La guerra de Ucrania acabará en una mesa de negociaciones, con un armisticio, un acuerdo, o una paz impuesta por el vencedor. Pero el problema es que no habrá vencedor. Todos perderán y todos perderemos. Las ayudas militares y económicas occidentales pretenden que el final pueda producirse en los mejores términos para Ucrania y con garantías internacionales para su seguridad.
Llevamos un año de conflicto y no se conocen los datos sobre el número de muertos. Las estimaciones hablan de decenas de miles de soldados y civiles muertos en los dos bandos.
Putin cuenta con que la unidad de Occidente respecto a Ucrania se resquebrajará por las presiones de las opiniones públicas de las democracias y los ucranianos piensan que Putin no podrá resistir mucho tiempo sin ofrecer una victoria a un pueblo que no entiende cómo se puede ir a una guerra unilateralmente para satisfacer la obsesión del Kremlin para rehacer el antiguo imperio zarista y después soviético.
Nadie contaba con la resistencia ucraniana ni con el liderazgo del presidente Zelenski que ha empezado a atacar la corrupción interior destituyendo y deteniendo a personajes que se hicieron multimillonarios con prácticas corruptas. Las tropas rusas tenían que tomar Kyiv en una semana y al cumplirse un año de la invasión no provocada han tenido que retroceder en puntos neurálgicos del frente.
Es una guerra para reconquistar y someter a un territorio que fue ruso durante siglos pero por encima de todo es un conflicto cultural. Dice Orlando Figes en su Historia de Rusia que “esta no es solo una guerra en torno a Ucrania, sino también en torno a que el creciente poder de Eurasia ponga fin al orden global y económico dominado por Estados Unidos”.
Y también es una guerra cultural, innecesaria, nacida de los mitos y las lecturas románticas que Putin ha hecho de la historia de su país. Más de veinte años en el poder le han llevado a actuar con el totalitarismo de Iván el Terrible, Pedro el Grande y el mismo Stalin. Ayer visitó la ciudad de Volgogrado, antes Stalingrado, para rememorar la terrible batalla que significó el principio de la derrota de Hitler en Rusia. Está circulando la idea de que el nombre de Stalingrado sea restituido en la ciudad que resistió los ataques nazis.
En aquella guerra Rusia se defendía de un ataque de Alemania con quien, paradójicamente, Stalin había pactado con Hitler un acuerdo de no agresión en 1939 y que fue destruido cuando las tropas alemanas invadieron Rusia en 1941. Pero aquí el atacante es Rusia y Ucrania es la resistente.
Si esta guerra no termina pronto destruirá lo mejor de Rusia. Orlando Figes sostiene que se resentirán aquellas partes de su cultura que durante mil años han contribuido al enriquecimiento de Europa. “La Rusia que salga de la guerra será más pobre, más impredecible, y estará más aislada en el mundo. Todo ello demuestra lo peligrosos que pueden ser los mitos cuando los emplean los dictadores para reinventar el pasado de su país”.
Putin podrá arrebatar tierras a Ucrania con el pretexto de que forman parte de su civilización por el hecho de hablar ruso. Pero Rusia habrá perdido la complicidad cultural y política de los ucranianos que no aceptarán someterse al Kremlin después de las desgracias causadas con bombardeos sobre población civil arrasando ciudades y destruyendo infraestructuras básicas.
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