La Hoja de ruta unitaria del proceso soberanista catalán acordada la semana pasada, además del pronunciamiento favorable a la independencia, recoge dos compromisos básicos que todos los partidos firmantes deberán incluir en sus programas. Por un lado, la apuesta por la regeneración democrática. Por otro, la voluntad de desarrollar el estado social con el argumento de que, como dice el texto, «el eje nacional y el social son inseparables». Ciertamente, es un buen punto de partida para los partidos que deberán liderar de manera solidaria, si el 27-S tienen mayoría, el desafío político más grande imaginable que una nación se puede proponer: conseguir un Estado propio, de manera pacífica y democrática, en un marco tan adverso como el español.
Ahora bien, hay que dejar claro una cuestión tremendamente relevante a la hora de decidir a quién vamos a votar en la trascendental convocatoria del 27-S. Y es ésta: la profundización de la democracia o el desarrollo del estado social exigen una lucha constante que no se gana de una vez por todas. Son objetivos permanentes, que además pedirán nuevas respuestas ante los nuevos desafíos que se presentarán a lo largo del tiempo. En cambio, la independencia política, disponer de un Estado, es un atributo que se tiene o no se tiene. Ni se puede tener un ‘poco’, ni se puede decidir si sí o si no en cada nueva convocatoria electoral. Y nuestra generación sólo tendrá esa oportunidad.
Por tanto, en primer lugar, el 27-S habrá que decidir si queremos la independencia de Cataluña. Y, aunque lo hagamos en el mismo acto, sólo en segundo lugar, vamos a votar qué orientación le damos. Guste más o menos, incomode poco o mucho, la primera decisión es sí o no, y con carácter casi definitivo. Y la segunda la iremos decidiendo en el marco del proceso constituyente participativo que sólo se iniciará si el 27-S se votan mayoritariamente partidos comprometidos con la independencia. Y aunque, claro, cada vez que vayamos a votar en la futura República catalana. Estamos más cerca de lo que nunca hemos estado de conseguir la independencia, pero si no lo conseguimos es un horizonte que no sabemos si tendrá una nueva oportunidad. Lo más probable es que, tras el fracaso, España se ocupe de deshacer -ahora sin miramientos- lo que quede de la nación catalana.
En este sentido, los partidos que anteponen los objetivos sociales a la independencia, o que sugieren que el estado social avanzado se puede conseguir en las condiciones políticas actuales o, todavía, que aseguran que es posible iniciar un proceso constituyente o de reforma constitucional con las mayorías actuales o futuras en España, deberían explicar cómo lo piensan conseguir. Y los votantes de estos partidos tendrán que decidir si, por una vez, su prioridad es otra.
En definitiva por mucho que la hoja de ruta diga que el eje nacional y el social son inseparables, cabe recordar que el segundo no se cumple automáticamente con la independencia. La independencia nos da una gran oportunidad para luchar mejor contra la desigualdad y avanzar más rápidamente en la construcción de un estado social consistente y sostenible. Es decir, la independencia, aunque no suficiente, sí es una condición previa y necesaria. Y hay que tenerlo presente para no perder de vista qué va primero a la hora de decidir el voto. Una vez seamos independientes, podremos decidir el modelo de sociedad. Pero si no lo somos, seguiremos atrapados en el actual modelo social que ni nos satisface ni nos lo merecemos. Por eso el 27-S habrá que tener claras las prioridades. Y todos los que queremos dar un gran salto adelante en el eje social nos tendremos que decidir por apostar primero por la independencia más que por un modelo social concreto. Aunque sólo sea por una vez.
ARA