Tres independentismos

Hay un independentismo por convicción, otro por exclusión y un tercero que llamamos independentismo táctico. Los tres utilizan la misma palabra pero son diferentes en sus planteamientos, en lo que asumen y también podrían serlo en sus decisiones finales en caso de celebración de una consulta.

El independentismo por convicción es una corriente política que junta a ciudadanos cuyo principio ideológico es creer que convertirse en Estado aportaría a Cataluña las mejores ventajas y es una exigencia para el logro de su plenitud (política, económica, cultural, etc. ). Convertirse en Estado sería la única manera de concebir políticamente a Cataluña, y el resto serían minusvalías, traiciones o regresiones. La vigencia de este movimiento adquiere una cierta importancia en Cataluña a principios de la década de los noventa y, progresivamente, se ha ido haciendo extensivo socialmente más allá de las fuerzas políticas que se definen como independentistas.

El independentismo por exclusión y el independentismo táctico son mucho más recientes ya que emergen en la última década como consecuencia de la deriva del modelo autonómico español y de la intransigencia de los gobiernos españoles y de otras instituciones del Estado para atender las nuevas reclamaciones de los catalanes. El independentismo por exclusión es más pragmático y menos ideológico. De la misma manera que Cánovas del Castillo afirmaba que «es español el que no puede ser otra cosa», el independentista por exclusión lo es porque ya no le parece creíble, ya no considera viable o cree que ya no le han dejado otra opción. Considera superado el autonomismo por la realidad y al federalismo lo considera superado por la ficción. Por tanto, el independentismo no era «su» opción preferente pero ahora cree que es la única opción para seguir adelante como país.

El independentismo táctico es la variante soberanista de la estrategia nacionalista del ‘pájaro en mano’. Sus defensores utilizan el gran crucifijo del independentismo con la esperanza de atemorizar al gobierno español, ablandarlo y conseguir de esta manera un margen óptimo de negociación en temas como el pacto fiscal, la lengua o el modelo educativo. Es posible que los medios de comunicación españoles empleen la famosa metáfora del órdago de los jugadores de cartas, asociándola con este recurso táctico y semitramposo, que se corresponde con la creencia extendida en «Madrid» de que los catalanes nunca van en serio y que no hay que ceder.

Estos tres modelos de independentismo no son estáticos, sino dinámicos. Muchos ciudadanos se mueven o se están moviendo de uno a otro. Es posible que muchos independentistas por exclusión se conviertan en por convicción o que muchos independentistas tácticos acaben volviendo a la vía de la moderación autonomicofederal. También es posible que la diseminación mayoritaria del ‘sí’ dependa más de lo que parece de la oferta del ‘no’. Y si esta oferta se reduce a decir «no», seguirá creciendo el ‘sí’. En cualquier caso, confundirlos o no estar suficientemente atentos a sus diferencias y dinámicas puede ser un error descomunal. Rajoy -como tanta gente del establishment de aquí y de allí- creyó erróneamente que Mas practicaba el independentismo táctico. Y Mas -y otra gente- podría tener la tentación de creer que todos los independentistas por exclusión o tácticos, en caso de realización de la consulta, votarían «sí-sí», algo nada evidente a estas alturas.

«Con tres heridas viene: la de la vida, la del amor, la de la muerte», cantaba el poeta. El independentismo catalán llega también con sus particulares registros. Quien los confunda o no los discrimine bien, puede cometer errores colosales.

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