Parece que hay un incremento del sentimiento independentista en Cataluña. Y es lógico, dada la evolución de la política estatal hacia nuestro país. Aunque es difícil calibrar la importancia de este hecho, y tampoco sabemos si puede ser duradero o no. En parte, dependerá del trato que reciba Cataluña los próximos años.
Y en parte, del trabajo interno de reflexión y de sensibilización que se haga en Cataluña. A propósito de esto uno de los argumentos que abundan es el de la viabilidad de Cataluña como estado independiente. Sobre todo de la viabilidad económica.
Hablemos.
No tendría sentido basar esta afirmación en la medida de la economía catalana. Sin movernos de Europa hay muchos estados independientes mucho más pequeños, menos competitivos y menos abiertos económicamente que Cataluña. Y evidentemente menos fuertes. De los Países Bálticos a Eslovenia la lista es larga. Pasando por Irlanda o Islandia. Todos ellos países muy consolidados. O la misma Dinamarca, hoy país modélico, no porque haya tenido una historia fácil ni para abundancia de recursos.
Otra cosa a considerar podría ser lo que la independencia de Cataluña representara de pérdida del mercado español. Que todavía es muy importante, aunque durante los últimos veinte años el peso de la exportación ha aumentado mucho en la economía catalana. Y sigue aumentando.
En todo caso es evidente que una independencia, sobre todo si es muy repentina, puede crear problemas. ¿Pero con qué intensidad y por cuánto tiempo? En estos momentos en Cataluña este es un tema ya bastante estudiado. Para gente competente. Por ejemplo, por Jacint Ros Hombravella en La viabilidad económica de la independencia de Cataluña , por Modest Guinjoan y Xavier Quadras en Balance económico de la independencia o Las razones económicas de la independencia del Círculo Catalán de Negocios. Estudios que no esconden los problemas que en un primer momento podría haber como hubo en Finlandia, en Estonia, en Eslovenia o en Austria mismo cuando se deshizo el Imperio austrohúngaro-, pero que se podrían superar como se han superado en estos casos. Por cierto, brillantemente.
Pero a pesar de todos estos ejemplos y razonamientos, pueden quedar dudas sobre la viabilidad económica de una Cataluña independiente. En cambio, sobre lo que hay pocas dudas es sobre la inviabilidad económica y social de una Cataluña condenada a vivir en el régimen político y económico que nos quiere imponer el Estado español.
Después de un período de aproximadamente treinta años – más o menos de 1970 a 2000- durante el cual pareció que Cataluña podría conseguir un estatus dentro del Estado español que asegurara su identidad e hiciera posible su potenciación económica y social, por lo tanto también su cohesión, ahora hemos entrado en una etapa que si no se para nos lleva a una situación de indefensión colectiva. Y de no viabilidad. O sea, que el problema no es tanto si sería viable o no una Cataluña independiente, sino que si las cosas continúan como hasta ahora lo que no será viable es Cataluña como economía expansiva y potente, como sociedad equilibrada, justa y cohesionada, como cultura moderna. Y no lo sería sobre todo por el ahogo económico que progresivamente el Estado le va aplicando.
Es decir, la cuestión de la viabilidad o no viabilidad de Cataluña ya no se plantea sólo -ni según principalmente- como interrogante referido a una hipotética independencia, sino como consecuencia muy real, nada hipotética, de la continuidad del trato económico que Cataluña recibe, cada vez más asfixiante.
Sin una buena financiación, que no quiere decir nada de privilegios ni insolidario, pero en ningún caso expoliador- Cataluña irá cayendo en la inviabilidad. Y no sólo económica, sino de todo su conjunto.
¿Por qué?
Sin una financiación justa iremos perdiendo peso económico. Pero también retrocederemos en otros aspectos tanto o más esenciales. Uno muy importante: nuestro estado del bienestar. Es decir, las escuelas, la sanidad, las personas mayores y la gente dependiente, los servicios sociales en general, etc. Todo son cosas que hacen que la gente de un país esté atendida y se sienta atendida. Esto es importante en todas partes. Sobre todo en toda Europa, que ha hecho del trato justo y humano a su gente una bandera, un rasgo de identidad. Pues bien, en Cataluña todavía lo es más. Porque somos un país con poco poder político y con poca capacidad de coacción. Y que, por tanto, debe mantener la cohesión de la sociedad y el sentido de pertenencia de mucha gente ofreciéndole un modelo de país y de sociedad abierto, atento a las necesidades de la gente y con perspectiva de progreso, es decir, con un buen funcionamiento del ascensor social. Y esto es aún más indispensable y urgente porque somos un país con mucha inmigración (en porcentaje, el que ha tenido más de Europa de 2000 acá), muy diversa y a veces de integración difícil. Es decir, somos un país que sólo puede mantener su cohesión y su identidad si es capaz de crear una sociedad realmente integradora. Por mentalidad, pero también por el servicio y las perspectivas que puede ofrecer a todos los que viven.
Conclusión:
Como nos decía hace un par de años un comisario de la Unión Europea, la gran dificultad para una Cataluña independiente no es económica. Podría tener dificultades iniciales, pero claramente superables. De hecho, Cataluña tiene mucha más potencia y posibilidades que muchos estados europeos independientes hace tiempo o de hace pocos años. La dificultad, añadía el comisario, sería política. Radical oposición española, reticencia de la Unión Europea (como la tuvo con Eslovaquia, Eslovenia y Croacia o como, llegado el caso, la tendría con Escocia) y necesidad de lograr una clara mayoría social y referendaria. Todo ello, no imposible, pero sí más difícil que la viabilidad económica. Pero lo que es más claro de todo es que Cataluña sí que sería inviable -independiente o no- sin un poder político y unos recursos económicos que le permitieran crear una sociedad justa, cohesionada, integradora y convivencial. Con sentido de pertenencia y con posibilidades de promoción. Y eso tiene dos componentes: una mentalidad abierta e integradora y unos recursos económicos suficientes. Y lo segundo ahora no lo tenemos, ni el Gobierno español está dispuesto a dárnoslo.
O sea que podríamos ser conducidos a la inviabilidad de Cataluña como país, dentro o fuera del Estado español, no por las consecuencias económicas de la independencia, sino por la imposibilidad -debido a la discriminación económica- de dar respuesta desde Cataluña a las necesidades de creación de riqueza, de apoyo a nuestra lengua y a nuestra cultura y sobre todo de construir una sociedad realmente válida para todos los ciudadanos. Esto, tanto o más que ningún otro argumento, sería una razón de peso para optar por la independencia.
«CENTRE D’ESTUDIS JORDI PUJOL»