Situación límite existencial de la nación catalana

Con pocas semanas de diferencia dos golpes de envergadura del poder español contra el pueblo catalán mediante los tribunales, la imposición del castellano en la escuela de Canet y la inhabilitación del diputado Pau Juvillà, quedan sin respuesta nacional catalana. Esa inacción es un mensaje que muestra a los enemigos que pueden atacar la lengua y las instituciones catalanas y no pasa nada dada nuestra desmovilización como país. Ni el Govern de la Generalitat, ni los partidos parlamentarios que se autodefinen independentistas, como señala hoy Vicent Partal en Vilaweb: “Nadie tiene en la cabeza nada viable para enfrentarse políticamente hoy mismo a la ofensiva española en defensa del parlament y sus derechos”. ¿Dónde está Òmnium? ¿Dónde está la principal entidad a favor de la lengua del país, perdida en manifestaciones alegres y festivas que no llevan a ninguna parte?

La dinámica de renuncias continuadas desde octubre de 2017 nos ha llevado aceleradamente a una situación límite existencial para la lengua y la nación catalana que no tienen solución a corto plazo porque las causas de esa iniquidad vienen de lejos. En el fondo lo que existe es una reticencia a afrontar los términos reales del conflicto entre el nacionalismo español, señalándolo como el elemento cohesionador de los sectores sociales que ejercen la hegemonía política y económica, y el nacionalismo catalán, el único proyecto capaz de reunir las reivindicaciones de la mayoría poblacional contradictorias con las prioridades impuestas por el orden establecido. Desde ERC, principalmente, pero también desde la CUP, se ha contrapuesto absurdamente independentismo y nacionalismo, por lo que negando el segundo se ha acabado por banalizar el primero.

Se ha acabado escondiendo el lema “España nos roba” para sustituirlo por un forzado “I Love Spain”, todo ello por no plantear un proceso real de liberación nacional contra un Estado ocupante y subvertir las condiciones de dominación política y expoliación económica internas en la sociedad catalana. Consecuentemente, no se han construido las estructuras de Estado emergente (sindicales, municipales, empresariales, administrativas, de seguridad) para sustituir a las que ejercen la opresión nacional sobre el pueblo catalán y se ha hecho creer que las autonómicas (Mossos, TV3, Agència Tributària de Catalunya) podrían transformarse sin problemas en las propias de un Estado catalán. Y, en resumen, todo el proceso entre 2021 y 2017 ha sido una constante petición de negociación al gobierno español sin la determinación unilateral de alcanzar los propios objetivos al margen de que se produzca o no. No ha habido entre los dirigentes la fuerza moral y psicológica de confiar prioritariamente en las energías del propio pueblo al que se apela como fundamento y destinatario de la causa de la independencia.

Se han dado pasos en falso como asumir el castellano como lengua propia de Cataluña y cooficial en un eventual Estado independiente. Oriol Junqueras fue el primero en proponerlo en octubre del 2012, pero poco después Artur Mas se mostró de acuerdo y Òmnium Cultural hizo una solemne declaración en Santa Coloma de Gramenet en ese mismo sentido. Así, se estableció la conveniencia de postergar la lengua propia y normalizar cada vez más el uso del español, hasta el punto de creerse que la lengua catalana podría ser un estorbo para el proceso. Esta rebaja del valor del catalán diez años después tiene como consecuencia el retroceso del uso social de la lengua, especialmente grave entre los jóvenes, y la pérdida del sentido de identificador comunitario que siempre había tenido. ERC, Òmnium, Junts, han acabado interiorizando el discurso del bilingüismo y ahora no existe capacidad de reacción. Asumiendo las preocupaciones del progresismo abstracto y pseudocosmopolita se ha promovido un discurso contra-identitario banalizando la catalanidad y el sentimiento de pertenencia. ¿Por qué, pues, un recién llegado debe aprender la lengua si no hay una identidad colectiva en la que integrarse?

Para dar la vuelta a la tendencia claudicante y hacer frente a la amenaza existencial que el poder español -el institucional y el fáctico- está conduciendo contra la catalanidad en todos los ámbitos y en todos los Países Catalanes es necesario en primer lugar tomar conciencia de esa realidad y recuperar las nociones esenciales que han sido abandonadas por unos dirigentes incompetentes (Junqueras, Sánchez, Cuixart, entre los más destacados) causando el colapso del proceso independentista. Es necesario volver a recuperar los nombres de cada cosa: la lengua, la identidad y el nacionalismo. Desgraciadamente, no hay reacción inmediata a la altura del embate, los mismos partidos se niegan a cambiar de dirigentes, y el tiempo corre en nuestra contra. Y el enemigo es cruel. La única actitud responsable es resistir personal y colectivamente mientras no recompongamos las fuerzas disponibles para sostener el conflicto que nos es impuesto. Por otra parte, el resultado de la pasividad actual es nuestra extinción como pueblo.

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