Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) es una de las voces más reconocidas de la izquierda española. Ha escrito una veintena de libros de ensayo sobre filosofía, antropología y política. Desde 1998 vive en Túnez (Túnez), donde fue espectador de las primaveras árabes. Adrià Rodríguez, miembro del Instituto de Investigación Urbana de Barcelona (IDRA), la entrevista en el número 3 de la revista La Pública, de la Fundación Sentido Común . Empiezan hablando del estado de bienestar, pero la conversación deriva hacia el nuevo orden mundial provocado por las guerras en Ucrania y en Gaza y el regreso de Trump a la presidencia de Estados Unidos. Colabora como analista en medios de comunicación, entre ellos CRÍTIC, donde ha escrito en las revistas ‘Mar Crítica’ (2016) y ‘Aliment’ (2023).
Túnez ( Túnez ), donde fue espectador de las primaveras árabes. hablando del estado de bienestar, pero la conversación deriva hacia el nuevo orden mundial provocado por las guerras en Ucrania y en Gaza y el regreso de Trump a la presidencia de Estados Unidos.
-La Europa después de 1945 se constituyó como un proyecto de superación de los conflictos nacionales y de construcción de la paz. Este proyecto iba de la mano del constitucionalismo de posguerra, que en algunos países europeos consolidaba derechos como la vivienda, la sanidad o la educación. En un escenario en el que Europa entra en guerra, ¿qué afectaciones puede tener esto para los estados de bienestar europeos? ¿Qué implicaciones puede tener para los derechos el incremento del presupuesto bélico? ¿En qué medida la situación actual pone fin al espíritu del 45, tal y como lo llamó Ken Loach?
-Este «espíritu del 45» no está terminando ahora. Empieza a peligrar alrededor del año 1979 y, por supuesto, durante la década de los ochenta, con las políticas neoliberales de Margaret Thatcher y de Ronald Reagan. El caso de España es particular porque en los años ochenta se está incorporando a la Unión Europea y al capitalismo europeo. En la segunda legislatura de Felipe González se acometen, en efecto, una serie de reformas estructurales que tienen que ver con el ingreso en la OTAN y con la reconversión industrial. El propósito de todo ello es reformatar a España e incorporarla a la Europa neoliberal. Nuestro gran historiador marxista Josep Fontana siempre asoció este espíritu del 45 —y el estado de bienestar— a la existencia de la Unión Soviética. De alguna manera, las poblaciones trabajadoras europeas se miraban en el espejo propagandístico de la Unión Soviética. El estado de bienestar y el espíritu del 45 tienen que ver con las reclamaciones de las poblaciones trabajadoras, que habían hecho la guerra, a unos gobiernos que salían dañados y cuestionados de esta misma guerra, y que necesitaban ofrecer respuestas a sus ciudadanos. Sin embargo, también tienen que ver con el espejo invertido de la Unión Soviética que llevó a los gobiernos, por miedo al contagio comunista, a realizar muchas concesiones socialdemócratas. Es el período en el que se puede decir que Europa fue realmente socialdemócrata. Este modelo se interrumpe en los años ochenta con las políticas de Reagan y Thatcher. Ahora mismo, debido a la invasión rusa de Ucrania y a la posibilidad de que Trump gane las elecciones, existe el temor de que se agriete el proyecto de defensa atlántico construido en torno a la OTAN. De ahí las presiones para aumentar el presupuesto militar en Europa, lo que obviamente no favorece el uso social ni de los fondos europeos ni de los presupuestos nacionales.
-Tal y como dices, la guerra no sólo se vive lejos de los estados miembros, en Ucrania o en Palestina, sino que también reverbera dentro de las propias sociedades europeas en términos presupuestarios y de bienestar. ¿En qué medida la guerra en Ucrania y en Palestina erosiona el conjunto de Europa? ¿Qué supone la instauración de esa lógica de excepción para los estados de bienestar europeos?
-Cabe señalar de entrada algo propio exclusivamente de Europa, y es el hecho de que durante casi 80 años no hemos tenido ninguna guerra en nuestras fronteras. Si exceptuamos las guerras civiles en los Balcanes, podemos decir que hemos vivido un período histórico excepcional. En los últimos años Europa siempre ha externalizado sus guerras. El capitalismo -y esto es una generalización que habrá que matizar- es un estado de guerra contra los seres humanos y contra la Tierra. Esto significa una dinámica que implica el paso casi natural de las privatizaciones, la financiación de la economía y las desigualdades sociales en una guerra explícita armada. Es propio de su intimidad orgánica, pero no es inevitable. Para que esto ocurra, deben concurrir, también, voluntades y procesos históricos muy concretos. Sin embargo, no cabe duda de que en los últimos años sí hemos asistido a una erosión creciente de los frágiles marcos que habían amortiguado los peligros de guerra en el mundo y sobre todo en Europa. Por un lado, tenemos la invasión de Ucrania de febrero de 2022; por otro, desde hace siete meses, la guerra que Israel hace contra Palestina. Ambos factores debilitan unos marcos globales de entendimiento que nunca han sido muy garantistas ni muy eficaces, pero que han estado orientados a evitar los conflictos armados. Todo esto erosiona la misma credibilidad de la Unión Europea y de las potencias occidentales.
-Decía Kapuściński que las guerras comienzan mucho antes de que se escuche el primer disparo, comienzan cuando cambia el vocabulario en los medios de comunicación. ¿Cómo opera el lenguaje de la guerra generando malestar y polarización?
-Si ponemos en relación a Ucrania y Palestina en el contexto europeo, podemos detectar inmediatamente un ejercicio de hipocresía tan erosivo para la “civilización” como la guerra misma. La Unión Europea ha apoyado al agredido en Ucrania, mostrando solidaridad y suministrándole armas y, por otra parte, ha abandonado a los agredidos en Palestina; ha defendido el derecho internacional en Ucrania y lo ha traicionado en Palestina. De esta forma está contribuyendo al distanciamiento del Sur Global del proyecto europeo y socavando los marcos de credibilidad de las instituciones globales. Estamos asistiendo a una escalada armamentística pero también a una escalada verbal. Y hay que recordar que el lenguaje es el arma poderosísima con la que construimos las subjetividades.
-En un artículo del 2022, cuando se produjo el debate sobre el aumento del gasto militar y la implicación de España en la OTAN, argumentabas que la paz se construye socialmente y que es necesario músculo social para hacerla realidad. ¿Cuáles son hoy las instancias sociales institucionales que necesitamos para construir la paz?
-En aquel artículo señalaba la fragilidad de este tipo de posturas retóricas y a veces demagógicas de la izquierda, en virtud de las cuales parece que basta con decir en voz alta la palabra “paz” para introducir algún efecto concreto y material en el mundo. En el caso de Ucrania también señalaba una cierta hipocresía de la izquierda, que ha lanzado su «No a la guerra» sin denunciar también la invasión rusa, a diferencia de lo que habíamos hecho con Estados Unidos cuando invadió Irak. Asimismo, también recordaba que las condiciones sociales y políticas en las que se protestó contra la guerra de Irak no tienen hoy equivalente alguno. De nada sirve pronunciar la palabra “paz” si no somos capaces de organizarnos, de construir un relato común, de articular una protesta colectiva arraigada en movimientos y acumulación activista. Pensamos en los más de 20 años que han pasado desde aquellas manifestaciones multitudinarias que iluminaron la barbarie de la intervención estadounidense y comparémoslas con la debilidad de nuestras manifestaciones, no sólo en el caso de Ucrania, sino también en el de Palestina. Ha habido un proceso de desmovilización y desarticulación de la protesta social, un formato neoliberal de las subjetividades. Es muy necesario que las políticas de búsqueda de la paz se inscriban en sociedades bien articuladas, cosa que sólo es posible si se profundizan las políticas sociales y se pone fin a la desigualdad, si se garantiza una mínima satisfacción de las necesidades vitales, incluyendo las informativas.
-¿Puedes desarrollar algo más este argumento?
-El contexto antropológico neoliberal está siendo muy explotado por la derecha y por la ultraderecha, puesto que implica una disolución de los vínculos, por la vía de la privatización de la vida, de la conciencia, del tiempo libre, o bien por la vía del control mediático y social. Todo esto determina que, cuando una persona de izquierdas proclama la palabra “paz”, se encuentre absolutamente sola y, por tanto, sea incapaz de introducir ningún efecto en la realidad ni de neutralizar ninguna de estas tendencias. España es uno de los países de la Unión Europea que menos ha aumentado su presupuesto militar. Estamos muy lejos del 2% que propone la OTAN, lo que sin duda tiene que ver con nuestra historia y con nuestra ubicación geográfica en el sur de Europa. ¿Cuáles son los países en los que más se ha incrementado el presupuesto militar? No es difícil adivinarlo: Polonia, Lituania, Estonia o Letonia, países que constituyen la frontera oriental de Europa, históricamente amenazada por los imperios rusos. Debemos ver cómo lo hacemos para constituir una defensa europea independiente del marco atlántico de la OTAN y Estados Unidos, del que Europa debería haberse liberado en los años noventa, tras la derrota de la Unión Soviética. Sería bueno, creo, que España, un país que en los últimos 100 años no ha participado en ninguna guerra europea, tuviera algo que decir en este debate. Hay que ver cómo se puede hacer compatible la defensa de Ucrania y la defensa de la paz. Pero este dilema no se suprime sencillamente pronunciando la palabra “paz” y declarándonos antimilitaristas y pacifistas al vacío.
-En relación con el vínculo entre la cuestión social y la paz, quería traer a colación como Lenin y la revolución bolchevique plantearon, en el contexto de la Primera Guerra Mundial, la necesidad de que la construcción de la paz y el comunismo fueran de brazo. Estos dos pilares constituyeron la base del internacionalismo. ¿Cómo imaginar hoy un internacionalismo que defienda la superación de la lógica capitalista de la guerra y también de la explotación? ¿En qué medida una paz fundada en la garantía de derechos requiere nuevas instituciones públicas? Quisiera sugerirte el concepto de Ferrajoli del constitucionalismo más allá del Estado para tratar esta cuestión.
-Ferrajoli hace una propuesta concreta, la Constitución de la Tierra, que implica dejar atrás, en cuestiones comunes, a las instancias nacionales. Implica también superar la crisis de las instituciones globales surgidas después de la Segunda Guerra Mundial, que se han revelado claramente ineficaces en la hora de evitar los conflictos armados, las desigualdades y las injusticias. pero él insiste en que es muy necesario imaginar otros marcos, otros escenarios, otros horizontes de relación colectiva. Uno de los efectos antropológicos de la crisis, muy bien analizado por Mark Fisher, es la incapacidad para imaginar otros marcos de futuro. Se trata del secuestro del futuro por parte del capitalismo global. Creo que es muy importante hacer propuestas que quizás pueden parecer no demasiado viables, como ésta de la Constitución de la Tierra, pero que son propuestas concretas que, como dice el propio Ferrajoli, superan el marco estrecho de los intereses nacionales. Esto ya ocurre, por ejemplo, con la OMS, como hemos visto durante la pandemia. La ausencia de un internacionalismo de izquierdas ha dejado un terreno. fértil a los internacionalismos de la ultraderecha Hoy sólo la ultraderecha tiene un tejido claramente global. La paradoja es que todos estos proyectos de ultraderecha son retóricamente muy críticos con la globalización y al mismo tiempo mantienen una red global de articulación política y cultural. Esto arranca con el proyecto global de Steve Bannon y sigue hoy en día. Cada vez que se produce la vistoria de un candidato de la extream derecha, como hemos visto con Milei, todas las ultraderechas del mundo convergen y se refuerzan. Ante este internacionalismo de ultraderecha, la izquierda no tiene nada, ni siquiera tiene una propuesta, un programa. volviendo al principio, creo que es muy importante que gente como Ferrajoli, que es uno de los juristas más prestigiosos del mundo, se atreva a proponer un programa muy concreto de actuación alrededor del cual puedan pivotar la imaginación primero y después, también, la movilización común.
-Has vivido los últimos 30 años en el mundo árabe, primero en Egipto y después en Túnez. En ambos países, después de la Primavera Árabe, hubo ciertas conquistas de derechos, tanto democráticos como sociales. ¿En qué punto se encuentran estas conquistas? ¿Cuáles han sido los grandes logros y también los grandes retrocesos?
-Empezaré por el lugar en el que vivo desde hace 25 años, Túnez. En 2019, contra todo pronóstico, Kaïs Saied ganó las elecciones presidenciales: un jurista de 67 años, solemne y turbio, que hizo un trabajo sigiloso en los barrios y entre los jóvenes contra el consenso de la transición. Dos años después, en julio de 2021, Sayed dio un golpe de estado, asumió todos los poderes, cerró el Parlamento y derogó la constitución que trabajosamente se había aprobado en 2014, la más liberal del mundo árabe musulmán. Hoy gobierna con mano dura, ha suspendido buena parte de las libertades que se habían conquistado durante el período de transición y ha encarcelado a los opositores islamistas y liberales, acusándoles, en muchos casos, de atentado contra la seguridad del Estado. Menciono el caso de Túnez no sólo porque es el país donde vivo, sino porque de alguna manera era el último asidero de todos los procesos revolucionarios y todas las revueltas que empezaron en 2011 precisamente en Túnez, cuna y ahora tumba de las llamadas revoluciones árabes. Pensemos en todos estos países, en Siria, Libia, Egipto, Bahréin, donde las esperanzas de cambio y democratización dejaron paso a la violencia y la guerra civil. Países donde las esperanzas democráticas fueron derrotadas por el retorno de lo que yo definía como “los tres zombies”: las dictaduras, los islamismos radicales y las intervenciones extranjeras. Han vuelto las dictaduras allá donde se logró derribarlas, como ocurrió en Egipto con el golpe de estado de Al Sisi en 2013. También han vuelto los islamismos radicales, como en el caso de Siria, donde el Estado Islámico llegó a controlar parte del territorio. Y hemos visto también el retorno de las intervenciones extranjeras, no tanto ya según el modelo de la Guerra Fría, cuando la Unión Soviética y Estados Unidos se disputaban los territorios por vía interpuesta, sino a través de un avispero de pequeñas potencias regionales, en torno a alianzas muy volátiles y enfrentamientos muy heterogéneos. Pensemos, por un lado, en la guerra fría, a veces muy caliente —como en Yemen—, entre Arabia Saudí e Irán, o en los enfrentamientos de Arabia Saudí y Qatar con Turquía. De alguna forma, estos enfrentamientos han determinado el curso de las revoluciones y contrarrevoluciones en la región árabe musulmana. En estos momentos ya no es Estados Unidos ni es Europa quien lleva la voz cantante en África y Oriente Próximo, sino toda una serie de potencias regionales que se han emancipado del yugo atlántico. Podemos ver, por ejemplo, la sigilosa penetración de China en África, pero también la intervención de Rusia en Libia o Siria. Estas encrucijdas exigen un esfuerzo cognitivo y un estudio mucho más profundo que en tiempos de la Guerra Fría. Entonces era fácil detectar, en cualquier escenario del mundo, una confrontación entre la Unión Soviética y Estados Unidos y bastaba con distinguir qué grupo subrogaba a uno u otro bloque. Parte de la marginalidad de la izquierda tiene que ver con la dificultad para comprender el nuevo desorden global.
-¿Qué implicaciones puede tener el contexto de guerra y la escalada belicista para los migrantes árabes y africanos que intentan entrar en Europa? ¿Y para la diáspora africana y árabe que vive dentro del continente? ¿En qué sentido la guerra refuerza aún más la Europa fortaleza, las fronteras externas e internas?
-A veces nos olvidamos, porque pensamos sólo en sus ventajas para las y los europeos, lo que significan los acuerdos de Maastricht. La eliminación de las fronteras intraeuropeas sólo fue posible a condición de acordar políticas migratorias que cerraban y blindaban las fronteras de Europa. Al mismo tiempo, Europa no ha dejado de externalizar guerras y conflictos bélicos, de alimentar estos conflictos bélicos en distintos lugares del mundo. No cabe duda de que entramos en una espiral en virtud de la cual, cuanto más dolor, malestar y crisis se generan fuera de Europa, mayor necesidad debe cerrar las fronteras. Y esto es así, entre otras razones, porque la migración se ha convertido en una baza electoral de primer orden, por lo que quien no tenga una política migratoria dura no llegará a los votos suficientes para gobernar. Todos estos procesos bélicos y todas estas crisis cerrarán Europa ante las tentativas de los migrantes de mejorar su vida aquí, al tiempo que este mismo cierre generará un deterioro grande de las condiciones democráticas del continente. La única forma de detener el deterioro democrático es desarrollar unas políticas migratorias completamente diferentes a las que en estos momentos se emprenden desde las instituciones.
-Por último, querríamos preguntarte específicamente sobre Palestina. ¿Qué implicaciones tiene el genocidio palestino para el conjunto del mundo árabe? ¿En qué medida puede significar una regresión para los derechos sociales y democráticos de las personas en estas sociedades?
.La causa palestina es una causa enormemente popular y decisiva entre las poblaciones del mundo árabe musulmán. Pero nunca ha recibido un apoyo real por parte de ningún gobierno árabe o musulmán, en contra de lo que pueda pensarse. Lo estamos viendo ahora mismo, de hecho. Los gobiernos árabes han hecho mucha retórica y han utilizado la causa palestina para asegurarse la adhesión de sus poblaciones, pero sin haber contribuido nunca a liberar un solo centímetro de territorio palestino. Existe una contradicción entre los intereses de las clases dirigentes, que no pasan en modo alguno por la liberación de Palestina, y el uso que hacen de la causa palestina, explotando la movilización de unas poblaciones muy sensibles a los sufrimientos de los palestinos. Por eso conviene siempre recordar que, en el actual contexto árabe musulmán, no existe ninguna solución para la causa palestina.
Esto es así no sólo porque el proyecto colonial y sionista de Israel impide el establecimiento de un Estado independiente, sino porque en ese contexto árabe de dictaduras, teocráticas o laicas, un Estado palestino sería insostenible e inmediatamente devorado por los gobiernos limítrofes. Estos gobiernos deben manejar con mucho cuidado la causa palestina, porque es una fuente potencial de revuelta. Es la vía de expresión de una serie de frustraciones sociales, políticas o económicas. La prolongación del genocidio palestino sin respuesta por parte de nadie, ni de Occidente ni del mundo árabe, puede acabar generando respuestas de orden terrorista, que desde luego es un motivo añadido para detener los pies a Israel.
Si no se pone fin de algún modo al genocidio israelí en Palestina, existe la posibilidad no sólo de que extienda la guerra a escala regional y eventualmente mundial, sino sobre todo la posibilidad de que la Unión Europea se convierta en un peón periférico de un nuevo orden mundial en el que países mucho menos democráticos, como China, Rusia o Irán, se conviertan en nuevos hegemones. No sé si se da cuenta la Unión Europea, de lo que está en juego en Palestina. Sin duda está en juego la vida de miles y miles de seres humanos con nombres y apellidos y proyectos vitales. Pero también está en juego que la Unión Europea siga siendo una potencia hegemónica, más o menos democrática, o se convierta en una sombra periférica en un mundo dominado por dictaduras y autocracias.
EL CRÍTIC
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