpitos, canal de televisión de la universidad católica, Megavisión, desgrana perlas o blasfemias del siguiente calibre: «El sufrimiento de Pinochet es igual al de Cristo». «Chile debe respetar y agradecer la existencia de la DINA y otros organismos de terror creados por Pinochet». «Los socialistas (chilenos) son parásitos que profitan chupando la sangre ajena». «La depresión es un impedimento espiritual para alcanzar la gracia divina y la vida eterna; los depresivos son hijos de Lucifer».

El rosario de burradas sería inacabable. ¿Por qué semejante monstruo, que nunca se compadeció ante los desaparecidos o degollados, no está entre rejas o en un psiquiátrico? Pregúntese a la jerarquía eclesial. Pero claro, ¿quien lo iba a condenar, Cañizares, Aldo Cavalli, el OPUS, Ratzinger, con su Santo oficio…? Imposible, porque personajes como éste nunca ponen en tela de juicio la política vaticana, sus tejemanejes terrenales, su corrupción y su traición al mensaje que dicen venerar.

Los señores purpurados tienen bastante con enredarse en sus fastuosos rituales y en sus debates sobre el sexo de los ángeles. Han erigido un cristo aristocrático y deshumanizado, levantado para pomposos rituales y espectaculares ceremonias. Más apto para dominar y atenazar las conciencias de los pobres, que para liberarlos del sufrimiento y de la opresión en la que viven.

Dicen que el eurocentrismo impide a Ratzinger percibir los graves problemas de América latina o de África. Desde el mundo próspero de su Roma imperial, a él también le puede ocurrir lo que denuncia E. Mayor Zaragoza, que «Los países mas poderosos y prósperos han abdicado de los principios democráticos: la justicia, la libertad, la igualdad, la solidaridad».

El padre Jon Sobrino y muchos otros como él se encarnan en el mundo de los pobres y desheredados. Como Pedro Casaldáliga, piensan que el sentido del cristianismo está en el mundo de los pobres: «El cristiano será pobre o solidario con los pobres, o no será». Buen consejo para el boato vaticano.

Ignacio Ellacuría puntualizaba: «en los pobres existe una luz que no existe en ningún otro lado».

Dicen -los luchadores de la liberación- que el verdadero rostro de Cristo está en el fondo de las favelas, en los rostros sucios y quemados de lo niños de la calle y de las escombreras, en los pechos vacíos de las madres que ven agonizar a sus bebés famélicos, en los campesinos que ven envenenadas y robadas sus tierras por las multinacionales… Es el Cristo hecho hombre que muere en todas las hambres y resucita en todas las miserias, torturas y asesinatos del capital.

Ellos, como Frei Betto, entienden que «nuestra humanidad no es negación de la divinidad». No es el Cristo divino, sino el humano reflejado en el rostro de los pobres, el que sufre. Ese es el que preocupa a Jon Sobrino, el Cristo divino -sea lo que sea, ya nos lo dirá Ratzinger- ya sabe cuidarse sólo.

Me cupo el honor de asistir a alguna de las charlas de Jon Sobrino. Los agnósticos podrán poner en tela de juicio su teología y tal vez sus creencias, pero nunca su honestidad ni el compromiso hasta exponer su vida a favor de los desheredados. Es un digno miembro de una iglesia creíble, en contraposición de la oficial, prostituida y perniciosa.

Dejemos el Cristo divino para las elucubraciones teológicas. El cristo de Jon Sobrino grita justicia desde la miseria, desde el analfabetismo, desde la esclavitud; tiene el rostro absolutamente humano. Es un Cristo que llora de hambre, que nos fustiga a los burgueses por nuestra insolidaridad o nuestros despilfarros, que increpa a los explotadores sin entraña ni conciencia.

Hoy los jerarcas de la curia han perdido afortunadamente la facultad de poder llevar a la pira a muchos Giordano Bruno. Es un alivio. Pero ahí está su inmenso poder para desacreditar a hombres humildes, sabios, honestos, desprendidos.

La elección de Benedicto XVI mantiene, pertinaz, una Iglesia involucionista, opusdeista y obsoleta. Una estructura integrista alineada con los gestores de del neocapitalismo, causantes de guerras y colonialismos y todo tipo de explotación de los pueblos.

El citado Frei Betto, antes de la elección de Ratzinger, anhelaba «un papa que anteponga el evangelio al derecho canónico, la alegría al dolor, el diálogo interreligioso a la apologética, el pan a la cruz, el amor a la ley, la espiritualidad a los preceptos». Tendrá que esperar el buen dominico…