La gran verja de la embajada de los EE.UU. está cerrada a cal y canto. Unos adolescentes armados montan la guardia. Las pancartas, los pasquines, las inscripciones ocultan los amplios muros del recinto. En una caricatura aparece el presidente Jimmy Carter por cuya boca sale el Sha.
«El Gobierno criminal de Washington debe aceptar la extradición del asesino», reza el pie. Otro cartel grita simplemente «!Fuera los Estados Unidos del Oriente Medio!». Por los altavoces suenan himnos revolucionarios y arengas políticas del imán.
Un mercadillo de humildes puestos ambulantes de venta de zumos de fruta, de grandes pósters del imán Jomeini y de Bani Sadr, de casetes con las marchas e himnos revolucionarios, de bocadillos, de libros sobre el «Che Guevara», o la revolución china, ha sido armado en la acera frontera de la embajada.
En uno de estos tenderetes se vende la imagen del Sha, recortada en un cartón con un pequeño cordel alrededor del cuello a guisa de la soga del ahorcado… «No cesaremos nuestro esfuerzo hasta que nos sea entregado el dictador», he leído en otro pasquín con letras de sangre. Más allá de la verja de los jardines destaca la poderosa imagen severa del imán Jomeini.
Desde que se aterriza en el aeropuerto de Teherán, el viajero toma contacto inmediato con el tema por antonomasia del Irán de hoy: la ocupación de la embajada norteamericana y el secuestro de sus diplomáticos y funcionarios. Después de franquear el control de pasaportes de la policía, -aun queda en el país como vestigio del sistema de puertas abiertas del régimen anterior prooccidental, el fácil procedimiento para estas tierras del Oriente Medio, de obtener el visado de entrada en el mismo aeropuerto.
Una vez sufrido el escrupuloso registro de los vistas de aduanas -a cuyo lado un joven y barbudo guardia revolucionario con anorak kaki, pantalones vaqueros, tiene como exclusiva misión vaciar el contenido de las botellas de bebidas alcohólicas requisadas en un cubo de basura- el viajero llega al gran vestíbulo en el que se exhiben fotografías con escritos en farsi y en inglés sobre la ocupación por los estudiantes islámicos de la embajada, de sus instalaciones de computadoras, teléfonos, teletipos o y otros equipos de transmisión, testimonio según los ocupantes, de las actividades de espionaje de contra Irán.
En los textos, América es siempre el «demonio» que oprime las masas pobres del mundo. En unas imágenes se muestran alguno de los secuestrados, tratado con cuidado «tal como exige el islam de los musulmanes».
Hay una fotografía del enviado del Sumo Pontífice que visitó este invierno la embajada con una leyenda que reza así: «¿Cuando las campanas de las iglesias han tañido por los oprimidos? He aquí el representante del Papa apoyando a los esbirros del tirano».
La verja principal del gran recinto de jardines y pabellones de la representación diplomática americana se abre muy de ver de vez en cuando. Por la puerta trasera hay un trasiego de automóviles y camionetas que entran y salen y transportan alimentos para los rehenes y sus guardianes. Un cierto misterio rodea los estudiantes -ahora doscientos, antes cuatrocientos- que se ocupan de los casi sesenta rehenes.
En su mayoría son alumnos del Instituto Politécnico de Teherán. Lo que es seguro es que cuentan con el apoyo del imán Jomeini, fundador del régimen islámico. El problema de los rehenes perturba, si no paraliza, la política del nuevo Irán.
Varios gobernantes, el primer ministro Bazargan, el propio presidente de la república Bani Sadr, cuando ejercía las funciones de ministro de asuntos exteriores- han tenido que dimitir al no poder resolverlo.
En recintes articulos y declaraciones Bani Sadr arremete contra los secuestradores. «¿Qué es más importante para el país -ha escrito- el sabotaje del oleoducto del Juzestán o la discusión sobre que debe hacerse cargo de los rehenes?: Es tiempo que Irán se encare con sus graves problemas interiores»… Los estudiantes islámicos cuentan con simpatías entre la población y sobre todo, están percatados de las fuerzas políticas que les apoyan.
Cuando circularon rumores sobre la inminencia de la liberación de los secuestrados, miles de personas se congregaron delante de la embajada para impedirlo. La existencia de este improvisado bazar atestigua de la popularidad de este centro urbano.
Hasta que el nuevo parlamento no adopte una decisión, la embajada permanecerá intacta. «Su ocupación -me decía un embajador- es un símbolo de la revolución. ¿Quién se atreverá a derrocarlo? Y si al ordenarse la entrega de los rehenes hay muertos en la embajada ¿Quién será el responsable?». La embajada se ha convertido en un lugar de peregrinación, en un tema político embarazoso y en un mito revolucionario en Teherán.