Publicado en Muga Nº 69 año IX – Junio de 1989
EL Gobierno francés ha querido subrayar con un brillo muy particular el bicentenario de la Revolución Francesa. Para ello no han ahorrado medios y han invertido sumas enormes para ayudar y sostener las diversas manifestaciones, conmemoraciones, conferencias, exposiciones, etc., previstas.
Sin embargo, no se puede decir que este poderoso esfuerzo y esta «matraca» institucional permanente hayan sido hasta el presente coronados por el éxito. Los ecos populares en el seno de la opinión pública son poco numerosos y nada entusiastas lo que conduce al Gobierno francés a revisar a la baja algunos de sus proyectos grandilocuentes.
Un colmo para nuestros adeptos a la Revolución de 1789: hace unos meses, con ocasión de una emisión televisiva, una mayoría de los franceses ¡se pronunciaba en favor de la absolución de Luis XVI!
Ciertamente, desde hace algunos años se percibía en los medios literarios y universitarios cómo los robespierristas y otros partidarios de la tradición jacobina iban perdiendo velocidad. Los estudios y las teorías de Albert Mathiez (1874-1932) y de Albert Soboul no se tomaban ya como moneda contante. Después de Francois Furet, una pléyade de jóvenes historiadores de calidad han renovado el análisis histórico de este acontecimiento capital y han dado, con mucho talento, una interpretación de la Revolución francesa mucho más cultural y política que social y económica.
El libro de Jean Clément Martin sobre la Vendée[1] constituye un excelente ejemplo de estos nuevos estudios históricos, refractarios a todo catecismo ideológico y que se colocan resueltamente fuera de todo camino trillado. Como consecuencia, el acento se ponía frecuentemente sobre los excesos de la Revolución, sobre los episodios menos gloriosos como el régimen del Terror (junio de 1793-julio 1794), régimen dictatorial y sanguinario si hubo alguno.
Los ideólogos gubernamentales se vieron consecuentemente obligados a replegarse sobre la obra legislativa y en particular sobre la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (26 de agosto de 1789) que, sin embargo, no fue la primera del género ya que era muy posterior a la Declaración de los Derechos Inglés (1689) y americana (1776).
Incluso en este campo restringido, surgen facetas inquietantes de figuras que la República siempre «una e indivisible», quiere honrar y promover. Así el abate Gregoire -de quien Francois Mitterrand ha anunciado el pasado 18 de abril que sus cenizas serán trasladadas al Panteón- es ciertamente el defensor de los judíos y de los esclavos de las colonias. Pero ¿no es también el autor en el año II de un informe «sobre la necesidad los medios de y aniquilar los patois y de universalizar el uso de la lengua francesa»? Entre los «patois» que hay que aniquilar está, por supuesto y en buen lugar, el euskera, idioma que es «un obstáculo a la propagación de las luces». Contemporáneamente, su colega de la Convención, Barrere, escribía: «…el fanatismo habla vasco».
En la historia rica y movida de la Revolución Francesa en Iparralde, nos limitaremos a hablar de un sólo episodio pero que sin duda fue el más horrible y atroz: la deportación y el internamiento de los labortanos en 1794,
I. Las primeras denuncias
Vinieron de las autoridades «patrióticas» emplazadas en la comuna de Chauvin-Dragon (nombre revolucionario de San Juan de Luz): Consejo general de la comuna, Comité de vigilancia, Comisarios de la Sociedad Revolucionaria. El 25 de noviembre de 1793, la asamblea así formada votó una moción atacando duramente a los habitantes de Sare: «Considerando que la comuna de Sare ha manifestado constantemente el odio más marcado contra la Revolución, que esta comunidad está habitada por aristócratas… (sic). Ordena que los representantes del pueblo ante el ejército de los Pirineos Occidentales, serán invitados a hacer evacuar en el menor tiempo posible a toda la comuna de Sare enviando a los labradores a los departamentos del Lot y del Lot-et-Garonne, a los marinos y a los carpinteros de los barcos y astilleros de la República y a los artesanos a las comunas de Auch y Condom, dejando a los ancianos y a los enfermos de ambos sexos así como a los niños fuera de la edad de trabajar, en casas nacionales de algunos departamentos alejados; hacer vender los granos de la comuna de Sare a la de Chauvib-Dragon, el heno y la paja a los funcionarios de las armas de la República, las bestias en las ferias y en los mercados vecinos…»
La moción terminaba evocando la necesidad de establecer un «no man’s land» en toda la extensión de la frontera de Laburdi: Louhossoa, Itxassou, Espelette, Ainhoa, Saint Pee, Sare, Ascain, Urrugne y Hendaya[2].
Son precisamente estas proposiciones de la Asamblea de San Juan de Luz las que aplicadas unos meses más tarde con el mayor rigor y una crueldad sin límites.
Las numerosas relaciones que Sare había establecido desde tiempo inmemorial con las comunas vecinas de Navarra o de Guipúzcoa no podían menos de ser sospechosas a los ojos de los revolucionarios franceses puesto que desde el 9 de marzo de 1793, Francia estaba en guerra con España.
Sin embargo, estas relaciones de buena vecindad ¿no eran de lo más natural ya que unían poblaciones rurales que hablaban la misma lengua y practicaban la misma religión?
Otros temas de descontento para los «patriotas» franceses de la época: los sacerdotes de Sare habían rehusado en su totalidad a prestar el juramento previsto por la Constitución Civil del Clero; además, los habitantes de esta comuna no habían opuesto prácticamente ninguna resistencia al avance de los ejércitos es- pañoles el 30 de abril de 1793.
Ya el representante del pueblo (diputado que la Convención enviaba junto con los ejércitos o el correo a los departamentos) Pinet había suprimido, el 27 de enero de 1794 el cantón del que Sare era capital. La Palombiere (nombre «revolucionario» de Sare) fue incorporado al cantón de Saint Pee. Pero la deserción en la noche del 19 al 20 de febrero de 1794 de 47 soldados voluntarios vascos de la comuna de Itxassou, enrolados por los emisarios del marqués de Saint Simon, al servicio de Carlos IV, rey de España, fue la gota de agua que hizo desbordar el vaso.
Cinco días más tarde, los tres representantes del pueblo de Monestier (del Puy de Do me), Pinet y Cavaignac dirigían una carta al Comité de Salvación Pública en la que las poblaciones vascas eran denunciadas con una violencia inaudita: «Usted está informado desde hace mucho tiempo de que una gran parte del país que se llamaba antes País Vasco y principalmente la parte próxima a las fronteras españolas, está habitada por hombres a quienes la superstición, el fanatismo y el amor al oro han vendido al español… Este país está tan gangrenado que no se puede esperar de él ningún progreso para el espíritu público mientras dure la generación presente; sólo el terror, sólo castigos terribles pueden contener a estos hombres monárquicos en el corazón y españoles por fanatismo y por interés. Sus corazones están cerrados al amor de la patria y a los principios republicanos… Este país vasco que debería ser purificado como la Vendée, por el hierro y el fuego….[3]
«Y lo ineluctable llegó, atroz, implacable»[4].
Il La orden Pinet-Cavaignac del 3 de marzo de 1794 (13 del Ventoso año ll)
Esta orden había sido precedida por otras del 22 de febrero de 1794 dada por los mismos Pinet y Cavaignac que decidía la persecución de los padres de los soldados desertores y la confiscación de sus bienes.
El preámbulo de la orden del 3 de marzo de 1794 indicaba que era necesario «… tomar sobre la marcha una medida tan rigurosa que haga correr la sangre de los traidores en el mismo instante… hacer caer sobre las cabezas culpables el rayo nacional… llevar el espanto, el terror y el miedo a los hombres que detestan a su patria.. encadenarlos como bestias feroces».
El artículo 1 estipulaba:
«Los habitantes de las comunas infames de Sare, de Itxassou y de Ascain serán sacados de sus domicilios y conducidos a departamentos interiores a una distancia de al menos 20 leguas de las fronteras. Lo mismo se hará con todos aquellos cuyos domicilios útiles no estén situados a más de una legua de la frontera en el intervalo que separa las comunas de Ascain y de Ainhoa».
Los habitantes de estas comunas eran calificadas de «monstruos indignos de ser franceses».
El artículo 2 añadía:
«Los habitantes de las comunas de Espelette, de Ainhoa y de Souraide sobre los que recaiga la más ligera sospecha de odio por la Revolución o de amor por los españoles serán so- metidos, con sus familias, a la misma pena…»
Finalmente, esta orden confiscaba todos los bienes muebles e inmuebles de los deportados y nombraba una comisión extraordinaria[5] para juzgar los delitos contrarrevolucionarios.
La ejecución de esta orden fue inmediata: las autoridades «revolucionarias» del distrito de Ustaritz, con fuerte escolta, se rindieron a Sare y encerraron prácticamente a todos los habitantes – 2.400- en la iglesia; se les condujo en carretas a Saint-PEE, San Juan de Luz y a Ciboure.
Hubo también arrestos en Ascain, Biriatou, Itxassou, Cambo, Espelette, Ainhoa, Sourai- de, Larressore, Macaye, Mendionde y Lou- hossoa.
En total se llenaron más de 150 carretas tiradas por bueyes. A todos estos desgraciados se les encerró en las iglesias sin culto de la región de Bayona.
Pero esta era sólo una primera etapa. No se tardó en repartirlos por las iglesias del sur del departamento de las Landas: Dax, Saubion, Thil, Saint Geours-de-Maremne, Saint-Lon, Saint-Andre de Seignanx, Soustons, Saint-Vicent-de-Tyrosse donde se contarán 300 mujeres en la iglesia.
El número de las víctimas de este internamiento -muertos de frío, de hambre o de enfermedad- no es fácil conocer con un incendio en los archivos departamentales de los Bajos Pirineos en Pau el 21 de noviembre de 1908 destruyó prácticamente toda la serie L (la serie revolucionaria). Quedaría, sin embargo, por investigar en los departamentos limítrofes y próximos. Pero este trabajo no se ha realizado hasta ahora y se hace difícil por el número muy elevado de comunas que habría que visitar.
Generalmente se estima, sin embargo, que más de 3.000 personas fueron así arrancados de sus hogares y deportadas y que de ellos murieron aproximadamente de 1600 a 1700.
La Orden del 24 de mayo de 1794 (5 del Prerial año II) organizó el internamiento de los vascos[6].
Pinet y Cavaignac escribían en el preámbulo a propósito de los deportados:
«Es en gran parte a la ignorancia en la que les han tenido los sacerdotes a la que hay que atribuir sus delitos», revelando así el papel jugado en este episodio trágico el carácter anticatólicos de los «revolucionarios».
El artículo 1 de esta Orden estipulaba que el distrito de Ustaritz haría levantar sobre la marcha la tabla general de los detenidos. Luego, la distribución se haría a razón de 20% en el departamento de Lot, 16,66% en el departamento de Lot-et-Garonne, el 20% en el departamento de Gers, 16,66% en el de las Landas, el 13,33% en los Bajos Pirineos y otro 13,33% en los Altos Pirineos.
En los Bajos y Altos Pirineos, los detenidos serán instalados a 10 leguas (40 kilómetros) por lo menos de la frontera para evitar su emigración. Cada municipalidad estaba obligada a proveerles de alojamiento y subsistencia; todos «tanto hombres como mujeres y niños» serán ocupados en trabajos públicos y particulares. El artículo 10 prohibía a los deportados dejar la comuna que les había sido asignada bajo ningún pretexto, bajo pena de seis años de cadenas para los hombres, seis años de prisión para las mujeres y para todos, como castigo previo, una exposición de una hora durante tres días sobre el patíbulo a la vista del pueblo».
El 9 de Thermidor año II (27 de julio de 1794) marcará con la caída de Robespierre, el fin del régimen del Terror.
Pronto los labortanos pudieron regresar a sus casas.
III La vuelta de los deportados
Desde el 28 de setiembre de 1794, los nuevos representantes del pueblo, Baudot y Garrau, dieron una Orden autorizando a regresar a sus hogares a los habitantes del distrito de Ustaritz -a excepción de los sacerdotes y los nobles- que habían sido deportados[7].
Dos días más tarde, los mismos representan- tes ordenaron que a los deportados se les devolviesen los bienes muebles, inmuebles y efectos existentes. Las autoridades administrativas estaban obligadas a rendir cuenta de su gestión en lo concerniente a los bienes de los de-portados.
Dos días más tarde, los mismos representan- tes ordenaron que a los deportados se les devolviesen los bienes muebles, inmuebles y efectos existentes. Las autoridades administrativas estaban obligadas a rendir cuenta de su gestión en lo concerniente a los bienes de los deportados. En realidad, los labortanos no hallaron en sus casas más que ruina y desolación: sus casas habían sido saqueadas y semi incendiadas; sus bienes habían sido robados y dilapidados.
Las medidas tomadas por los representantes del pueblo en favor de sus bienes no podían dejar de ser letra muerta puesto que los desgraciados no tenían ya nada. Los labortanos tuvieron, sin embargo, el valor de elevar con dignidad solemnes protestas ante las autoridades.
Así el alcalde de Sare, Martin Dithurbide, y 33 de sus administrados dirigieron al representante Monestier (de la Lozere) una conmovedora carta[8] en la que describían las torturas y los sufrimientos padecidos durante los 200 días de su deportación y denunciando «al principal agente de la tiranía en nuestras comarcas», Daguerressar, agente nacional del distrito de Ustaritz y originario de Mouguerre.
Esta petición se junta a la denuncia en Paris de Pinet y de Cavaignac por la Société Populaire de Bayonne (215 firmas). A los dos representantes del pueblo se les hacía especialmente responsables de la muerte por miseria y desesperación de 1.600 vascos deportados en marzo de 1794[9].
El 16 de febrero de 1795, el representante Monestier (de la Lozere) confirmó las órdenes precedentes: a todos los habitantes del distrito de Ustaritz les debían ser reintegrados sus bienes; todos los funcionarios encargados del secuestro y de la venta debían dar cuentas de sus operaciones y los dilapidadores debían ser denunciados ante los tribunales.
A consecuencia de esta orden, el distrito de Ustaritz decidió, el 4 de marzo de 1795, justa- mente un año después de la orden de deportación, nombrar una Comisión de investigación.
El 18 de marzo de 1795, el representante Izoard daba una orden de pacificación: los habitantes del distrito de Ustaritz que habían hu do a España para evitar los horrores de la deportación disponían de tiempo hasta el 20 de mayo de 1795 para volver a casa.
Por lo demás, un decreto del 10 de abril de 1795 ordenaba el desarme de los «terroristas» y una orden de los representantes del pueblo del 3 de junio de 1795 ordenaba la suspensión provisional de toda función pública, el arresto y el encarcelamiento en la ciudadela de Bayona, de los miembros de la municipalidad, del Consejo General de San Juan de Luz, así como de los comisarios de la Sociedad Popular que por su deliberación del 25 de noviembre de 1793, habían provocado la deportación de los habitantes de Sare y de las otras comunas,
La Comisión de investigación funcionó en Sare hasta el fin del mes de julio de 1795; de los resultados de los interrogatorios de los sospechosos de pillajes y de robos en Sare durante las deportaciones de sus habitantes, se pue- de calcular -porque muchas veces los sospechosos se acusaban mutuamente para disculparse parcialmente- la extensión de los robos y de los pillajes perpetrados en las casas. Se puede calcular así lo que tienen de odioso las Memorias de Pinet, puesto que éste no dudó en escribir: «Al tomar esta medida, tomamos también al mismo tiempo las precauciones necesarias para conservar intactas las propiedades de estos hombres perversos»[10].
Después de la caída del régimen del Terror, el país pudo por fin respirar y el Directorio del distrito de Ustaritz votó el 8 de abril de 1795 una moción a la Convención Thermidoriana, en la que aparece claramente su satisfacción haberse terminado la por ya pesadilla del régimen precedente:
«¡Sí, legisladores! ¡Que se alejen estos seres insaciables de oro y de sangre; que se alejen cargados de nuestros despojos y de sus crímenes!, pero que se alejen para siempre… Legisladores, no lo dudéis, nuestro distrito ha visto también horrores: algún día sabréis grandes qué tratos han padecido los vascos y los bayoneses que los componen… nosotros nos limitaremos solamente a deciros que el 9 de Thermidor, a nuestro infortunio no le faltaba más que el golpe de la muerte…»[11]
El 25 de octubre de 1795, víspera de la disolución de la Convención, fue votada una amnistía general salvo para los emigrados y los sacerdotes refractarios: así fueron salvados y liberados de toda inquietud los responsables y autores de la deportación de los vascos.
Al de que las víctimas de esta deportación eran reducidas a la miseria y sus justas reivindicaciones no obtenían ningún eco. Sin embargo, los habitantes de Sare y de Ascain, y la propia comuna de Sare no se desanimaron y multiplicaron las peticiones ante las autoridades gubernamentales parisienses.
Trabajo inútil. Los daños cometidos en la comuna de Sare fueron cifrados en 782.000 francos. Sólo en 1817 el Gobierno de la Restauración acordó en dos veces y en conjunto par toda la comuna de Sare, la suma de 1.409,29 francos. ¡Bien flaca compensación!
El recuerdo de esta terrible represión, de esta tremenda injusticia se perpetuó en la memoria colectiva de los habitantes de Sare.
Pero la memoria colectiva, si no es estimulada y reforzada por la enseñanza de las escuelas, se embota y confunde rápidamente los da- tos y las situaciones como lo demuestra la historia de Madeleine Larralde[12].
Ahora bien, la historia de la deportación de los labortanos en 1794 ha sido cuidadosamente ocultada -y sigue ocultándose aún- por la enseñanza oficial de la República Francesa.
¿Cuántos habitantes de las comunas declaradas «infames» de Laburdi conocen hoy el espantoso martirio sufrido hará pronto dos siglos por sus antepasados? Bien pocos, sin duda… [13]
No debe parecer paradójico que con ocasión del bicentenario de la Revolución Francesa de 1789, recordemos este episodio dramático.
[1] Jean-Clément Martin: «La Vendée et la France» – L’Univers Historique Editions du Seuil – París 1987, 404 p.
[2] Abbé P. Haristoy: «Le martyre d’un peuple ou internement des Basques sous la Terreur, suivi de chants ante-ré- volutionnaires» Pau, Imprimerie Vignancour, 1894, p.1 á 3. En realidad, en este opúsculo, el abbé Haristoy no hace más que un capítulo «Sare pendant la Révolution» del 6º Registro manuscrito del Capitán Duvoisin: «Cocuments historiques, statistiques, topographiques sur le Pays Basque» pp 166-174.
[3] Albert Darricau: «Scénes de la Terreur á Bayonne et aux environs 1793-1794» Bayonne-Imprimerie A. Lamaignére, 1903 pp. 60-62.
[4] Dominique Dufau: «Saint-Pee D”Ibarren (Baugard) et Sa- re (La Palombiére) sous la Révolution Francaise» Eusko Jakintza, 1949, Vol. III, P. 391.
[5] Esta Comisión, en poco más de dos meses (3 marzo-29 abril de 1794) pronunció 61 condenas de muerte, ejecuta- das inmediatamente. Ver V. Dubarat: «Jugements rendus par la Commission Extraordinaire de Bayonne»: Etudes Historiques et Religieuses du diocése de Bayonne: 1900 IX (pp. 97-105; 145-156; 271-274; 304-313; 338-351; 399-413; 485-496; 533-544), 1901 X (pp. 37-39; 86-92; 134-144).
[6] René Cuzacq: «L*Arrété du 5 Prairial an II et l’internat des Basques»: Gure Herria 1933, n.* $, pp. 456-465. Comentando los considerandos de esta orden, René Cuzacq escribe: «Aux yeux de l’historien impartial, l’accusation de trahison nationale et de trahison en masse ne tient pas debout».
[7] Sobre el fin de la deportación y la vuelta de los desgracia-. dos labortanos. ver H. D. d’Argain (seudónimo de Henry Dop): «Le retour des victimes de l’Internat des Basques (1794-1795): Gure Herria: 1980: n.* 3 (pp. 208-212); n.* 4 (pp. 339-354); 6 (pp. 519-528); 1981: n.* 1 (pp. 70-81); n.” 3 (272-279); n.* 4 (pp. 366-371); 1982: n.* 1 (pp. 33-50).
[8] Ver el texto de esta petición en teniente Vedel: «La Commune de Sere en 1847 – Description physique Notice historique»: Bulletin de la Société de Sciences, Lettres et Arts de Bayonne, 1935, n.º 15 pp. 42-74,
[9] Votador por instigación de Léon Basterreche, burgués de Bayona, esta tiene por título: «Exposé succint de la conduite de Bayonne depuis lecommencement de la Révolution, et de quelques faits relatifs au gouvernement de Pinet et de Cavaignac, Repfesentants délégués pendant plus d’un an prés de L’Armée des Pyrénées Occidentales» Voir Claude Jouffre: Bayonne sous la Terreur». Memoria de maestría bajo la dirección del profesor Albert Soboul Université de Paris I- 1982, pp. 239-245.
[10] Henri Labroue: «Le Conventionnel Pinet d’aprés ses Mé- moires inédits.» Paris, Félix Alcan éditeur, 1907, p. 61.
[11] Extrado del Registro de las Ordenes del Directorio del dis- trito de Ustaritz: Séance publique du 19 Germinal an III: 8 avril 1795. A Bayonne, de l’Imprimerie de Fauvet Jeune (Archives Départamentales de Pau: district d’Ustaritz-7L1: Piéces diverses, an Il, an 1D).
[12] Medeleine Larralde, de Sare, guillotineda en 1794 por «Inteligencia con el enemigo» tenía en realidad en el momento de su ejecución, 35 años y no 15 ó 16 como lo transmitía invariablemente la tradición popular. Ver: J. B. Daranatz: «Deux victimes de la Réolution a Sare»: Bulletin de la Société de Sciences, Lettres et Arts de Bayonne, 1936, n.” 20, pp. 299-310.
[13] Así, el actual alcalde de Sare aunque nacido en esta comuna y habiendo vivido en ella siempre, confesaba recientemente no haber tenido conocimiento de estos hechos hasta la edad de… 40 años.
14 de julio. La Revolución francesa y los vascos: La deportación de labortanos
Hace unos días como motivo de 4 de julio, fiesta de la Independencia de los USA, recordábamos en nuestras redes sociales el artículo del profesor Robert P. Clark, en el que se recordaba el papel de los vascos en aquel conflicto que dio como resultado el nacimiento de los Estados Unidos de América del Norte.
10 días después se celebra el aniversario de la «Toma de la Bastilla», elegida en Francia como fecha adecuada para conmemorar el nacimiento de la República francesa. No deja de ser curioso que sea elegido este día y no, por ejemplo el 26 de agosto, día en que se aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. O, mejor aun, el 6 de octubre de 1879, cuando gracias a una revuelta de las mujeres parisinas se produce la «Toma de Versalles» y se acaba, de facto, con la monarquía.
Pero aquí no vamos a hablar de estos acontecimientos históricos, ni del machismo que empapó la Revolución francesa y que fue causa de mártires de la libertad como Olympe de Gouges (vídeo de la BBC, en inglés).
Vamos a tratar de un tema muy concreto: de cómo la evolución hacia el jacobinismo de la Revolución francesa golpeó con fuerza a los vascos continentales. y lo vamos a hacer a través de un espectacular artículo del historiador vasco (labortano) Jean Claude Larronde en el que se analiza la represión republicana que sufrió el territorio vasco de Lapurdi.
Ya hemos comentado en más ocasiones el terrible impacto que tuvo en esta parte de nuestro país la imposición de una república unitaria, uniformizadora y que buscaba convertir toda Francia en un «gran París», porque ellos creían que París era en realidad, el auténtico corazón de la auténtica Francia que había que crear. La verdad es que no puede menos que recordarnos a los planteamientos de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
Los jacobinos franceses consiguieron instauran esa república represora de todo aquello que no encajase con la «Francia parisina». Pero, aun así, tras más de 200 años de imponer su visión a través de la educación y de las estructuras del Estado, no han conseguido acabar con las lenguas, culturas, y naciones que compusieron una vez el Reino de Francia y que ahora se mantienen vivas, muy a su pesar.
Desde el mismo momento de la abolición de las libertades forales en la parte norte de nuestra nación ya hubo entre los vascos movimientos para su recuperación. Con la novedad de que ya se planteaban desde el principio de que los territorios vascos a una y otra parte de los Pirineos formaban parte de una misma realidad.
En el Reino de España, los imitadores de aquellos jacobinos lo intentaron. Impusieron, «a traición», una constitución unitaria y unitarista que convertía las posesiones de un rey en una «nación» por arte de birlibirloque. Una decisión que fue la semilla de un conflicto entre el País Vasco peninsular y ese Estado de voluntad unitaria en el que a los vascos peninsulares se le han arrebatado sus leyes, sus parlamentos, su formas de organización municipal y comunitaria… imponiendo normas ajenas y extrañas ( y mucho menos democráticas). Eso tuvo como consecuencia una reacción social, dentro del país y en la diaspora, que primero se organizó como un movimiento foralista, para acabar convirtiéndose en un movimiento nacionalista vasco.
Pero volviendo al 14 de julio, y a las duras consecuencias que trajo la Revolución francesa a la sociedad vasca (primero en la parte continental y luego en la peninsular), compartimos el artículo de Jean Claude Larronde, que sirve para entender la amplitud e intensidad de esas duras consecuencias.
Por cierto, cosas de la vida, el 14 de julio es también la conmemoración de la primera ocasión en que ondeó la Ikurriña, la enseña de los vascos, convertida en el símbolo de los vascos de todos los territorios de nuestro país.