El historiador y exprofesor de la Universidad de Deusto Xosé Estévez presentará este viernes en Trintxerpe su libro ‘Galeuzca. La periferia contra el páramo’, editado por Nabarralde.
Xosé Estévez (Quiroga, 1943) es experto en la historia de los nacionalismos periféricos y ha estudiado profusamente los pactos a los que vascos, gallegos y portugueses –conocidos como Galeusca, acrónimo de Galicia, Euskadi y Catalunya– han llegado a lo largo del siglo XX y el XXI para hacer frente al centralismo español. Este 2023 se cumple un siglo del tratado de la Triple Alianza, 90 años del Galeuzca que se selló en Santiago de Compostela y 25 de la Declaración de Barcelona. Es por ello que, de la mano de Nabarralde, ha publicado el libro Galeuzca. La periferia contra el páramo, en el que recopila todos los textos de más de un siglo de tratados y los pone en su contexto. Este viernes, a las 20.00 horas, en la tenencia de Alcaldía de Trintxerpe, Estévez presentará el volumen acompañado por Ángel Rekalde, de Nabarralde, y Felipe Domínguez, presidente del fato cultural Daniel Castelao.
¿Cree que la idea de ‘Galeusca’ es desconocida en la sociedad?
Suena de vez en cuando, pero mayoritariamente la sociedad no sabe qué es eso de Galeuzca, en un inicio con zeta que hace referencia a Euzkadi, y posteriormente con ese, al cambiar la grafía. A algunos les suena a folklórico, a un conjunto gallego, vasco y catalán que actúa en festivales, pero no se conoce desde su esencia política.
¿Qué es, entonces, Galeusca?
Es un movimiento político de los nacionalistas vascos, gallegos y catalanes que comenzó hacia 1920 con el fin de hacer disminuir el clásico centralismo férreo español; conseguir mayores cuotas de autonomía y autogobierno; en algunos casos, además, se pretendía un federalismo o un confederalismo; y en otros, directamente, la independencia.
Lo primero que se articula es la ‘Triple Alianza’ de 1923.
Hasta 1923 hubo contactos entre las tres naciones, pero a nivel bilateral, tanto entre gallegos con catalanes como entre vascos y catalanes. Se sentía mucha admiración por Catalunya donde, en 1914, incluso, se forma la Mancomunitat. Tres años después llegaron a impulsar un Estatuto de Autonomía que superase esta institución. En esa época también se elabora en el País Vasco un proyecto de Estatuto que, al igual que el catalán, quedó cercenado en las Cortes españolas. A partir de 1923 se da un intento de coordinación tripartito efectivo y pragmático, que da comienzo a un proceso de ciclos con momentos de apogeo y decadencia hasta 2019.
La ‘Triple Alianza’ tuvo un objetivo independentista.
El objetivo fundamental de ese primer pacto es ir a la independencia. Además de la demanda de ciertos avances sociales, lo fundamental era el derecho de autodeterminación y se planteaba acudir a la Liga de Naciones para que ella, desde el punto de vista internacional, impusiese al Estado español la independencia de estas naciones. Incluso, se hicieron dos veladas alusiones al procedimiento de la lucha armada en el caso de que el Estado español hiciese caso omiso a la pretensión de las tres naciones.
La dictadura de Primo de Rivera hizo saltar por los aires cualquier pretensión de aquel pacto.
La mayor parte de los historiadores lo consideran un pacto poco pragmático y excesivamente utópico. La Unión Europea ha sido configurada a través de grandes Estados y de Estados Nación, no de los pueblos, como en principio pretendían los federalistas vascos de los 40 como Irujo, Landaburu, etcétera. En la Triple Alianza no se tuvo eso en cuenta. Además, entre los nacionalismos hubo algunas diferencias.
¿Por ejemplo?
La Comunión Nacionalista Vasca, representada por el futuro lehendakari Leizaola, no quiso suscribirlo hasta consultar a las bases. Pero, cuando regresaron de Barcelona, se produjo el golpe de estado de Primo de Rivera, que aprobó un decreto anti-separatista prohibiendo las lenguas que llamaba regionales y los partidos nacionalistas, y no se pudo llevar a cabo la consulta. Acción catalana, por su parte, no estaba de acuerdo con algunos de los términos más radicales del pacto.
Durante ese periodo también hubo nuevos intentos de pactos, en este caso, desde el exilio.
Hubo dos, entre 1924 y 1925. La Liga de Naciones Oprimidas y El Comité de la Libre Alianza. Creo que todavía era más utópicos que los de 1923. En el Comité de la Libre Alianza, por ejemplo, se llegó a integrar a fuerzas españolas, como fueron los anarquistas, para que les ayudasen a derribar la dictadura. Francesc Macià –político nacionalista catalán– viajó a Moscú, para buscar la ayuda del PCE, y también a Irlanda, Marruecos, Filipinas y Egipto. Macià desistió de la vía armada tras el fracaso de un intento de invasión a Catalunya en noviembre de 1926. Entonces decidió ir hacia acuerdos políticos que integrasen a las fuerzas opositoras españolas y eso llevó al Pacto de San Sebastián de 1930.
El acuerdo que desembocó en la Segunda República.
Fue un pacto verbal, no existe ningún documento firmado. Curiosamente, no hubo ninguna fuerza vasca. Sí hubo catalanes, mientras que los gallegos estuvieron indirectamente representados por Santiago Casares Quiroga, que posteriormente resultó un traidor a Galicia y a los intereses del galleguismo. En este sentido, la República nació un poco manca. Esa es una de las causas, seguramente, por la que los vascos sufrieron el retraso en la concesión del Estatuto, que no se produjo hasta octubre de 1936.
Tres años antes se firmó el pacto ‘Galeuzca’.
Catalunya tuvo Estatuto desde 1932, pero le retrasaban continuamente las transferencias, de tal manera que para 1933 aún no tenían las fundamentales en financiación, cultura, lengua e Interior, es decir, en el traspaso de las fuerzas de orden autonómicas. Los catalanes estaban descontentos, a pesar de tener un ministro en el Gobierno republicano, Lluís Companys, ministro de Marina. En el País Vasco ni se hablaba de eso. De hecho, el nacionalismo se encontraba perseguido. En cuanto al Estatuto gallego, Quiroga, que era el ministro de la Gobernación, retrasaba continuamente su tramitación, pese a haberse logrado el primero de los tres requisitos necesarios para solicitar la ley: la aprobación de la asamblea de ayuntamientos. Fruto de ese descontento se decide llevar a cabo el Galeuzca.
El acuerdo de 1933 tenía vocación internacional.
Ese es un tema muy interesante. Fue más pragmático que el de 1923. En 1926 Catalunya ya había ingresado en la Sociedad de Naciones. El País Vasco lo hizo en 1930, pero Galicia no. Se pretendía que Galicia ingresase a propuesta de las otras dos naciones. En este sentido, el Galeuzca, además de ser un pacto de coordinación cultural y de coordinación política en las Cortes españolas para hacer retornar a la República al federalismo, pretendía también esa dimensión internacional y dar a conocer los tres contenciosos ibéricos conjuntamente en el foro internacional que suponían los Congresos de Minorías Nacionales dependientes de la Sociedad de Naciones, antecedente de la ONU. Finalmente, Galicia entró en 1933 de mano de los catalanes. No se sabe por qué no los acompañaron los vascos, pero sí se sabe que Manuel de Irujo escribió una carta al EBB muy enfadado por no haberlo hecho.
Habla de Irujo. En el ‘Galeuzca’ de 1933 también hubo otros nombres propios: el también vasco Telesforo Monzón; el padre del nacionalismo gallego, Daniel Castelao; y el catalán Batista i Roca.
Monzón inició todos los trámites pero después no participó en el viaje triangular entre Galicia, el País Vasco y Catalunya, estuvo bastante enfermo. Le sustituyó el secretario del GBB Teodoro Hernandorena. Participó la flor y nata de los tres nacionalismos. También Macià, que en una cena íntima con todos ellos se comprometió a hacer retornar a la República federalismo. Pero las circunstancias cambiaron a partir de otoño de 1933 con la caída del Gobierno de Manuel Azaña: se convocaron elecciones y ganaron las derechas. Este pacto también quedó en agua de borrajas.
Tras la Guerra Civil hubo propuestas de pactos en el exilio, en aquellos países con grupos importantes de las tres nacionalidades.
Sobre todo en Argentina, México y Venezuela. Entre 1945 y 1946 hubo una auténtica efervescencia de pactos Galeusca. He encontrado, con ligeras variantes, unos diez documentos. Ninguno se llegó a firmar. Se pensaba que tras la Segunda Guerra Mundial los Aliados iban a derrocar al franquismo, que se reimplantaría la República y que era una oportunidad excelente para hacer redactar una constitución confederal. No fue así.
¿Qué diferencia hay entre un Estado federal, uno confederal y uno autonómico?
El régimen autonómico implica una descentralización amplia, pero quien concede la autonomía es el Gobierno central. En el Federal las autonomías tienen la soberanía pero ceden parte de esa soberanía al Estado central. En el confederal las autonomías tienen la soberanía plena y funcionan entre ellas como si firmasen tratados internacionales. En los Galeuscas de los años 1941, 1945, 1946, 1958 y 1959 se apuesta por una confederación aplicando el derecho de autodeterminación, basado en las declaraciones de Naciones Unidas.
¿Cuál fue la última oportunidad de lograr un Estado confederal?
En la historia ha habido tres oportunidades para redactar una constitución federal o confederal: la Primera República en 1873; la Segunda y la tercera fue en 1978. A principios de esta década, Josep M. Batista i Roca, presidente del Consell Nacional Catalá, ubicado en Londres, propuso un nuevo Galeusca. No se firmó pero hubiera sido una buena oportunidad. Si hubiera habido una conjunción entre vascos, catalanes y gallegos a la caída del franquismo, quizá se hubiese logrado una constitución confederal y no la autonómica. En aquel momento los vascos y los catalanes, sobre todo, tenían mucha fuerza.
En 1998, por su parte, se firmó un nuevo acuerdo en Barcelona.
Fue un intento serio de crear una cultura plurinacional, plurilingüística y pluricultural para, en un tiempo más o menos lejano, llegar a profundizar en un sistema federal o confederal. Duró muy poco, aunque tuvo una explosión interesante. La prueba es que sembró el miedo en las huestes españolas. El PSOE se puso en contra y ya no digamos el PP, sobre todo, el entonces ministro de Administraciones Territoriales, que era Rajoy.
¿Por qué tanto miedo?
Porque en paralelo todas las fuerzas nacionalistas vascas firmaron el Pacto de Lizarra y coincidía con una tregua de ETA. El Gobierno del PP sintió que era un contexto tan favorable, que podía ser peligroso para ellos.
En 2006 llegaría el ‘Galeuscat’
Fue una maniobra de Artur Mas, que le quiso poner la te al final para que quedase bien afincada al lado de Cataluña, pero nada más. Fue una secuencia directa de la Declaración de Barcelona cuando ya estaba muriéndose. Posteriormente, hubo dos intentos: la Declaración de Bonaval entre la CUP, BNG y Bildu, en 2015, y la Declaración de la Lotja de 2019, que es más amplia y que suscribieron casi todas las fuerzas políticas, menos el PNV. De cualquier modo, se trató de tres o cuatro puntos sin mayor significación. En la práctica ninguno de ellos vota conjuntamente en el Parlamento español. Cada partido tiene sus propios intereses.
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