Siempre me acuerdo de Quevedo cuando leo declaraciones de Miguel Sanz. Porque hay algo todavía peor que tratar con un ultraderechista: hacerlo con un tonto. El malvado a veces reposa, da tregua… el necio no descansa jamás. Que un Presidente de Navarra trate el vascuence o «lo vasco» como lo hizo Sanz el otro día, supone mearse encima de lo que Navarra ha sido a lo largo de su historia. Que un tío listo como Juan Cruz Alli califique ese discurso de «excelente» indica otras mezquindades humanas de las que hoy no trataré.
El necio de tres capas (Quevedo otra vez) preguntó en su discurso si en algún momento de la historia «Navarra y el País Vasco han tenido algún tipo de institución común». ¡Siempre! -podríamos contestarle- si por País Vasco entendemos lo que entendían Baroja, Gayarre, Sarasate, Iturralde, Lacarra y toda la intelectualidad navarra pretérita. Sanz tampoco conoce el País Vasco ultrapuertos, donde hay una provincia que era Navarra antes que lo fuera Corella. Conociendo al sandio, tenemos que interpretar que cuando dice País Vasco se refiere a lo que así denominan a partir de 1978. Vamos pues a preguntarnos si entre las tres provincias vascongadas y Navarra ha habido o no instituciones comunes.
La primera que salta a la vista es el propio Reino de Navarra, que dio fueros a ciudades vascongadas y abarcó aquellas tierras hasta que Castilla nos las arrebató. Después, cada territorio tuvo sus propias instituciones, lo que nunca estorbó el saberse hijos de un pueblo común. Las tres provincias tampoco han tenido hasta el presente gobiernos comunes y cuando se intentó reunirlas se negaron rotundamente. La separación institucional de las cuatro provincias, en lo que respecta al gobierno de las mismas, es precisamente una de las señas de identidad de este País.
Eso no empece que las cuatro hayan tenido centenares de instituciones comunes. Empezando por la primera institución de este país, a decir de Manuel Irujo: la lengua. Y el Derecho. Esa «extraordinaria semejanza que se da en las instituciones públicas y privadas de todos los territorios, sólo explicable a una unidad básica de civilización de todo el ámbito vasco». Por algo el Gobierno español centralizó en 1812 los cuatro territorios en la Audiencia de Pamplona. Y la propia Diputación lo exigía en 1866, cuando pedía una Audiencia conjunta porque «su carácter y su fisonomía, sus costumbres y sus creencias, sus sentimientos y sus intereses son idénticos». Por eso surgieron en 1836 y en 1873 el Tribunal Supremo Vasco-Navarro de Justicia. Del mismo modo, los militares españoles unieron varias veces el territorio en una Capitanía General, mientras, enfrente, los carlistas organizaban el Ejército Vasco-Navarro.
Si las cuatro provincias no han tenido más instituciones comunes es porque a la Diputación navarra no le secundaron en su empeño del Laurak Bat de 1866. Ahí quedó, entre otros, su proyecto de Universidad. Consiguió eso sí, el Manicomio Vasco-Navarro, todavía vigente en Iruñea, símbolo, tal vez, de nuestra demencial división.
¿Y las instituciones bancarias? ¿No fue de la Diputación Navarra el primer proyecto de Banco para las cuatro provincias en 1867? ¿No se creó en 1901 La Vasconia «al servicio de la economía regional»? ¿No participa todavía la CAN en la Federación Vasco-Navarra de Cajas de Ahorros creada en 1924? ¿Y la prensa? Desde el periódico fuerista «La Paz» en 1874, a la revista «Vida Vasca» durante el franquismo, ¿cuántas empresas periodísticas de todos los colores se han puesto al servicio de las cuatro provincias? ¿Y cuántos partidos y sindicatos en los últimos dos siglos han abarcado las cuatro provincias? Prácticamente todos, incluidos los actuales.
Para instituciones comunes las de nuestra diáspora: desde la Cofradía de Cádiz de 1626, que todavía ostenta los escudos de las cuatro provincias, a centenares de Euskal Etxeak, Asociaciones de Beneficencia, colegios, sociedades de socorros, cajas de ahorros, escuelas bascongadas, periódicos y frontones, que nacieron bajo el escudo de las cuatro o las siete provincias.
Son incontables las instituciones culturales. Ahí queda la Sociedad de Estudios Vascos, creada por las cuatro diputaciones en 1918. Y la Academia de la Lengua posterior. La lista de instituciones empresariales, profesionales o religiosas sería interminable: Colegio médico-farmacéutico (1891); Vasco-Navarra de Seguros (1910); Asociación de Directores de Bandas (1929); Colegio de Arquitectos, aún vigente, (1929); Asociación de Médicos (1932); Asociación Defensora de Religiosos Vasco-Navarros (1932); Provincia Escolapia de Vasconia (1933), etc. Todos los deportes modernos han partido con instituciones comunes: Real Automóvil Club (1924), federaciones de Natación, Alpinismo, Tenis, Esquí, Esgrima; Motociclismo… En los años 30 Osasuna jugaba la Copa Vasca y desde 1913 se celebra la Vuelta ciclista al País Vasco. Muchas de estas instituciones sobrevivieron al franquismo y si han cambiado de nombre ha sido precisamente por la persecución de que son objeto desde la Transición. Miguel Sanz puede empeñarse en que no haya instituciones comunes. Pero sólo un tonto puede decir que no las ha habido.
Acabo este artículo molesto conmigo mismo, porque escribir es reflexionar, y yo no he hecho más que echar mano a un montón de obviedades. «Discutir con burros, rebuznar» dice la voz popular. ¿Eso es lo que tendremos que hacer durante otros cuatro años? ¡Señor, qué cruz!
* Jose Mari Esparza Zabalegi (Editor)