Los símbolos son importantes, son la forma de visualizar ideas, creencias, intenciones y pertenencia. Cambiar símbolos es importante porque da a entender una manifestación de intenciones en el que lo hace. Cuando los símbolos han vehiculizado siglos de pertenencia, es bastante probable que hayan aglutinado niveles de significación de los que el nuevo símbolo carecerá con toda seguridad. Sin embargo, es fácil vaciar un símbolo de significado utilizándolo para significar lo contrario de lo que ha venido haciendo hasta ese momento.
Los símbolos del nacionalismo vasco no son tan antiguos, pero muchos están basados en sentimientos e imágenes que sí lo son. El árbol, la makila, por ejemplo, son símbolos antiquísimos, precristianos. Y no son nacionalistas, pertenecen al pueblo vasco siglos antes de que tal ideología existiera. Jurar sobre la biblia suponía el máximo compromiso posible para un creyente, la señal de que toda su integridad personal se implicaba en esa palabra dada. Como así se entiende, ese gesto se sigue utilizando en muchos países desarrollados y su significación es la misma, al margen de que el Estado en el que se encuentre sea aconfesional y el que jura sea perfectamente ateo. Bailar un aurresku al son de un oboe o el de una tururuta no tiene mayor importancia, así como que quien lo baile lo haga en camisón o con un tutú. Sólo son demostraciones de que se está sacando la lengua a la tradición, por fastidiar, por irritar, por marcar una pueril diferencia. O incluso, para dejar claro que la tradición vale tan poco, que está al servicio del gusto personal del líder, como si el representante de un pueblo fuera el creador de la tradición a su gusto.
El PSOEPP quería dar una lección simbólica en la toma de posesión del nuevo lehendakari. Todo tenía que ser diferente, aleccionador. Tenían que estar los elementos «normalizadores» bien presentes: las autoridades españolas, la policía española, la guardia civil. La jura convertida en promesa, juego de palabras y de conceptos supuestamente modernos (o sea, del tiempo de la ya superadísima Ilustración), sobre un texto tan desvirtuado y hueco como el finado estatuto de Gernika, con el simbolismo del lomo sin cerrar, como previendo su triste desarrollo, para más inri. La palabra dada, en este caso, resulta tan vacía como el texto supuestamente garantizador, ya que el nuevo dirigente ha dicho una cosa en su campaña y la contraria después. Y tenía que hacerse en Gernika, árbol y makila incluidos, para que el acto psicomágico español fuera completo. Por fin la ansiada suplantación. Ahora nos van a redefinir y, por fin seremos ciudadanos, como en la revolución francesa, y no ignorantes pueblerinos meapilas, racistas y atávicos. Por fin, España nos salva de ser unos atrasados, por fin podremos ser nacionalistas de pleno derecho, patriotas dignos de tal nombre: España. Y la lengua vasca, para poner nombre a bares, perros y barcos, y a un museo, que es su lugar. Qué liberación, una lengua tan atrasada, tan absolutamente prehistórica. He llegado a oír que ni siquiera tiene nivel para usarse en la legislación. Y es tan separadora, tan insignificante y cacofónica. Es paradigmático que esta salvación en la educación y la cultura nos vengan de un nacionalismo y una nación tan culta y tradicionalmente democrática como la española. Ahora podemos, al fin, ser vascos buenos, aculturizados, aceptables, civilizados, es decir, españoles ante todo y sobre todo; ciudadanos de la bienpensancia correctamente apolitizada y desinfectada tras poner las cosas en su lugar, el lugar que se necesita en España, la nación respetuosa con la diferencia, con tal de que la diferencia la controle y defina esa sola nación, una, ni tan grande y ni tan libre.
Y sí, todos esos conceptos, ideas y sentimientos están ahí. Su desprecio y aversión bien presentes, pero mandando y con el poder en la mano, hasta pasan por progresistas, para los mal informados o para aquellos a los que su odio hace racionalizar en lugar de razonar. El odio sólo existe en el adversario, al que se proyectan las propias intolerancias, pues su diferencia insulta la auto definición deseada. Y no, estas actitudes ejemplarizantes catequéticas en lo universal no ayudan en absoluto a la comprensión mutua, a la aceptación mutua, ni lo pretenden. No convencen ni engañan a nadie, aquí, al menos. Necesitan imponer, vencer. Podrían haber gobernado con el enemigo, pero no han querido. Podrían haber jugado limpio. Muchos seguiríamos sin ir a votar, por puro aburrimiento, pero al menos se habrían ganado un respeto. Después de esto, muchos volveremos a votar, y, desde luego, no será a ellos.
Los símbolos sí importan, aunque no tanto. Parafraseando a Unamuno, vencen pero no convencen. «Y dominaron a los vascones..» se ha dicho ya demasiadas veces… en vano.