Al contrario de lo que repiten una y otra vez los distribuidores mediáticos de mentiras destinadas a convertirse en verdades indiscutibles, la sociedad catalana es más plural que la del resto de España. Y es que, para medir la pluralidad, no basta con recurrir a la opinión de una lumbrera que actúe como portaestandarte de la verdad. Así es como acostumbran a actuar los medios españoles, incluso los de apariencia más sesuda: buscan a un catalán discrepante con el “asfixiante catalanismo” y subrayan con gran tipografía o potentes altavoces sus argumentos. Es lo que la vieja retórica denominaba argumento de autoridad. Pero la autoridad intelectual vale lo que vale, en democracia: es una opinión más. A veces argumentada y, por lo tanto, intelectualmente honesta; y a veces simplemente interesada.
La organización política de la discrepancia es un instrumento de medir la pluralidad social mucho más objetivo y democrático que el viejo argumento de autoridad. Y en este punto, la comparación del cuadro español español y catalán no ofrece dudas. Mientras en Catalunya PP y C’s, con sus buenas decenas de millares de votos, se sitúan explícitamente fuera del cuadro dominante (el catalanismo), en el resto de España no aparece ningún grupo crítico con los valores nacionales. Es más: la única novedad, el partido de Rosa Díez (podría ser decisiva en las futuras Cortes), funda su ascenso en la exigencia de una revigorización de la españolidad. Es más: el PSOE, cuya teórica visión de España y de la realidad social fue en su tiempo antagónica a la que representa el PP, se muestra acomplejado, cuando no seguidista, de las tesis que Aznar encarna con tremendismo y que Rajoy incorpora aunque con cierta moderación formal.
Un ejemplo. Quince o veinte años atrás, el poeta Narcís Comadira afirmó en una conferencia que el catalán era la lengua natural de Catalunya. Furibundas críticas de la más florida inteligencia del lugar catalán cayeron sobre este sutil poeta y colorista pintor, que fue expulsado del templo de la cultura moderna y cosmopolita. Muchos años después, no un artista, sino el español que mayores posibilidades tiene de obtener la mayoría absoluta en España, Mariano Rajoy, ha dicho, refiriéndose al uso simbólico y restringido de las lenguas españolas en el Senado, que esto no pasaría en un país normal”. Por supuesto, ninguna personalidad de la España actual ha creído necesario recordarle a Rajoy que, ciertamente, en un país como el nuestro, lo normal no es la uniformidad sino la diversidad. Diversas son las hablas, decía el pobre Espriu, y han convenido en un solo amor. ¡Qué amor ni ocho cuartos! Los esprivianos estamos de duelo porque nunca encontramos aliados en el resto de España. Mientras, autocríticos, peleábamos para ensanchar la complejidad interior catalana, ellos endulzaban el unitarismo militarista español con el azúcar del nuevo credo liberal, al tiempo que nos invitaban a poner en cuestión la mitología catalana. ¿Resultado? Ahora incluso en las tertulias nostálgicas de Blas Piñar se reivindica a Isaiah Berlin.