Se acaba una etapa, nada más que eso

Todo parece indicar que no tendremos un gobierno de la Generalitat que cuente con el apoyo de los tres partidos independentistas parlamentarios. Y que habrá una ruptura que seguramente será definitiva porque ya no tendrá que ver, como hasta ahora, con las ideas, sino que ya entrará en el terreno de la práctica. Cómo será la ruptura está por ver. Seguro que Esquerra se esforzará para encabezar uno de los polos que emergerán, sumando a su proyecto la CUP y los Comunes y apartando a Junts. Y el otro polo, por lógica, debería articularse con Junts, que ya veremos si se queda solo o no, según donde termine cayendo la CUP, o cada trozo de la CUP.

Esto es lo que hay sobre la mesa ahora mismo, con independencia -y muy por encima- de si se acaban repitiendo las elecciones o no. Y significa que hemos llegado al final de una etapa que ha durado unos ocho años largos.

El 18 de diciembre de 2012, Artur Mas y Oriol Junqueras firmaron un documento de diecinueve páginas que se llamaba «Acuerdo para la transición nacional y para garantizar la estabilidad parlamentaria del govern de Cataluña» (1). Veníamos de la gran manifestación de la Diada de 2012, «Cataluña, nuevo Estado de Europa», de la eclosión de la ANC, y con ese documento los dos partidos anunciaban la voluntad de hacer una consulta sobre la independencia, que terminaría siendo la del 9 de noviembre de 2014, objeto del primer gran choque entre ellos, porque ERC consideró que lo que se terminó haciendo era un engaño.

Las elecciones que se habían hecho el 25 de septiembre habían significado un cambio radical en la política catalana. La presión de la calle para hacer la independencia era inmensa. CiU había perdido 12 diputados y se había quedado en 50, Esquerra había subido de 10 a 21 y la CUP emergía con 3 diputados. CiU caminaba hacia el independentismo pero aún no se definía como tal, no lo hizo hasta 2016, mientras que Esquerra y la CUP representaban claramente la subida del nuevo movimiento, con 24 diputados. El pacto era, en esencia, bueno para ambos partidos. CiU venía de una legislatura muy difícil, que sólo había durado dos años, y Esquerra apenas se acababa de recuperar de la sacudida que le había significado el segundo tripartito, cuando decidió hacer presidente a José Montilla. En las elecciones de 2010 CiU había subido de 48 diputados a 62 y Esquerra había bajado de 21 a 10, pero viendo además como entraba en el parlamento Solidaritat, con 4 diputados.

La fuerza de la calle y las debilidades evidentes de ambos partidos hicieron fácil aquel pacto, una facilidad que se desvaneció enseguida. Las dos formaciones nunca se sintieron cómodas una al lado de la otra pero no podían hacer gran cosa. El movimiento popular no dejaba margen para nada que no fuera avanzar unidos hacia la independencia. CiU ya no podía pactar con el PP ni ERC podía pactar con el PSC porque la gente les exigía entenderse. Con altibajos y pasando por la extraordinaria experiencia de ‘Juntos por el Sí’, la situación se fue manteniendo hasta el referéndum del Primero de Octubre. Pero las semanas posteriores hasta la proclamación de la independencia ya mostraron un descontrol enorme entre las dos formaciones y dentro de cada una. Y la decisión divergente de entregarse a las autoridades españolas o ir al exilio, con todos los grandes matices que tiene, sentó las bases de todo esto que pasa hoy.

Las elecciones del 21 de diciembre de 2017 fueron un espejismo. La situación era tan excepcional que se acabó imponiendo una cierta continuidad de lo que, de hecho, ya se había roto completamente. La competencia entre los dos partidos había pasado por delante del proyecto independentista, también porque ya no había uno, uno sólo, proyecto independentista, ni objetivos comunes. Y esta era la clave de todo. Intenté explicarlo en un artículo en noviembre pasado, «La bifurcación del independentismo» (2), donde escribí:

«Proclamada la república, una parte de la clase política catalana opta por aceptar que España tiene el derecho de juzgar lo que han hecho, una actitud que encaja perfectamente con la trayectoria histórica del catalanismo y que por tanto no es ninguna sorpresa. La sorpresa, enorme, son los otros. La sorpresa son aquellos políticos catalanes que aparecen inesperadamente en Bruselas y en Ginebra y que, contra toda la tradición del catalanismo y contra todo lo que se podía esperar, niegan a España, audazmente, el derecho de juzgarlos. Porque ellos son los que han proclamado solemnemente en el Parlamento que Cataluña ya no es España. Y por lo tanto, sobre ellos, aquel que fue su Estado ya no tiene ningún derecho.

La clave que explica todo esto que pasa en nuestro país desde hace tres años es esta. Y, sobre todo, explica qué pasará en el futuro. Porque aparecerán inevitablemente dos estrategias que son tan legítimas la una como la otra, pero que son incompatibles entre sí. Y que, además, ya se ve que dan resultados completamente diferentes».

Y aquí las tienen, ya, las dos estrategias, en forma de govern. Entonces las identifiqué -y ya sé que molesta a algunos pero mi trabajo no es el de agradar a nadie- como «independentismo rupturista» e «independentismo reformista». Y creo que es una definición que hoy, viendo todo lo que está pasando y hacia dónde va cada una de las partes, se puede entender incluso mejor que entonces.

Volvamos a la negociación. Vivimos en un sistema donde una vez has dado tu voto a un partido este partido tiene el derecho de hacer con él lo que quiera. No digo que me guste ni que tengamos que resignarnos a eso. Simplemente constato que esto es así y por tanto no me hago ilusiones. Y cuando ayer decía que estoy convencido de que todos los votantes saben qué votan quería decir que yo no veo en parte alguna, ahora mismo, gente que haya votado Esquerra y no esté de acuerdo en que el eje nacional se cambie por un presunto eje izquierda-derecha o votantes de Junts que se quejen de que sus representantes no hagan president a Pere Aragonés. Y como esto ocurre cuando no hay presión en la calle, como había en 2012 con la manifestación del 11 de septiembre o con la Vía Catalana que hizo posible Juntos por el Sí, pues a la vez el peso de la militancia organizada, fanatizada en todos los casos a niveles increíbles, y de la dirección, se impuso tranquilamente y nos lleva a una bifurcación que toma forma de gobierno. Por primera vez desde 2012 uno de los dos grandes partidos independentistas estará en la oposición del otro. Es un mundo diferente pero desesperarnos por él no tiene ninguna razón. Si tenemos un gobierno de ERC con el apoyo de la CUP y los comunes pero no de Junts, simplemente el período que se abrió en 2012 se cerrará. Y ya está. Pasará esto, pero sólo pasará eso. No exageremos. Nada más que eso.

Y si hay alguno que pregunta si esto significa el fin del proceso de independencia, la respuesta es que no. De ninguna manera.

El movimiento independentista ha pulverizado al PSC, ha pulverizado Iniciativa, ha pulverizado Unión Democrática y ha pulverizado Convergencia y el PDECat. No hablamos de poca cosa. El independentismo ha construido tres oleadas de consultas, las consultas populares desde fuera y contra los políticos, el 9-N y el Primero de Octubre, que ya ha situado Cataluña, ‘de facto’, fuera del mapa autonómico español, como otra cosa. El independentismo ha puesto en pie a las organizaciones populares y las movilizaciones más increíbles que ha visto nunca este país, en cantidad (Vía Catalana, Marchas por la Libertad, Diadas, Perpinyà) y en calidad (aeropuerto, AP-7, Urquinaona). El independentismo tiene acorralada judicialmente a España ante los tribunales europeos y ha sacado tanto de quicio a España que Madrid no sabe ver que le convendría frenar la represión y no deja de echar gasolina al fuego. Pero sobre todo, sobre todo, el independentismo catalán ha cambiado desde el Primero de Octubre y para siempre la historia del catalanismo. De aquel catalanismo regional que nos había condenado durante un siglo entero a la subordinación.

En el artículo sobre la bifurcación lo explicaba así: «El primero de octubre de 2017, intuitivamente, una parte enorme de la población y una parte muy pequeña pero muy decidida de la clase política catalana entendieron que las claves del futuro eran aquellas tres que existían antes de [que el catalanismo se marcara como objetivo] hacer la Mancomunitat o la Generalitat: unilateralidad, autoafirmación como nación y comprensión de que España es un todo uniforme que tenemos enfrente. Y fue así, con base en ello y haciendo esto, como se celebró el referéndum y se ganó».

La cuestión importante no es, pues, cuántos independentistas quedarán ahora de un lado o del otro ni cuánto tiempo se puede perder. Ni las siglas, ni qué partido gana o deja de ganar. La cuestión es que ahora sabemos lo que durante cien años no sabíamos, que es cómo se gana. Y hay que trabajar mucho este camino, desde tantos frentes como sea posible. Pero sabiendo y asumiendo que, según todos los indicios, los hechos, y no las palabras, aún deben aclarar y hacer evidente que esto que nos proponen como otro camino, el reformismo, en realidad no lleva a la independencia. Si es que lleva a alguna parte.

(1) https://www.vilaweb.cat/media/attach/vwedts/docs/acordlegislatura.pdf

(2) https://www.vilaweb.cat/noticies/la-bifurcacio-de-lindependentisme-aquesta-es-la-clau-de-tot/

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