Primera.
Es una obviedad que las llamadas al confinamiento doméstico y el establecimiento del estado de alarma, comportan una grave limitación de las libertades individuales. En este caso, y principalmente, de la libertad de movimientos. Pero también quedan afectados otros derechos, como el del trabajo o la educación. Se trata de una restricción limitada en el tiempo y puesta al servicio de un bien colectivo superior que también es un derecho: el de la salud y, en definitiva, el derecho a la vida.
Nada que decir, pues, al establecimiento de esta jerarquización transitoria de derechos porque sin salud -y no digamos sin vida- los demás derechos quedarían aún más alterados. Ahora bien, tengo dos consideraciones que hacer. Por un lado, estas restricciones a la libertad se pueden hacer por dos vías diferentes, una ilegítima y la otra legítima. La vía ilegítima es la que apela a una lógica discursiva de la disciplina, la obediencia y la amenaza. Es lo que simboliza la presencia de la Policía Nacional, la Guardia Civil y el Ejército en las ruedas de prensa del gobierno español. La vía legítima es la que, principalmente, apela a la asunción de una responsabilidad cívica y solidaria de las limitaciones en las libertades. Quizás la muestra más feliz de esta lógica es la del Certificado ‘autorresponsable’ de desplazamiento que ha distribuido el Departamento de Interior (de la Generalitat). Es decir, es uno mismo el que certifica su compromiso con las normas que le limitan la libertad de movimientos. Dos lógicas retóricas y dos culturas políticas: una autoritaria, otra democrática.
Por otra parte, es muy relevante insistir en el carácter transitorio de las restricciones. El riesgo es que no haya un retorno a la situación anterior. Pienso en el terreno de las libertades políticas, ya bastante erosionado. Pero también en el retorno a una cultura radicalmente democrática, últimamente bastante amenazada por las ínfulas de los partidos y los discursos de extrema derecha. La tentación de encontrar seguridad y confort en el autoritarismo, en tiempos tan inciertos, es enorme. La libertad no debería ser una de las víctimas del Covid-19.
Segunda.
Con la misma facilidad que la lucha contra el Covid-19 ha sido calificada de «guerra», hay quien se ha mesado los cabellos debido a que se utilizara un lenguaje bélico. ¡Esto de poner tanta atención en los «relatos» ha hecho mucho daño! Como en todo, se parte de una buena intuición, como la que tuvo George Lakoff en ‘Do not Think of an Elephant’ (2004), pero entonces los fanáticos se pasan de frenada. De hecho, fue el mismo Lakoff -con Mark Johnson- quien ya había publicado un libro excelente, ‘Metaphor we live by’ (1980), en el que explica que todo el lenguaje, las acciones y el conocimiento, son metafóricos. Y hablar de «guerra» contra el coronavirus es tan razonable como cuando se dice que hay que «declarar la guerra» a la violencia machista o a la pederastia. Y la metáfora se puede estirar un poco más en relación, como decía antes, al establecimiento de ciertas restricciones a las libertades fundamentales en tiempos de guerra. Los excesos belicistas son, por supuesto, un abuso si tienen consecuencias autoritarias. Pero si no dejamos que las metáforas viajen líbremente por lo que sugieren, si impedimos que las analogías en que se basan fluyan creando nuevos significados, no podremos abrir la boca ni mover un dedo. No hay libertad de pensamiento sin atentar contra la corrección política.
Tercera.
Es muy conocido el término «infoxicación» para referirse a la intoxicación informativa que ha provocado el incremento y aceleración de intercambios comunicativos en la Red. Una situación que hace difícil discernir el grano de la paja, lo que es verdad de lo que son las falsedades, también llamadas ‘fake-news’. Sin embargo, la situación que ha provocado el Covid-19 exigiría definir un nuevo término para referirse tanto al exceso de información como a sus consecuencias, incluso cuando ésta tiene todas las garantías de veracidad. ¿Infoglotonería? ¿Sobreinformación? ¿Infoavidez? Estar permanentemente expuesto a informaciones sobre la epidemia, aunque sean veraces, también tiene sus riesgos. Y, aún es más peligroso verse obligado a tragar horas y horas de información porque conduce a hacer relevantes verdaderas nimiedades que rayan el ridículo o el esperpento. Sí: entrevistas prescindibles, especulaciones gratuitas, sobreinterpretaciones temerarias, reportajes anodinos y redundancias que dan más vueltas que una noria.
La buena información, tanto la de los responsables políticos, como la de los expertos científicos o la de los periodistas, no sólo debe ser veraz, sino también sobria. Una rueda de prensa de 50 minutos es un crimen. Una exhibición de conocimientos eruditos es esoterismo. Una sobreexposición informativa puede terminar en infoadicción o, al contrario, en infobloqueo. Y no sé qué es peor.
Publicado el 30 de marzo de 2020
Núm. 1868
EL TEMPS