Euskal Herria es una nación con tres millones de habitantes, una mayoría de los cuales aspira a mayores cotas de soberanía, superando el grado de autonomía existente en los territorios bajo administración española y el centralismo jacobino que soportan los territorios bajo administración francesa. Hasta ahora, una parte significativa de los agentes políticos, sindicales y sociales que integran esa mayoría han manifestado su renuncia a recorrer el camino hacia la soberanía, argumentando que mientras persista el accionar de ETA no es posible avanzar y exigiendo, en diversos grados (tregua, abandono de armas, disolución), la paralización de la actividad de esa organización.
El “alto el fuego permanente” decretado por ETA a partir del pasado día 24 supone, entre otras muchas cosas, el derrumbamiento de todas las posiciones que se han parapetado tras esas excusas para hacer una constante dejación de su trabajo por alcanzar la libertad de Euskal Herria. A partir de este momento todos ellos van a verse retratados por la propia sociedad vasca, que anhela la paz, sí, pero como se dice en el comunicado “una paz basada en la justicia”.
Los análisis de perogrullo, que hablan de que la organización ETA se ha visto obligada a parar debido a su debilidad, al acoso internacional y a la irrupción de yihadismo tal vez tengan algo de cierto –nada es blanco o negro, existen también grises-, pero que nadie se confunda con simplismos que nos pueden llevar a otra gran decepción. La oportunidad que se abre debe estar anclada en la capacidad de decisión del pueblo vasco y en la territorialidad, no sirven nuevos atajos autonomistas que han sido ya felizmente superados. La lucha de años y décadas, el sufrimiento y la represión padecidos, no van a ser arrojadas al cubo de la basura por un “imaginativo” cambio de cromos. Estamos frente a una situación muy seria que no debe dejar lugar a la frivolidad. PNV, Eusko Alkartasuna, ELA, Aralar, Ezker Batua… deben ser conscientes de que les ha llegado su hora, de que sus afiliados y simpatizantes, codo con codo con los de la izquierda abertzale o de la forma en que ellos elijan, tienen que aportar su grano de arena al proceso. El juego del escondite ha concluido y los disfraces ya no sirven, porque en este pequeño país nos conocemos todos.
Quienes han dicho por activa y por pasiva que el día en que ETA parara iban a pelear hasta la extenuación por las libertades vascas pueden empezar a demostrarlo. Una buena ocasión será la manifestación del próximo uno de abril en Bilbo. Pero no será suficiente. El proceso de socialización que debe llevarse a cabo en todos y cada uno de los pueblos y barrios de Euskal Herria, en las escuelas, en los talleres, en las fábricas, en las oficinas, en el seno de asociaciones y grupos culturales o deportivos, tiene que comenzar ya (y también en el escenario internacional). Es imprescindible no volver a caer en errores del pasado, en delegar en la clase política toda la responsabilidad, quedándonos como meros espectadores. Es la hora de la política, es la hora del pueblo, es la hora de una paz justa.