Sarriegi no es el autor del himno de nuestra ciudad

Raimundo Sarriegi no es el autor de la Marcha de la ciudad de San Sebastián. Es cierto que en 1861 creó y publicó en 1883 en la revista Euskal Erria la partitura de la Marcha de San Sebastián. No tenía texto, ni acompañamiento de tambores y, como se indica en la misma revista, el autor la había ofrecido al santo Sebastián, para que este quedara equiparado a San Ignacio o San Juan que ya tenían sus himnos. No para ser el himno de la ciudad. Es decir que, si bien escribió una Marcha al santo Sebastián, no compuso la Marcha de la ciudad de San Sebastián. Desde el comienzo tuvo éxito esta Marcha y en poco tiempo pasó a formar parte del repertorio de la Tamborrada de la época, que tenía muy poco que ver con lo que hoy denominamos así. Eran muy pocas comparsas, casi siempre una sola, los tamborreros desfilaban disfrazados -de chinos, de percebes…- y con carácter carnavalesco. Además, interpretaban melodías diferentes de las actuales, pues las hoy oficiales las comenzó a componer Sarriegi a partir de 1882. La explosión demográfica de tamborradas (en 1976 eran 16 y en 2013, 125) y la histeria colectiva que las acompaña son características modernas, de hace 40 años.

En 1898 la editorial A. Díaz y Cía publicó la colección de partituras ‘El Carnaval de San Sebastián’. Allí la Marcha de San Sebastián se presentó con una adaptación de mayor calidad y acompañamiento de tambores -no barriles- pero, al contrario que otras piezas de distintas comparsas, sin texto cantable. Para entonces algunos ya habían tenido la ocurrencia de acoplárselo: en 1882 lo hizo el famoso Pepe Artola y en 1884 el periódico ‘La Semana’ animó a los escritores y aficionados a componerlo. Ofreció como premio «un pensamiento de plata» para quien, manteniendo el carácter festivo de la composición, creara los mejores versos para ella. Aunque se presentaron algunos, el certamen se declaró desierto. Sin embargo, Serafín Baroja reaccionó a esa llamada escribiendo y publicando en su diario ‘El Urumea’ una propuesta muy cercana a la que hoy se canta, que tampoco tuvo gran aceptación. En ella se observa ya la ciaboga: el paso del himno del santo al de la ciudad. Más concretamente, a ser el himno del comienzo de los carnavales donostiarras.

En 1960 el cronista oficial de la ciudad José Maria Donosty -seudónimo de Leonardo Fernández Eleicegui- propuso en la prensa promocionar el texto de Baroja para que lo cantaran los donostiarras y, aunque durante varios años no obtuvo eco, finalmente el CAT (Centro de Atracción y Turismo), organismo municipal de la época, aunando a varias sociedades populares, realizó una intensa tarea de divulgación, repartió muchos folletos con un texto que recogía los versos de Baroja con pequeños cambios y, poco a poco, las nuevas generaciones de donostiarras -por medio de las ikastolas sobre todo- los han ido aprendiendo y comenzado a cantarlos. Es sorprendente que un texto tan humorístico y poco formal se adoptara sin problemas como himno de la ciudad. Acaso porque al estar en euskara muchos no sabían qué cantaban o quizá porque resulte cierto que los donostiarras somos tan kaskarinak como dice la tradición.

En pocas palabras, el proceso de creación del himno de nuestra ciudad no ha sido tarea de una sola persona: Sarriegi creó la melodía para nuestro patrón, Serafín Baroja unos versos que marcaban el comienzo del carnaval donostiarra, alguien desconocido realizó unos retoques y correcciones, entre el CAT y varias sociedades lo divulgaron y los donostiarras lo aceptaron como himno propio. Como en el juego infantil de los deditos: “Este compró un huevito, este le puso sal…”.

Después de ese recorrido, ha llegado la última aportación de algunos pretendidos amigos de la tradición: en su opinión la Marcha de San Sebastián sólo se debe interpretar el día 20 de enero. En varias sociedades ha habido enfrentamientos y enfados con este motivo. Si se interpreta la Marcha fuera de ese día, anatema. Sería mejor para todos que esas energías se guardaran para cuestiones de mayor enjundia. Una canción o himno que tiene una historia de tanta flexibilidad, cambios y adaptaciones (varias de ellas en vida de Sarriegi), ¿por qué hay que someterla a tanta rigidez solamente en este aspecto? ¿No hay a lo largo del año ninguna otra fecha u ocasión en que resulte apropiado interpretarla? Bastantes localidades de la provincia lo hacen. Y cantar, por ejemplo, el 31 de agosto que se acercan los carnavales, tan sólo es un absurdo aparente. Porque acercarse se acercan… y que sigan haciéndolo.

En mis oídos, sin embargo, otras cuestiones resultan más molestas. Por ejemplo, desde finales del mes de noviembre, varias veces a la semana y de forma repetitiva, se puede escuchar la Marcha de San Sebastián y otras piezas clásicas de tamborradas en muchos lugares de la ciudad: en el puerto, en Riberas de Loiola, en Ategorrieta, en Ibaeta… Porque han comenzado los ensayos de las tamborradas infantiles de los colegios. Pobres niños: a la gran mayoría les resulta imposible tocar bien, excepto en el momento en que lo hacen quietos en Alderdi Eder porque el desfase del sistema de megafonia no les permite hacerlo. Si es imposible tocar correctamente, ¿a qué se debe tanto ensayo? Además el objetivo debe ser que los niños disfruten del acto, no la interpretación perfecta. Hace varios años señalé a uno de los mandamases de la organización: «Deberíais poner en el reglamento que la tamborrada que ensaye más de tres veces queda automáticamente descartada».

¿Y el hecho habitual en los últimos años de que, en el acto de Izada, se repita dos veces la Marcha? O que, tras ella, cada cuarto de hora y durante toda la noche vaya subiendo una tamborrada al tablado de la Konsti e interpreten, además de alguna otra, la Marcha de San Sebastián. No hay cosa más ridícula que el exceso de solemnidad. Y, si no fuera por el exceso de alcohol y drogas que sobrevuelan estos actos, nadie aceptaría estas exageraciones. Pero una de las características de quienes están pasados de rosca es precisamente ser plomos. Nuestro aitona solía decir que es muy conveniente mantener la medida en todo, incluso en la propia medida. Cada vez se extiende más lo contrario: la desmedida, incluso en la propia desmedida. Siempre hay alguien dispuesto a utilizarlo para llenar su bolsillo.

DIARIO VASCO