La gravedad de la nueva operación desencadenada por la Guardia Civil contra el independentismo es grande. Lo es por sí misma, por la agresión que significa contra ciudadanos comprometidos, detenidos por su ideología. De nuevo. Pero hay tres detalles muy llamativos que creo que merecen una reflexión especial.
- A la Guardia Civil no le para los pies ni el hecho de haber sido desacreditados y calificados de mentirosos por los tribunales españoles, en referencia a operaciones similares anteriores.
Este nuevo montaje llega días después de que la sentencia de la Audiencia Nacional española sobre el caso Trapero desacreditara de la forma más severa la labor de la Guardia Civil. El tribunal calificó de mentiroso al teniente coronel Daniel Baena, que parece que es quien mueve la operación de hoy también. Dice, textualmente la sentencia que estos tres datos [los que su investigación aportó] no se corresponden a la realidad’. Esto debería implicar automáticamente apartar a esta persona de cualquier responsabilidad pública. Pero no sólo no ha pasado esto sino que inmediatamente se le ha permitido desencadenar un nuevo montaje y volver a alimentar el relato represivo -quizás incluso con un componente de rabia por la bofetada recibida.
Si hay alguna investigación en marcha sobre estas personas y hay que contrastar los datos de la misma todos los detenidos de hoy podían haber sido llamados a declarar por el juez y estoy seguro de que habrían acudido al juzgado. Detenerlos con operativos anti-terroristas (armas largas, capuchas para disfrazar la identidad de los agentes, calle cortadas…) sólo responde a la voluntad de aterrorizar a movimiento y la práctica de criminalizar a través de las imágenes.
- La responsabilidad política de la represión es del gobierno español. Y sólo si el independentismo entiende esto y actúa en consecuencia podrá enderezar la situación y avanzar.
No hay un Pedro Sánchez bueno, con el que hay que negociar en una mesa y una Guardia Civil mala que intenta sabotear la negociación. El Estado, en su conjunto y con todas sus ramas, está al otro lado. Y el independentismo, en su conjunto y con todas sus ramas está en ésta. Por más que los partidos parece que no lo quieran entender.
Hace tres años el Estado respondió con la violencia a las demandas de negociación, en el referéndum y en la proclamación de la independencia. Y desde entonces la violencia es la norma. Y lo será siempre. De hecho el pasado mes de diciembre Òmnium reportó ya la existencia de más de 2.500 represaliados en la causa general. Sólo la independencia frenará la represión y en este sentido estas detenciones podrían ser importantes para que se entienda así.
Porque demuestran que no hay nadie en este país que esté libre de la represión y cuanto más tiempo pase más gente será detenida.
- El papel de los medios es imprescindible para asegurar que los objetivos de aterrorizar y criminalizar se cumplan.
De nuevo, la primera indicación de que la operación se había desencadenado ha partido de las páginas de ‘El Confidencial’ y ya son demasiadas las veces que esto ha pasado como para no destacarlo. A través de los medios la represión, siempre mezclando hábilmente ideología y corrupción, marca de manera pública a las personas detenidas, establece en el imaginario colectivo el relato que le conviene y condiciona cómo lo lee la sociedad. No es una cuestión de fuentes periodísticas sino de utilidad. Son una pieza imprescindible en el objetivo de aterrorizar a la población y criminalizar el movimiento independentista. Y un ejemplo nefasto, profesionalmente hablando.
El balón, en cualquier caso, está en el tejado del independentismo, que tres años después del inicio de la represión debería dar ya un giro urgente en su comportamiento antes de que sea demasiado tarde. Cuanto más se arrodille el independentismo más golpes recibirá.
Porque en octubre de 2017 España asumió, por primera vez en la historia, que lo que está pasando en Cataluña ya es un enfrentamiento de carácter nacional, que enfrenta una nación contra otra nación, no el debate interno sobre poder regional que siempre había sido. Y por eso actúan en coherencia. Como una nación que no quiere perder como nación, no como un partido que puede ganar o perder sin poner en peligro la nación, ni como una fracción con intereses particulares, ni como un conjunto disperso que no tiene orientación ni guía.
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