NO sólo se oyen ahora premoniciones sobre Navarra que nos hacen poner los pelos de punta, sino que quienes las predicen intentan neutralizar las voces de la Historia, de la que se escribe con mayúsculas. Pero hay un dicho que maximiza el problema: «los pronósticos debieran hacerse más para los propios pueblos pues éstos nunca los olvidarán», escribió Giuseppe Manzini, que idealizara en el siglo XIX la creación de una joven Italia: «la giovene Italia» llegó a crearse en 1861, pero ya la habían soñado siglos antes los primeros creadores del renacimiento en Florencia. A Navarra se le presentó una gran oportunidad de influir, como lo había hecho antes Italia, en la creación de una Europa de valores humanísticos si creemos a autoridades de aquellos años difíciles del siglo XVI que muchos vieron como el paso hacia tiempos modernos. Baste recordar que de aquella corte renacentista en Pau en la Navarra transpirenaica de la reina Margarita de Navarra (1527-1549) y de Enrique II de Albret (1427-1555) se ocuparon de difundir un mensaje de cambio, muy distinto al dictatorial de países como la recién creada España o del absolutismo francés. Escritores y humanistas de la talla de Marot, o de Shakespeare se atrevieron a presentar a la corte navarra de aquel tiempo como un ejemplo a seguir. El vate inglés se atrevió a afirmar en una de sus comedias: Love’s Labours Lost (Los trabajos del amor perdidos) que Navarra llegará a ser un día la maravilla del mundo («Navarra shall be the wonder of the world»). Es curioso anotar igualmente que Miguel Servet, víctima de la intransigencia de ortodoxos y reformadores por haber mantenido que «se puede decir todo aquello que puede ser pensado», firmó su condena a morir en la hoguera con la rúbrica doctor navarrus . Todo ello pertenece a una historia que han hecho desaparecer de nuestros libros de texto porque molesta a quienes ahora defienden que «Navarra pertenece a todos», claro que menos a los navarros.