Su historia no me resisto a contar en homenaje a Martxelo Otamendi, Ignacio María Uria, Juan María Torrealdai, José María Auzmendi y Javier Oleaga, periodistas del caso Egunkaria, perseguidos por unos jueces y un gobierno que desconocen la dignidad.
Ignacio Felipe Semmelweis fue un médico húngaro del siglo XIX. Nació en Buda y estudio en Pest, ambas en 1873 formarían la actual Budapest.
Son tiempos en los que comienza a desarrollarse las disciplinas de higiene y medicina en el campo de la cirugía. Semmelweis rebajó del 96% al 1% la mortalidad de las mujeres, que daban a luz en su hospital, por el simple hecho de lavarse a fondo las manos antes de atender los partos y guardar normas higiénicas elementales en el tratamiento médico de auscultación y operatorio: «un médico dedicado a atender partos debe abstenerse de participar en necropsias de mujeres fallecidas por fiebre puerperal, y si lo hiciera deberá lavarse cuidadosamente, cambiar toda su ropa, y esperar al menos 24 horas antes de atender un parto». Era una época en la que aún se desconocía el contagio microbial, pero él lo intuyó.
Fue el inicio de una obsesión. Confiesa Semmelweis a su amigo Markusovsky: «No puedo dormir. El desesperante sonido de la campanilla que precede al sacerdote portador del viático, ha penetrado para siempre en la paz de mi alma. Todos los horrores, de los que diariamente soy impotente testigo, me hacen la vida imposible. No puedo permanecer en la situación actual, donde todo es oscuro, donde lo único categórico es el número de muertos».
Instala un lavabo a la entrada de la sala de partos: “¡Asesinos! Llamo yo a todos los que se oponen a las normas que he prescrito para evitar la fiebre puerperal. Contra ellos, me levanto como resuelto adversario, tal como debe uno alzarse contra los partidarios de un crimen! Para mí, no hay otra forma de tratarles más que como asesinos. ¡Y todos los que tengan el corazón en su sitio pensarán como yo! No es necesario cerrar las salas de maternidad para que cesen los desastres que deploramos, sino que conviene echar a los tocólogos, ya que son ellos los que se comportan como auténticas epidemias…». Llegaban a morir hasta el 96% de las mujeres que daban a luz en una de las salas de partos de la clínica, mientras que la mortalidad entre las que parían en casa no llegaban al 5%.
Murió a los 47 en un asilo, un 13 de agosto de
“El Hospicio General de Viena es actualmente un edificio rosa con verja negra; en su interior puede verse la estatua de un hombre sobre un pedestal que representa al profesor Semmelweis. Bajo la efigie se ha colocado una placa con la inscripción: «El salvador de las madres».
Legó a la humanidad su entrega y una importante obra científica: De la etiología, el concepto y la profilaxis de la fiebre puerperal. (Die Ätiologie, der Begriff und die Prophylaxis des Kindbettfiebers). Escrita en 1860, publicada en 1861.
¡Toda una lección de hombre con aroma de mujer! ¡Y en los cinco, denuncia erguida de todo un pueblo, el vasco, frente a un estado opresor, el español!