El Gobierno griego debería distribuir en las escuelas una buena biografía de Sócrates, pues los helenos de nuestros días están llamados a emular al filósofo si quieren sobrevivir a la crisis. Cada día Giorgos Papandreu anuncia una nueva medida de austeridad a fin de conseguir los 8.000 millones prometidos por la troika formada por la CE, el BCE y el FMI. Esta cantidad es el sexto tramo del paquete de 110.000 millones aprobado en mayo del año pasado y ampliado a otros 159.000 millones en julio del presente. Grecia es una ruina y los ciudadanos se defienden del afán recaudatorio de su gobierno sumergiéndose en la economía negra: los turistas han descubierto este verano lo difícil que resulta que les den una factura o que les acepten una tarjeta de crédito.
Esta misma semana el Ejecutivo griego ha anunciado recortes de un 20% en las pensiones por encima de los 1.200 euros, la reducción de 30.000 funcionarios, la rebaja del umbral de pago del IRPF a los 5.000 euros. El país está que arde, así que hará falta mucha austeridad y aún más paz interior para resistir esa espiral de empobrecimiento progresivo en la que anda metida Grecia a fin de no acabar en bancarrota. De ahí que conocer los detalles de la vida de un hombre sabio como Sócrates pueda contribuir a rebajar la tensión.
Luciano De Crescenzo sostiene que Sócrates era capaz de entrar en estado cataléptico como les ocurre a algunos chamanes en la India. Lo deduce de las descripciones de Alcibíades en El banquete, donde cuenta que tenía una extraordinaria capacidad de resistencia a la fatiga, al hambre y al alcohol. Ni siquiera las bajas temperaturas le afectaban, pues en una ocasión en que las tropas se habían guarecido en los refugios a causa de una helada de espanto, él salió a caminar con un viejo abrigo y descalzo por la nieve, meditando absorto durante horas. Pero lo más sorprendente era su indiferencia a las comodidades de la vida moderna: hiciera frío o calor vestía un manto, sin sandalias ni camisetas de lana. No le interesaban los bienes terrenales, hasta el punto de que en una ocasión se detuvo ante una tienda de Atenas y observando la mercancía exclamó: «¡Cuántas cosas necesitan los atenienses para mantenerse vivos!».
Sin embargo, a pesar de que fue un buen soldado y un pensador respetado, un hombre austero y un ciudadano ahorrativo, acabó condenado a muerte. Sus enemigos –por sobrio que uno sea en la vida eso no elimina los maldicentes– le acusaron de impiedad, algo para lo que bastaba la más mínima duda sobre la existencia de los dioses. Es por ello que si el Gobierno griego difunde biografías de Sócrates debería ahorrarse el final: si después de tantos sacrificios uno acaba condenado a beber la cicuta, el personal puede pensar que es mejor no hacer caso al Estado y vivir intensamente la existencia.
http://www.lavanguardia.com/opinion/articulos/20110926/54222085756/socrates-y-la-deuda-griega.html