Simone Weil: el presente de la revolución

«La verdadera revolución es un himno a la vida, una manera de respetar al ser humano poniendo remedio a la explotación, a la opresión y a la injusticia, donde se manifieste»

El avance de la extrema derecha y de los neopopulismos a nivel global, así como la eclosión de la guerra en las puertas de Europa y el genocidio en curso en Gaza, han vuelto a desencadenar, tras la ola de protestas de la década pasada, una sensación de asfixia en lo que respecta a las posibilidades de las políticas emancipatorias. La arriesgada victoria del nuevo Frente Popular en Francia ofrece un flaco consuelo en lo que se refiere a la capacidad de las fuerzas de izquierda de hacer frente al giro autoritario que arrastra las democracias constitucionales. En esta situación, que deriva del fracaso de las expectativas revolucionarias y del consiguiente ocaso de las grandes ideologías y narraciones históricas del siglo XX, cabe preguntarse cuáles son los márgenes de maniobra de una acción política comprometida con la justicia social.

En 1934, lidiando con el declive del movimiento obrero internacional, la creciente burocratización del Estado soviético y el ascenso de los fascismos en Europa, Simone Weil, entonces una joven filósofa de apenas 25 años, escribe: «La época actual es de aquellas en las que todo lo que normalmente parece constituir una razón para vivir se está desvaneciendo, en las que uno debe, so pena de hundirse en el desasosiego o la inconsciencia, ponerlo todo en duda». Este gesto crítico radical comienza en las reflexiones sobre las causas de la ‘libertad’ y de la ‘opresión social’, un breve ensayo que será publicado sólo después de la muerte de la filósofa, gracias al interés del escritor Albert Camus.

Nacida en 1909, en el seno de una familia asimilada de origen judío perteneciente a la alta burguesía parisina, la pensadora cursa sus estudios en la prestigiosa Escuela Normal Superior, siendo una de las pocas alumnas admitidas por aquel entonces, junto con la filósofa y escritora Simone de Beauvoir. Tras finalizar su carrera, Weil comienza a trabajar como profesora en varios institutos femeninos, antes de interrumpir la enseñanza para dedicarse a la «fase experimental» de su investigación en torno al problema de la opresión social. Ésta la llevará a experimentar en primera persona las condiciones de vida de los trabajadores en las fábricas de la época, de las que son testigos sus penetrantes escritos sobre la condición obrera.

El texto de las Reflexiones recoge los resultados teóricos de los análisis anteriores a la vivencia de la fábrica, que implica la necesidad de confrontarse con las contradicciones que atraviesan el mundo del trabajo en una época de intensos cambios en el modo de producción capitalista. La creciente «racionalización» del trabajo en las fábricas fordistas queda igualmente reflejada, en los mismos años, por Charlie Chaplin en la película ‘Tiempos modernos’, en la que un obrero metalúrgico, que pasa su jornada laboral apretando tuercas, acaba enloqueciendo por el ritmo frenético de la cadena de montaje.

Las reflexiones de Weil se desprenden de la tradición antiautoritaria e individualista del sindicalismo de preguerra, reforzada por una evaluación sustancialmente negativa de la experiencia soviética. De ahí deriva la desconfianza no sólo hacia el partido como órgano de la lucha de clases, sino también hacia todos los organismos colectivos, a partir de la maquinaria del Estado, un elemento que lleva la filósofa a renunciar a una concepción revolucionaria que haga coincidir la liberación de la opresión con la toma del poder: «el primer deber que nos impone el período actual es tener valor intelectual suficiente para preguntarnos si el término revolución es algo más que una palabra, si tiene un contenido preciso, si no es simplemente una de las muchas mentiras que el régimen capitalista ha generado en el ascenso, y que la crisis actual nos hace el favor de disipar».

Ante la imposibilidad de mantener la concepción marxista de la revolución, Weil afirma la necesidad de elaborar un «ideal revolucionario, si no como perspectiva viable, sí al menos como límite teórico de las transformaciones sociales realizables». Éste, configurándose como ideal, no se puede predecir científicamente como un acontecimiento que tendrá lugar en el futuro, pero puede guiar en el presente la reiterada necesidad de cambiar el mundo, que sólo se puede confiar en «la voluntad ilustrada de los hombres cuando actúan como individuos».

La apuesta por un «ideal revolucionario» irreal pero necesario queda resumida en las líneas de un texto inédito de 1933: «No se puede ser revolucionario sin querer la vida […]. La revolución es una lucha contra todo lo que constituye un obstáculo para la vida. Sólo tiene sentido como medio; si el fin perseguido es inútil, el medio pierde su valor. De una manera general se puede decir que nada tiene valor desde el momento en que la vida humana está ausente».

La acción política, incluso la acción revolucionaria, debe ser concebida como una acción metódica y racional —lo que equivale para Weil a una forma de trabajo— en la que es necesario esforzarse por evitar, en la medida de lo posible, que se desaten las pulsiones irracionales y la violencia. La verdadera revolución es un himno a la vida, una forma de respetar al ser humano poniendo remedio a la explotación, a la opresión y a la injusticia, donde se manifieste. Si el fin de la revolución se autonomiza, es decir, si la revolución se vuelve un fin en sí, dejando de ser un medio para mejorar la vida humana, acaba perdiendo su sentido.

De esta forma, la filósofa apunta una serie de cuestiones clave para la comprensión del problema de la revolución y de la acción política en general. La noción de revolución, que se apoya en la concepción moderna, lineal y progresiva de la historia, expresa la idea de un evento a desencadenarse en el futuro por medio de una revuelta estructurada que se apodere del gobierno. Pero esta visión no sólo sustenta el uso de la violencia, sino que la favorece y la legitima, subsumiendo cualquier otro objetivo en la toma y mantenimiento del poder político. Se trata pues de repensar la revolución, y con ella la política, más allá de su complicidad con la violencia de la historia. Años más tarde, otra pensadora coetánea de Weil, Hannah Arendt, planteará la cuestión en términos similares, cuando se dedique también a reflexionar sobre los fracasos de casi todas las revoluciones pasadas en cuanto a la consecución de regímenes de libertad.

La postura antiutópica defendida por Weil, preocupada por una estrategia anclada en el presente, tiene el mérito de reafirmar la necesidad de seguir trabajando para dar vida «aquí y ahora» a una serie de iniciativas en condiciones de mejorar sustancialmente la vida de las clases trabajadoras. Sólo operando en los intersticios del poder —aquel que nos domina como aquél que nos atraviesa— es posible bloquear los engranajes de la opresión. En una época en la que la racionalidad neoliberal pone en peligro incluso la confianza en la posibilidad del progreso social, esta visión desencantada pero metódica de la acción política cobra relevancia como corolario de un ideal que no se agote en la toma del poder, sino que inspire un espíritu de revuelta en tiempos de resistencia.

Para saber más:

Basilio, Cristina (ed.), ‘Entre mística y política: la actualidad de Simone Weil’, «Logos. Anales del Seminario de metafísica», 56, 2, 2023: https://revistas.ucm.es/index.php/ASEM/issue/view/4324.

Bea, Emilia, Simone Weil: ‘la memoria de los oprimidos’, Madrid, Encuentros, 1992.

Weil, Sylvie, ‘En casa de los Weil. André y Simone’, Madrid, Editorial Trotta, 2011.

Haslett, Julia, ‘An Encounter with Simone Weil’, Documental, 2012.

Rossellini, Roberto, «Europa ’51», Drama (1952).

Georges Bataille, ‘El azul del cielo’, Barcelona, ​​TusQuets Editores, 1990.

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