Según Steven Pinker, la competencia lingüística solo puede ser una herencia genética.
Steven Pinker, un profesor de psicología cognitiva nacido en Canadá en la Universidad de Harvard, es un personaje multifacético: un autor prolífico, respetado en el mundo de la investigación en ciencias cognitivas, es igualmente apreciado por el público en general, en Estados Unidos como en Francia. Tres de sus principales obras han sido traducidas al francés, ‘How the Mind Works’ (2000), ‘Understanding Human Nature’ (2005) y ‘The Instinct of Language’ (2008).
Pinker no es un lingüista especializado, pero ha intervenido con decisión en los debates que agitan las ciencias del lenguaje desde finales de los años 80 sobre la relación entre las lenguas, la mente humana y la teoría de la gramática universal desarrollada por Noam Chomsky y sus colaboradores. Si mucho le ocupó la cuestión de la naturaleza humana, también dedicó dos monografías a la psicolingüística e incluso a la estilística de base psicológica. A pesar de su diversidad, la obra de Pinker sigue un rastro de migas de pan: la idea de la universalidad de la mente humana, enraizada en procesos mentales compartidos por toda la humanidad y rasgos comunes a todas las lenguas del mundo, actuales y antiguas, a pesar de sus disparidad fonológica, morfológica y sintáctica.
Poner pensamientos en palabras, un instinto
En ‘El instinto del lenguaje’ (1994), Pinker, convencido por el argumento innato (o nativista) de Chomsky y por la “modularidad de la mente” defendida por el psicólogo y filósofo Jerry Fodor, ve el lenguaje como una habilidad autónoma. La inteligencia lingüística, es decir, la capacidad de poner en palabras los conceptos de cosas, personas, cualidades (mediante sustantivos, adjetivos y adverbios) y de poner en oraciones los conceptos de relaciones (mediante verbos, conjunciones y otras palabras gramaticales), se diferenciaría de la inteligencia general. Esta tesis fue y sigue siendo transmitida por la corriente de los llamados lingüistas “formalistas”, para quienes el lenguaje se utiliza esencialmente para representar el mundo. Es objeto de fuertes críticas por parte de los llamados lingüistas «funcionalistas» que consideran que la función principal del lenguaje es intercambiar, no sólo conocimientos y creencias, sino también afectos y necesidades. Lo que sigue siendo controvertido hoy no es la necesidad “instintiva” de verbalizar la experiencia vivida, sino la tesis de la autonomía de la facultad del lenguaje frente a las demás facultades y en particular la cognición social.
El debate sobre la biología y el origen del lenguaje
El desarrollo de las técnicas de imagen cerebral a partir de finales de la década de 1980 renovó la cuestión de los «centros del lenguaje» en el cerebro, destacada a finales del siglo XIX y abandonada durante la era del conductismo, que pretendía tratar el cerebro como una caja negra. Simultáneamente, la cuestión relacionada con el lugar de la selección natural en el surgimiento del lenguaje volvió a la palestra, y Pinker desempeñó un papel vital en este debate. En un artículo (1) magistral de 1990, de hecho, Pinker y Paul Bloom pusieron a prueba las especulaciones de antropólogos, psicólogos o biólogos sobre el origen del lenguaje en el desconocimiento de los logros de la teoría de la gramática generativa fundada por Chomsky. Por otra parte, rechazan la tesis de estos últimos según la cual la especie humana habría elaborado una gramática perfectamente apropiada para la verbalización del pensamiento, pero imperfectamente adaptada a las exigencias de la comunicación.
A principios del siglo XXI, Chomsky defiende, en colaboración con biólogos, una tesis “biolingüística”, que implica un vínculo directo entre la competencia gramatical y la fisiología del cerebro humano. Imagina (de acuerdo con Derek Bickerton) que una mutación genética permitió que un solo ser humano experimente una revolución cognitiva que le ha dado tal ascendencia sobre sus congéneres que esta nueva configuración de la mente que se ha difundido gradualmente en la herencia genética de todos. De la humanidad. La revolución en cuestión proviene, según Chomsky, de la nueva capacidad de vincular gramaticalmente fragmentos de información previamente aislados: el pensamiento y el lenguaje se vuelven «recursivos», por ejemplo para representaciones de lugares, como [la entrada [del ‘edificio [en la izquierda]]] o para las de situaciones, como [sé [que vas a creer [te estoy mintiendo]]] y esta identificación de relaciones entre cosas, personas, lugares, tiempos y eventos parece reservada no solo para el lenguaje, sino también para la cognición humana. Aunque comparte con Chomsky la tesis de una capacidad innata para el lenguaje, Pinker interviene en este nuevo debate para cuestionar en particular la idea de una perfecta correspondencia entre sonidos y significados: una vez que los órganos del habla también deben permitir otras dos funciones vitales, tragar y respirar, del compartir estas tres funciones resulta inevitablemente un « bricolage évolutionnaire» «bricolage evolutivo» (François Jacob), y la perfección sólo puede residir en la viabilidad de este compartir.
El lenguaje: un “nicho cognitivo”
Desde finales del siglo XIX, hubo biólogos que atribuían ciertos aspectos de la evolución a factores que no se debían ni a Darwin ni a Lamarck: este era el “efecto Baldwin”. La teoría de la construcción de nichos, que surgió de ella un siglo después, considera que la herencia genética resultante de la selección natural se ha complementado con una herencia ecológica. Esta teoría afirma que los organismos no sólo están sujetos a su entorno, sino que lo modifican y por tanto intervienen en su propia evolución. Entre los factores que pueden configurar la herencia ecológica de la especie humana, el lenguaje se considera esencial, porque un grupo humano con un lenguaje avanzado, que permite un intercambio efectivo sobre el espacio, el tiempo, las causas y los objetivos, tiene una mayor capacidad de supervivencia que un grupo que carezca de él (2), enfatizando la flexibilidad de la mente humana, que se refleja en la capacidad de los primeros humanos para habitar una amplia gama de hábitats. A través de su capacidad de abstracción, la especie humana ha aprendido a eludir las defensas desarrolladas por plantas y animales al identificar y memorizar gradualmente una vasta panoplia de causas y efectos. Pinker lo ve como un «viaje del sobreviviente» que involucra «teorías intuitivas sobre diferentes reinos del mundo, tales como objetos, fuerzas, caminos, lugares, caminos, estados, sustancias, esencias bioquímicas ocultas y otras creencias y deseos de los individuos (3)». El problema de la diversidad de las primeras lenguas está entre paréntesis. Es la capacidad de la mente humana para pensar y poner en palabras la experiencia del grupo que ha inscrito comportamientos beneficiosos en su herencia genética común. A través de sus clamorosas tesis sobre la facultad del lenguaje así como sobre la naturaleza humana o el lugar relativo de la violencia en la historia de las especies, Pinker se revela como un excepcional agitador de ideas que contribuye asiduamente a la renovación de las ciencias cognitivas.
NOTAS
(1) Steven Pinker y Paul Bloom, “Lenguaje natural y selección natural”, Brain and Behavioral Sciences, vol. XIII, Nº 4, 1990.
(2) Terrence Deacon, La especie simbólica. La evolución del lenguaje y el cerebro, Norton, 1997.
(3) Steven Pinker, “El lenguaje como adaptación al nicho cognitivo”, en Morten Christiansen y Simon Kirby (eds.), Language Evolution , Oxford University Press, 2003.
SCIENCES HUMAINES
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Grands Dossiers N° 46
Marzo-Abril-Mayo 2017