Totalitarismo New Age

Vivimos tiempos de paradojas. Por un lado, nunca se había percibido tanto esfuerzo para imponer un lenguaje y unas prácticas tan inclusivas, o encontramos tanta palabrería sobre democracia, bienestar, e incluso de promoción de la felicidad… mientras que, al mismo tiempo, vivimos un evidente proceso de involución social, con homofobia y machismo normalizado, fascistas ocupando la esfera pública, desigualdades crecientes, represión indiscriminada y dictaduras sin capacidad de disimular, que, como las autocracias del Golfo, tapan bocas y compran voluntades con carretadas de dinero y favores.

La escuela tiene siempre esta extraña condición de canario de la mina donde se suelen detectar con antelación las tendencias sociales. Y representa un buen ejemplo de lo que acabamos de exponer. Nunca se había hablado tanto de innovación, de creatividad, incluso cambiando el sentido de la institución, que ahora ya no tiene que «enseñar», sino que tiene que empujar hacia la felicidad a sus «clientes». Por el contrario, esta retórica de gurú con sandalias, música ‘new-age’ y mensajes de estética Hare Krishna de «paz y amor» esconden hechos más desagradables, como un inquietante incremento de desigualdades (Cataluña tiene diploma olímpico en el campeonato europeo de la segregación escolar), la devaluación de las titulaciones académicas (donde incluso aprueban alumnos absentistas con todas las materias pendientes), un preocupante déficit de conocimientos del alumnado que llega a la universidad (sólo uno de cada dos aspirantes a estudiar magisterio superan una prueba de nivel de 4º de ESO) y una sobreexplotación laboral de unos docentes cada vez más sobrecargados de tareas absurdas y desmoralizados. En realidad, empezamos a dibujar un sistema educativo segregado en el que, en nombre de la innovación, ofrecemos competencias básicas para unas clases populares para entrenarlas en el desconocimiento y la resignación, mientras mantenemos escuelas de prestigio, para los hijos de las élites, con conocimientos sólidos para que puedan comprender el mundo para así mandar mejor.

Nunca habíamos hablado tanto de democracia, mientras que en nuestra generación nunca habíamos experimentado una degradación tan acelerada de la misma. Efectivamente, el totalitarismo que se cuela a través de las instituciones, de los relatos, de lo cotidiano, no es un sistema que requiera elevadas dosis de represión, sino que se introduce a partir de mecanismos sutiles de seducción.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, uno de los pensadores más interesantes de este siglo, constata que los mecanismos de dominio de las mayorías sociales no se hacen merced a la disciplina del panóptico de Bentham, sino lo que él llama «panóptico digital». En otros términos, las dictaduras convencionales del siglo XX se fundamentaban en el control de los cuerpos y la explotación del trabajo físico desde una lógica del capitalismo industrial. Los nuevos totalitarismos se fundamentarían en el control de las almas (gracias al ‘big data’ y al exhibicionismo en las redes de la mayoría, que permiten prever comportamientos individuales) y la conversión de los trabajadores en «empresarios de sí mismos», con base en la autoexplotación, a partir de la idea de un pensamiento positivo según el que sólo de acuerdo con la autodisciplina -y la autoconvicción sobre las bondades de un sistema disfuncional- se puede evitar (el inevitable) fracaso. Esta es la lógica del capitalismo neoliberal que otros autores como Christian Laval y Pierre Dardot han analizado para comprender el malestar creciente.

En otras palabras, estamos entrando en una dinámica según la cual, como ya ocurría antes de la Segunda Guerra Mundial, tenemos un sistema que amplía las desigualdades, con la entusiasta participación de sus perdedores. La conversión de los trabajadores en consumidores, el discurso según el cual la emoción se impone al conocimiento, la primacía de la fe ante la razón, el acatamiento de la injusticia social desde la más absoluta y feliz inconsciencia, nos está empujando hacia este tipo de nuevo totalitarismo, en el que las grandes fortunas (por cierto, la mayor parte ligadas al tráfico de datos, que podríamos comparar al tráfico de almas) están imponiendo su dominio con un emoticón sonriente.

EL PUNT-AVUI