La cantidad de lluvia acumulada en Navarra está por debajo de los valores normales y la situación es realmente preocupante. En la Mesa de la Sequía celebrada el pasado 2 de mayo se vino a decir que la cosecha del cereal se da casi por perdida en la mitad sur de Navarra, y en la cuenca de la comarca de Pamplona depende de si llueve en los próximos diez días. Tanto UAGN como EHNE coincidieron en que aquella paja (residuo del cereal), que actualmente se destina a la biomasa y a la exportación, se utilice como forraje para la ganadería. «De esto depende la vida de los animales y evitar llevarlos al matadero», vinieron a decir.
Pues bien, el pasado 20 de abril, la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) hacía un llamamiento «a los ayuntamientos navarros a ahorrar agua ante un verano complicado, que en el caso de que las entidades locales detecten un riesgo en el abastecimiento, se recomienda adoptar medidas como ahorro en el uso del agua de boca. De esta forma, si las entidades locales detectan un riesgo, se recomienda que adopten las medidas preventivas necesarias tales como la concienciación a la población, el ahorro en el uso del agua de boca u otros usos de agua dependientes del abastecimiento municipal y, en su caso, de restricciones para asegurar el suministro».
Me resulta llamativo que en épocas de sequía se llame a reducir el consumo de agua de boca y a que las y los ciudadanos hagan un esfuerzo extraordinario de ahorro. Es cierto es que todos los consumos cuentan, y que evidentemente cuanta menos agua malgastemos mejor. Ahora y mucho antes de la sequía. Pero no menos cierto es que las políticas de ahorro de agua tengan que ser coherentes y deban centrarse en los mayores consumidores, y en este caso la agricultura, que alcanza el 80% del consumo de agua en Navarra.
No puede ser que se pida reducir el consumo de agua de boca a una población como la de Navarra, que ya está en 97 litros por habitante al día, habiendo reducido con mucho su consumo en los últimos años, y mientras tanto se estén incrementando los riegos sin tener en cuenta la emergencia climática en que vivimos.
En los últimos diez años el riego en el Estado español ha crecido un 8,3% (290.420 Ha) y en Navarra un 7,1% (8.822 Ha), según datos del Ministerio de Agricultura. Solo con este crecimiento en Navarra se podría haber suministrado agua a más de la mitad de la población de nuestra comunidad. Así que, ¿qué debería ser lo primero que tenemos que hacer si queremos ser coherentes?
A la luz de los datos oficiales, el regadío se lleva el 80% del agua en Navarra, y a pesar de la emergencia climática en que vivimos, donde las precipitaciones disminuirán de un 15% a un 20% en Navarra a finales del siglo XXI según los estudios del Gobierno de Navarra, se siguen demandando más regadíos, y la Confederación Hidrográfica del Ebro viene a hacer llamamientos para que la población ahorre agua de boca u otros usos de agua dependientes del abastecimiento municipal. Y, con los regadíos, ¿qué hay que hacer? ¿Seguir con ellos sin freno?
Ya nadie se atreve a poner en duda que han disminuido las precipitaciones y que han aumentado los fenómenos extremos de sequías e inundaciones, afectando seriamente a los caudales de los ríos. El Cedex (organismo dependiente de los ministerios de Fomento y de Transición Ecológica) estima una reducción de la escorrentía en la cuenca del Ebro del 27% para 2100.
Sin embargo, desde diversas instituciones y organismos se sigue apostando por incrementar el regadío, sin tener en cuenta el impacto del cambio climático en la cuenca y sin valorar las consecuencias que el aumento de cultivos de regadío tendrá sobre la biodiversidad y los ecosistemas. Sin duda, es hora de replantearse la agricultura del futuro.
Pronunciar «cambio climático» es decir «menos disponibilidad de agua», y lo lógico sería aplicar el principio de precaución antes de promover nuevas superficies de riego. Pero, por el contrario, hay una especie de negacionismo hidráulico que no quiere reconocer la disminución de caudales y sigue apostando por unas políticas de regadío suicidas con demandas insostenibles. Así, desde algunas instancias del Gobierno de Navarra se siguen planteando más regadíos, unas 21.000 nuevas hectáreas de la segunda fase, y la misma Ley Foral 4/2022, de 22 de marzo de 2022, de Cambio Climático y Transición Energética, no dice nada al respecto, lo cual quiere decir que da por bueno más regadíos.
La adaptación al cambio climático obliga a abandonar los proyectos de nuevos regadíos, que hasta la fecha se han tragado no solo el agua, sino también la mayor parte de los recursos públicos para la agricultura y la ganadería, cuando ese dinero público y subvenciones hubieran venido muy bien para fomentar una agricultura y ganadería más sostenibles y adaptadas al cambio climático, apoyando también a las explotaciones familiares, la ganadería extensiva, la agricultura ecológica, los regadíos tradicionales y también, cómo no, mejorar los actuales regadíos.
Naiz