Periódicamente solemos tener noticia de las sesudas investigaciones estadísticas con que los sociólogos y estadísticos dependientes del gobierno vasco nos informan de cómo somos. Una de las preguntas reiteradas es esa múltiple que reza: ¿Se siente usted tan vasco como español? ¿Más español que vasco? ¿Más vasco que español? ¿Sólo vasco? ¿Sólo español? Más múltiple se hace la pregunta en Navarra, donde por cierto se efectúa mucho más espaciadamente, seguramente por miedo a las respuestas. ¿Se siente usted sólo navarro? ¿Navarro y vasco? ¿Navarro y español? ¿Españolísimo y navarro foral, pero de vasco ni hablar? Y digo yo, ¿por qué no se nos pregunta a los alaveses, pongo por caso porque es el mío, si además de todas las demás posibilidades, no nos sentimos también navarros? ¡Ah! Eso no entra en el guión y va a parar al cajón de sastre del no sabe o no contesta. ¡Pues de eso nada! Sabemos y contestamos, pero no aparecemos en los papeles, como en tantas otras ocasiones.
Para empezar, sorprende que desde medios declarados científicos, exista semejante obstinación en mezclar categorías distintas. Hoy por hoy, en la práctica, ser vasco no es una categoría política, sino cultural. Por eso es posible que ahora, y aún más en el pasado, vascos de pura cepa se hayan considerado españoles. Algo así como somos culturalmente vascos pero, además, políticamente nos conviene ser españoles. El problema es que se ha manifestado ilusorio ser al mismo tiempo dos cosas distintas. Lo que hasta la imposición del liberalismo había sido posible, pertenecer a la nación vasca y, al mismo tiempo, al reino de España, se ha hecho incompatible a partir de la invención, en las Cortes de Cádiz de 1812, de la nación española. Bien pronto, entre 1841 y 1876, esa contradicción se resolvió a favor del más fuerte, con la identificación entre la idea nacional y la política. Muchos vascos han luchado infructuosamente contra esa imposición.
La convivencia entre la realidad nacional vasca y la estructura estatal española se ha hecho históricamente insostenible, a pesar de los múltiples intentos de los vascos para acomodar la una a la otra, debido a la obcecación española en imponer su modelo nacional aún a costa o, más bien, mediante la aniquilación de las naciones no asimiladas, eufemísticamente llamadas «nacionalidades» por la Constitución de 1978. Y digo yo que donde haya una nacionalidad habrá una nación, pues para los constitucionalistas de 1972, excepción hecha de Herrero de Miñón, nada de eso.
La conclusión inevitable es que si queremos que nuestros descendientes sigan siendo vascos en el futuro, precisamos ser vascos cultural y políticamente. Expresándolo de otra manera, la nación vasca, para subsistir, necesita recuperar su soberanía. Y digo recuperar porque, como sabemos, ya la disfrutó cuando era reino de Navarra.
Esa y no otra es la raíz del conflicto vasco, irresoluble mientras su misma existencia sea negada por el nacionalismo español, lo mismo que es negada la existencia de la nación vasca e incluso la idea de comunidad cultural expresada por el término Euskal Herria, aún en sus versiones más light. Constitución, estado de las autonomías y cierra España, no hay otra.
Pero el conflicto existe y se manifiesta, para empezar, en que mientras podemos aceptar que conciudadanos nuestros se sientan españoles, a los que nos sentimos únicamente vascos se nos obliga a ser españoles. Ciudadanía y nacionalidad son categorías distintas que sólo la falacia liberal ha mezclado. Se dice que a tal futbolista brasileño se le ha otorgado la «nacionalidad» española, cuando, en realidad, lo que se ha hecho es reconocerle los derechos y deberes como ciudadano. Nacionalmente seguirá siendo brasileño, de la misma forma que los descendientes de nuestros pastores vascos siguen perteneciendo a la nación vasca, aunque sean ciudadanos de los EE.UU..
Una Navarra en la que quepan todos los vascos, administradora de su soberanía, una república social, como definió ni más ni menos que Carlos VII, en la que sean ciudadanos todos los trabajadores, vascos, españoles, marroquíes, colombianos o lo que sea, ¿no sería un buen punto de partida para empezar a hablar, si tuviéramos una mesa alrededor de la que sentarnos?
La nación vasca, Euskal Herria, existe aunque esté dividida en dos entidades estatales y en tres administrativas. Por eso el reino de Navarra abarcó a lo que hoy llamamos Euskal Herria y, por eso, en realidad, el conflicto vasco es el conflicto navarro. Que Puras y Chivite pregunten en Ferraz cómo se resuelve eso.